Se ven como la Cenicienta del sistema de salud y cada vez son menos. Los recortes, advierten los médicos rurales -unos veinte mil en toda España-, amenazan la atención de millones de personas. En algunos lugares remotos, de hecho, la cercanía de un profesional sanitario puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte [publicado en febrero de 2013]. Por Fernando Goitia 

Los médicos rurales en España figuran en el último escalón del sistema sanitario. Así al menos se sienten ellos. Siempre ha sido así -alrededor de 20.000, el 22 por ciento de los 90.000 facultativos de atención primaria que hay en España-, pero ahora al aislamiento, la soledad, la dispersión de los pacientes o la escasez de medios se añaden los recortes que varias comunidades están realizando en los servicios de salud en zonas rurales. Ante semejante panorama, a nadie le extraña que apenas uno de cada cuarenta nuevos licenciados quiera ser médico de pueblo en nuestro país.

La situación se podría resumir así: si España está en crisis, la profesión de médico rural lo está más todavía. Todo un dilema para el futuro de una cuarta parte de la población española, la que vive en zonas rurales, cuya salud depende de ellos.

El médico de pueblo, en todo caso, ya no es aquel facultativo a cuya puerta los pacientes golpeaban durante la noche o cuyo teléfono retumbaba sobre la mesilla en plena madrugada. «¡Era la esclavitud! -rememora Juan José Torres, médico pacense, 25 años en el medio rural, titular desde hace 22 en Villanueva del Fresno, Badajoz, a ocho kilómetros de «la raya»; así le dicen aquí a la frontera portuguesa. Empecé en un pueblo de unos 2000 habitantes. Debía estar allí las 24 horas, pero yo tenía a mi mujer y nuestra hija de dos años en Badajoz. Me coordiné con el médico del pueblo vecino para turnarnos los fines de semana. Libraba de nueve de la mañana del sábado a las diez de la noche del domingo; dormía en casa dos noches al mes. Tenía un inalámbrico de los de la época, en plan ‘zapatófono’, para poder salir a la calle. Cuando mi familia venía a visitarme y estábamos de paseo, sonaba el aparato y ahí la tenía que dejar».

«Recuerdo un parto adelantado. Era enero y, para que no se helara el bebé, lo envolvimos en papel de aluminio y fuimos en mi coche hasta el hospital»

Hoy en día, los médicos de los pueblos no están disponibles a todas horas. Trabajan 35 horas semanales (de ocho de la mañana a tres de la tarde) y no necesitan vivir en la localidad donde trabajan, si bien eso no impide que, con frecuencia, se vean ante situaciones donde su respuesta marca la barrera entre la vida y la muerte. Partos, accidentes, infartos, ictus; en este entorno, la falta de personal y de medios es determinante. Los propios médicos de familia atienden las urgencias, cuando ocurren en horario laboral, saliendo por piernas con la ambulancia , dice Torres. Eso, claro, en el caso de que esta esté disponible. «Teníamos un paciente con una arritmia brutal. Necesitábamos trasladarlo al hospital, en Badajoz, a más de una hora. La ambulancia había acudido a un accidente -rememora Torres-. Así que lo llevamos nosotros en coche». Otro recuerdo de Torres: «Un parto adelantado. La mujer salía de su casa y ahí lo tuvo. Era enero, hacía un frío de muerte. Para que no se helara el bebé, lo envolvimos con una mantita y papel de aluminio y fuimos en mi coche hasta el Materno». Y en otro orden de cosas, Torres añade: «Aquí, hasta hace unos años estuvimos sin administrativo. Nosotros cogíamos el teléfono, abríamos la puerta, organizabas las citas ; entre los médicos y las enfermeras lo hacíamos todo».

La medicina rural, de todos modos, varía en función del entorno, de los pueblos que atiende cada médico, de la distancia al hospital de referencia, de las coberturas de cada centro de salud o de la dotación de las urgencias, entre otras cosas. Condicionantes que dificultan la atención al paciente en comparación con los centros urbanos.

Solo uno de cada cuarenta licenciados quiere ser médico rural en España, un país donde la cuarta parte de la población vive en zonas rurales

Lejos de mejorar, los recortes auguran tiempos más precarios. En algunas autonomías se cierran puestos de urgencias, crece el número de pacientes por médico al dejarse de cubrir las jubilaciones -el 31 por ciento de los médicos del Sistema Nacional de Salud se jubilará en 15 años -y muchos facultativos se quejan de la ausencia de comunicación con los responsables de Sanidad.

