Dice tener la receta contra la ansiedad. A él, desde luego, le funciona: es el artista vivo más valorado desde Warhol. En los noventa era un provocador que en Europa se hizo famoso por casarse con Cicciolina; ahora es un respetable padre de seis niños, consagrado por los mejores museos y galerías de Nueva York y que puede hacer «lo que quiera»… artísticamente hablando. Por Ana Tagarro

Jeff Koons habla de su trabajo citando a los clásicos y adereza su discurso con recetas de autoayuda y referencias filosóficas, pero lo primero que provocan sus obras es algo múy básico: ganas de tocarlas.

Muy pocos han tenido el privilegio de poner sus manos sobre un Koons; la mayoría, de acero inoxidable perfectamente pulido. A unos 15 millones de euros de media cada obra, son claramente juguetes para supermillonarios. Y lo de ‘juguetes’ no pretende ser peyorativo. Es un hecho.

«El que pinta el cuadro no es relevante. ¿Qué es más importante: diseñar el plan para cazar el mamut o disparar la flecha? Nada ocurriría si yo no crease el contexto»

Desde que en 1986 creó su primer inflable, Conejo, y aún más en los noventa con la serie Celebración, en la que destacan sus monumentales animales globo, es evidente la mirada infantil. Él no lo niega, pero le añade una explicación filosófica: «Mi trabajo tiene mucho que ver con la aceptación, con la autoaceptación, y con la necesidad de eliminar los juicios. Los niños están más abiertos a las sensaciones, a aceptar las cosas por lo que son. Cuando te haces mayor, comienzas a juzgar, a crear jerarquías. Yo creo que hay que eliminar todo eso porque así eliminas la ansiedad. Me gusta la idea de la cueva de Platón. Y la manera de salir de ella, de trascender, es acabando con la ansiedad y los juicios. Eso es lo que te impide ejercitar toda la libertad de la que dispones. Y el arte sirve para eso».

Koons, de 58 años, impecablemente trajeado, de intensos ojos azules y sonrisa estudiada, habla despacio, intentando quizá que se capte la trascendencia -palabra que usa mucho- de su mensaje. Sus críticos lo tachan de artista kitsch. Le molesta, pero es evidente que no le quita el sueño: «Si se mira el arte de forma superficial, es fácil criticarlo de manera simplista. Mi trabajo quiere desmontar esa jerarquía de juicios para la que hay una sola forma de mirar las cosas y se supone que tienes que saber algo para estar implicado. No debes saber nada. Es tu propia visión».

Su fascinación por los inflables también la justifica con una compleja explicación sobre la densidad y el vacío, pero resulta más interesante -o menos trascendente- la que dio cuando creó Celebración: un homenaje a su hijo Ludwig, a quien no podía ver tras una dura batalla judicial por su custodia con su exmujer, la actriz porno Ilona Staller. ¿Cómo llegó un niño bien de Pensilvania que ya se había hecho un hueco en el mercado del arte a casarse con Cicciolina?

La ‘culpa’ la tuvo Dalí. Su padre, decorador de interiores, y su madre, modista, le regalaron por Navidad, siendo adolescente, un libro de gran formato sobre el artista de Figueras. Y nació una pasión. Jeff siempre había tenido dotes artísticas. De hecho, su padre vendió como parte de un decorado un dibujo suyo hecho con nueve años. Su otra inclinación confesa era ganar dinero. desde pequeño vendía caramelos y papel de regalo para conseguir unos dólares.

Lo de Dalí fue tal fascinación que, cuando estudiaba Arte en Chicago, con 17 años, logró contactar con el artista catalán, que estaba en Nueva York. «Lo llamé al hotel St. Regis y me dijo que me recibiría. Fue tan generoso… Me invitó a la galería donde exponía. Ahí tuve claro que yo quería formar parte de eso, de ese tipo de arte. Como joven artista, me ayudó a confiar en mí mismo. Le estaré siempre agradecido». El impacto fue tal que incluso llevó bigote durante un tiempo.

Sin embargo, con quien más lo comparan es con Andy Warhol. Para empezar, porque es el artista americano mejor valorado desde entonces, pero, además, por su aproximación pop al arte, por su método de trabajo con un gran equipo de gente y por su habilidad para promocionarse (Koons contrató un relaciones públicas para promover su imagen desde el principio de su carrera). Pero él no se ve como el nuevo Warhol. «Andy simplemente está más cerca de mí como generación y los dos somos una continuación de Duchamp, de los ready mades. Pero cuando me levanto y pienso en lo que quiero hacer, pienso en Picasso, pienso en su vitalidad y su continua metamorfosis como artista. Me encanta su trabajo de los últimos años, creo que es la expresión de la libertad absoluta. Es mi referencia».

