Una lectora nos enviaba esta carta a la sección ‘El bloc del cartero’ de Lorenzo Silva

Mi padre trabajó desde los 14, se casó, formó una familia. Emprendedor y trabajador, le fue bien. Mi madre, con la economía doméstica, y en unos años se compraron una casita en la sierra: pasábamos los fines de semana y las vacaciones. Con los años, y ahorros, la fuimos mejorando. Y llegó el maldito enero de 2020: unos jóvenes la vieron ideal para vivir a nuestra costa. Y llegó la primera factura de la luz: 114,29 euros, y recordé mi pijama bajo la almohada, porque mi casa no está abandonada ni es de un banco. Y la segunda factura: 275,26 euros. Y no puedes cortarles la luz: sería coacción (?). Y sientes que la ley no te protege. Y con el coronavirus se suspende la actividad judicial. Tú en casa teletrabajando, y otra factura: 307,01 euros. Y otra, 226,83 euros. Y tu madre, de 84 años, cuánto mejor estaría en la sierra. Y otra factura: 176,84 euros. Y llegará el verano y, por no viajar, te irías allí, pero no. Otra factura, 206,07 euros. Y el 25 de junio admiten por fin tu demanda de febrero, y te acuerdas de tu pequeña piscina, de los azulejos traídos de Lisboa, del derecho constitucional a la propiedad privada, del señor de Galapagar. Y te ves en Madrid, a 40 grados porque tu casa de la sierra ‘es’ de ellos, y vuelves a llorar, a no dormir, un día más, un mes más. Y otra factura: 209,56 euros.

Silvia de la Torre Villegas, Madrid

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