Curiosamente, el campo, si revisamos la historia del sector, nunca había estado mejor atendido. La aparición de los consultorios y centros de salud, los avances en las tecnologías de la información o la mejora de las infraestructuras rurales y los medios de transporte han contribuido en considerable medida a paliar ese aislamiento que ha caracterizado a nuestra medicina rural hasta tiempos recientes. «Eso es cierto -concede Ángel Sanz, médico rural con 38 años de servicios prestados; titular hoy en un pueblo de la periferia de Segovia-. Si me dices hace 25 años, cuando eras el único médico en toda una comarca, que íbamos a tener lo que tenemos hoy, no me lo creo. Sé muy bien que ha costado mucho conseguirlo. Por eso, cuando habíamos conseguido niveles tan buenos de atención sanitaria, da la impresión de que se va a echar todo a perder. Es lamentable».

La profesión de Sanz, Torres o Astúriz surgió hace ya más de 150 años, con una ley que instaba a los ayuntamientos a contratar médicos titulares para asistir a los enfermos sin recursos y ejercer de policía en materia de higiene y salud públicas. En 1944, los doctores se convirtieron en funcionarios del Estado, aunque los alcaldes continuaran siendo el superior jerárquico. «Cuando empecé, -señala Torres, titular en Villanueva del Fresno desde 1991-, las vacaciones todavía me las firmaba el alcalde» . La llegada de la democracia, declarando el derecho a una salud universal y gratuito, culminó en 1986 con la creación del Sistema Nacional de Salud, la posterior transferencia de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas y la creación de los consultorios rurales y la figura del centro de salud.

Hoy estamos más cerca de países como Suecia, el Reino Unido, Alemania o Canadá, donde lo rural goza de un tratamiento diferenciado en medicina de familia, con comunidades académicas propias, soporte institucional y avances tecnológicos. En España hoy, los médicos de pueblo atienden a sus pacientes en pequeños consultorios rurales o en el centro de salud de la localidad más importante de su comarca, donde se suele ubicar la base de urgencias o punto de atención continuada; los célebres PAC, hoy en boca de todos, por obra y gracia de la tijera sanitaria.


Juan José Torres, 55 años. Médico de atención primaria en Villanueva del Fresno (Badajoz)

«Antes había comunicación; ahora la única prioridad es cuadrar las cuentas»

Hace 22 años que Torres trabaja en este remoto pueblo, a ocho kilómetros de la frontera con Portugal y a más de una hora de Badajoz. «Cuando llegué, tenía a mi cargo 1400 pacientes; hoy son poco más de 1000. La población está envejecida y muchos se van con los hijos a la ciudad». En aquel entonces, tampoco había centro de salud y apenas dos médicos atendían a una población de más de 4000 personas. «El alcalde era quien te firmaba las vacaciones y en verano te ponía problemas, porque se duplica la población y nunca había sustituto. En todo este tiempo, este ha sido el primer año que han venido médicos para ofrecerse a hacer sustituciones en verano. La crisis, claro». Al principio Torres vivía en el pueblo y solo. Ahora va y vuelve a Badajoz cada día, donde vive su familia. Los vecinos, en todo caso, siempre lo han tratado con respeto. «Te regalaban cosas: un jamón, por ejemplo, y te paraban por la calle: ‘Lo que me mandó me vino de maravilla’; ‘Sigo con aquellas molestias'».

Torres es un defensor de la medicina de familia. «Los indicadores sanitarios en países con un buen sistema de atención primaria son mucho mejores. Nosotros filtramos con criterio a los enfermos y ayudamos a la eficiencia de todo el sistema». Por eso, Torres, que ve una media de 35-40 pacientes al día, ha creado su propio sistema de autogestión, ha implantado sistemas de telemedicina para evitar que sus pacientes, en la medida de lo posible, viajen a Badajoz a ver al especialista, y no para de buscar cómo ampliar las coberturas de su centro. Con semejantes convicciones, asegura, ya de estudiante pensaba en tener parroquia. «En lugares así tratas a familias enteras a lo largo de muchos años. Ahora atiendo a los hijos de mis primeros pacientes. Les digo: ‘Hay que ver lo que te vas pareciendo a tu padre'». Añade Torres que en los últimos tres años las cosas han cambiado.» Antes había comunicación con la Gerencia. Ahora sentimos que su prioridad es cuadrar las cuentas y que, además, lo hacen de forma precipitada».