«Me gusta coleccionar; quiero que mis hijos entiendan que hay más arte que el que hacen sus padres. ¡Mi favorito es Picasso!»

Su otra referencia es Wall Street. Y esto tampoco es peyorativo. Es otro hecho. Koons fue bróker antes que artista. Detalle nada desdeñable. Cuando terminó sus estudios de Arte, comenzó a trabajar en el Museum of Modern Art captando socios, lo que le permitió aproximarse a grandes fortunas y coleccionistas. Entonces decidió conseguir una licencia para vender fondos y acciones en Wall Street. «Se me da bien vender». Ahora bien, cuando se le pregunta si para triunfar en el mercado del arte es más importante el mercado que el arte, su respuesta es más ambigua: «Tengo que decir que no. Pero al mismo tiempo debo decir que un artista debe estar ‘coordinado’, como un atleta. La sociedad siempre está buscando líderes. Yo veo las posibilidades que hay en el arte. Tienes que liderar, ser lo más generoso que puedas Yo tengo que ser capaz de ver qué puede sentir la gente, en qué contexto, cuán liberador puede ser el arte… Si sirves a tu comunidad, te recompensará».

Con el dinero que ganó en Wall Street, comenzó su primer trabajo importante, la serie The New, aspiradoras nuevas en cajas de plexiglás. Tal cual. Dice que esa independencia económica le permitió ir a contracorriente del mercado, porque entonces se llevaban los neoexpresionistas como Julian Schnabel y Jean-Michel Basquiat. Koons estaba en otro registro, los ready mades, objetos y baratijas que encontraba en tiendas y mercados. A Koons siempre le ha interesado lo ordinario, pero elevado a un grado de absoluta perfección. Hasta los críticos le reconocen el perfeccionismo, que durante mucho tiempo no formaba parte del arte contemporáneo.

Así logro hacerse un nombre en Nueva York. Pero en los noventa se produjo una inflexión. Apareció Cicciolina, que se convirtió en su esposa y musa. Made in heaven es una serie de esculturas y pinturas hiperrealistas explícitamente pornográficas. La serie le garantizó titulares, pero no el reconocimiento de los ‘gurús’ del arte. Los galeristas le volvieron la espalda. De hecho, no se hizo ‘perdonar’ hasta que creó a Puppy. El perro gigantesco hecho de flores nació en 1992. Una de las copias flanquea la entrada del Guggenheim de Bilbao, pero cuando otra recaló en el Rockefeller Plaza de Nueva York, en 2000, marcó su regreso ‘a casa’. Él mismo asegura que a la mayoría de la gente a la que le preguntan por su obra menciona al perro. «Nunca me han felicitado tanto como por Puppy» , dice.

«La sociedad busca líderes. Yo sé las posibilidades que hay en el arte. ¿Significa eso que me preocupa el mercado? Tengo que decir que no, pero es importante estar coordinado

Koons integra hoy, junto con Damien Hirst y Takashi Murakami, lo que algunos analistas llaman el pop power. Artistas empresarios que trabajan con grandes equipos para crear tanto espectáculo como arte. Koons tiene un estudio con 120 colaboradores, jóvenes artistas que ejecutan la obra. «Cada pintura lleva uno o dos años. Yo hago muchos proyectos: no puedo sentarme y pintar todo el día. Así que he creado un sistema, un código de color, de forma que pueda tener el control de cada pincelada. No es como si dijera a mis asistentes: ‘Id y pintad algo, y yo voy luego y lo firmo’. Todo es un sistema para controlar cada gesto como si lo hiciese yo mismo».

¿Qué pensaría Picasso de ese sistema? «No creo que eso haya cambiado ni desde la sociedad más primitiva. ¿Qué es más importante. el plan para cazar el mamut o la persona que dispara la fecha? Nada pasaría si yo no crease el contexto. Yo uso diferentes recursos como una extensión de mis dedos. Si un artista coge un pincel, ¿son las cerdas las que pintan? No, es la mente que está detrás. Yo trabajo con gente porque lo último que querría es encerrarme en un estudio solo. Quiero interactuar. Quiero participar en la sociedad, intentar ser un beneficio para la sociedad».

Tampoco le asombra que se paguen 30 millones por una de sus obras. «Significa que la sociedad, o al menos algunos individuos, encuentra un valor cultural en la pieza y cree que merece la pena protegerla y salvarla». ¿Qué ‘salva’ él, qué compra? «Me gusta coleccionar. Una de las razones es que quiero que mis hijos entiendan que hay más arte que el que hacen sus padres. Colecciono grandes maestros. Dalí, Magritte… Pero sobre todo adoramos a Picasso. ¡Nos encanta vivir con Picasso!». Al menos se reconoce afortunado: «El arte me ha dado el coraje para ejercitar la libertad que tengo en la vida. Y lo hago cada día desde que me levanto. uso esa libertad para hacer lo que realmente quiero hacer».