Ángel Sanz, 63 años. Médico de atención primaria en la periferia de Segovia

«Desde que empecé, hace 38 años, todo fue siempre a mejor. Hasta hoy»

Médico rural desde hace 38 años, Sanz es madrileño y ha ejercido en Cantabria, La Rioja, Ávila y, desde hace ocho años, en la periferia de Segovia. «Me vine al ámbito rural porque cuando acabé la carrera ya estaba casado y con un hijo, y mi primer objetivo era mantener a mi familia». Enseguida sintió, en todo caso, que esto era lo suyo. «Ya me podía haber jubilado hace tres años, pero me encanta mi trabajo».

Aunque Sanz, que, como quien dice, ha visto crecer desde dentro el sistema sanitario, es hoy un profesional tan apasionado como indignado. «Desde que empecé, todo siempre había ido mejorando. Hasta hoy». En la periferia de Segovia, dice Sanz, faltan médicos desde hace unos años. «Algunos días he llegado a trabajar 31 horas seguidas». Esto es: si un domingo le tocaba guardia en urgencias, de 24 horas, al terminar, el lunes por la mañana tenía que atender la consulta de su pueblo. Los médicos segovianos llevaron a Sanidad ante la justicia. Ahora tienen derecho a un día de descanso, pero para cubrir a los que libran, sus colegas en la zona llegan a pasar consulta en tres pueblos distintos en una misma mañana. «Antes, te coordinabas con un compañero de otro pueblo; cuando se iba, tú lo cubrías, y viceversa. Ahora, Sanidad decide y, cuando cojo vacaciones, por mi consulta pasan seis médicos distintos. Los pacientes no entienden nada. Muchos llegan al consultorio y, al ver que no está su médico titular, se vuelven a casa. Piensa que hay gente ya en tratamiento o que necesita iniciar uno, y que cada día la ve un médico diferente. Me asombra la paciencia de la gente. Yo les digo que escriban en el libro de reclamaciones. Nadie lo hace, pero luego nos preguntamos por qué hay cada vez más agresiones a médicos. El clima en las consultas es cada vez más tenso. La gente paga sus impuestos. No puedes quitar médicos. Gestiónalo mejor, busca soluciones racionales. En fin».


Alberto Astúriz, 44 años. Médico de urgencias en el valle del Baztán (Navarra)

«Aviso en Ordoki. Es un infarto». Alberto Astúriz levanta el teléfono en el puesto de urgencias de Elizondo, en el valle del Baztán, y pregunta por su eminente destino. Cuando el 112 nos llama para acudir a un caserío remoto, nos dicen la carretera, el kilómetro e indicaciones del tipo: después del cruce, el cuarto camino a la derecha, otros dos kilómetros, giras a la izquierda… Imagina que la vida de alguien depende de que tú llegues lo más rápido posible y te pierdes por el camino. Astúriz lleva cinco años en el servicio de urgencias rurales (SUR) en uno de esos lugares donde ser médico puede convertirse en una aventura diaria. «Una vez tuvo que venir la Guardia Civil. Nos habíamos quedado atascados en una zanja», recuerda.

«Imagina que la vida de alguien depende de ti y tú te pierdes por el camino»

En el valle del Baztán, tierra de caseríos dispersos fronteriza con Francia, las carreteras son estrechas y cortadas por profundos barrancos. En muchos caminos el asfalto deja paso al cemento, la grava o la tierra. La niebla es visitante habitual, como la nieve y la lluvia en invierno. Atender urgencias en semejantes condiciones encaja como un guante en la definición de ‘aventura’. Astúriz es uno de los seis médicos de urgencias que trabajan en este remoto valle navarro. «Hace unos meses -lustra-, un señor murió de un infarto en la misma puerta del centro de salud. En cada guardia estamos una enfermera y un médico. No tenemos ambulancia, usamos mi coche particular. Aquel día estábamos en Amaiur, a 40 minutos de la base. Se avisó al médico del pueblo más cercano, pero cuando llegó ya era tarde. Algo así no ocurre en una ciudad. En un valle montañoso de casi 400 kilómetros cuadrados, donde apenas dos médicos y dos enfermeras velan por la salud de 9000 personas en horario de urgencias, pues es lo más probable» . Lejos de mejorar, en Navarra, donde 125 médicos y 125 enfermeras trabajan en el SUR, el Gobierno va a reducir esta plantilla en 50 personas.

Este artículo fue publicado en febrero de 2013

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