¿Cómo se hace un Koons?

Jeff Koons no ‘hace’

Él ni pinta, ni esculpe ni realiza las obras de arte que llevan su firma. Él desarrolla la idea, pero la llevan a cabo cientos de profesionales. De entrada, los 120 colaboradores que trabajan en su estudio de 1500 m2 junto al río Hudson. Entre ellos hay artistas (que ejecutan las pinturas hiperrealistas), pero también informáticos y expertos en 3D.

Un proceso industrial

Los inflables de gran tamaño requieren un proceso industrial. Aunque parecen globos, son esculturas de acero de hasta 4 metros. Para empezar, Koons trabaja con un artista de los globos hinchables de Los Ángeles, Buster Balloon, que da forma tanto a un sencillo perro como a una compleja Venus de Willendorf. Para esta última, por ejemplo, Buster realizó 85 versiones. Luego se escanea y se trata con los más complejos sistemas informáticos (trabajan en colaboración con el MIT) para las medidas exactas con las que se opera en una fábrica de acero inoxidable. La serie Celebración se fabricó en Fráncfort, Alemania.

En busca de la perfección

La fabricación de los grandes inflables es tan costosa (el acero es un perfecto espejo coloreado en el que no hay ninguna ‘costura’) que tuvo que pedir a algunos de sus coleccionistas que financiasen la fabricación por adelantado. Lo logró. Las series de Popeye y Hulk siguen un proceso similar.

¿Vale lo que cuesta?

Las obras de Koons son costosas en su realización, pero desde luego no cuestan los 33,7 millones de dólares que se pagaron por su escultura Tulipanes, la más cara hasta el momento. Ni los 6 millones que cuesta un Hulk. Y ni siquiera son obras únicas. El valor artístico de sus obras solo podrá juzgarlo la historia, y si es o no una burbuja especulativa no es más fácil de determinar que cualquier operación de Wall Street. De ahí, explican los expertos, que a veces se produzcan ventas espectaculares. Si un coleccionista compra un globo gigante por 30 millones, puede ser ‘caro’, pero eleva automáticamente el valor de los otros globos. Si el comprador ya tiene otros Koons, estos aumentan su precio. Especulación en círculo.

¿Quién los compra?

El gestor de capital riesgo Steve Cohen, el magnate de los casinos Steve Wynn, el industrial griego Dakis Joannou o el multimillonario Eli Broad son sus mayores coleccionistas. Hay quien critica que sean frívolos ‘nuevos ricos’. «Cuando ya no puedes comprar una mansión mayor, pones un Koons en tu jardín para demostrar que eres el más rico». Menos cínico, Tobias Meyer -experto de Sotheby’s-reconoce el mérito de Koons al «crear el deseo de la posesión, de la proximidad física al objeto». Si usted quiere un Koons, lo más ‘accesible’ son sus bolas azules, similares a las de un árbol de Navidad: a tres millones la unidad.

Un hombre de familia

Quién te ha visto

En 1988 vio en una revista a Ilona Staller, Cicciolina, una actriz porno convertida en parlamentaria italiana. Al año siguiente le envió un fax para pedirle una cita. Nada más conocerla, quedó impresionado, según dice, «por su libertad». Lo recibió desnuda de cintura para abajo. Comenzaron una relación que se concretó en una serie de pinturas hiperrealistas y esculturas en poses pornográficas, un matrimonio y un hijo, Ludwig. El matrimonio duró un año, pero la pelea por la custodia del pequeño fue dura y costosa. Ganó ella. Hoy, madre e hijo todavía van de vez en cuando a la televisión italiana a contar su historia.

y quién te ve

Desde 1995 está casado con Justine, artista que fue su asistente. Tienen seis hijos: el mayor, de 11 años; y el más pequeño, de 10 meses. Viven en Nueva York, pero pasan los fines de semana en su granja de Pensilvania, que fue de su abuela y él recompró y adaptó. En ella crían ovejas y ponis. Koons no confiesa ningún otro hobby que no sea su trabajo, pero es aficionado a la música. Led Zeppelin -dice- le cambió la vida. A los 16 años, mientras los escuchaba una y otra vez en su coche, conectó con la filosofía y el arte. «Me encontré a Robert Plant (el líder del grupo) hace un año y le dije.: ‘Básicamente, me enseñaste a sentir'» .

Crear imagen:  colisión creativa

El arte de Koons siempre ha estado vinculado a lo comercial. En sus obras utiliza marcas y objetos identificables por su fabricante, pero sin la implicación de este. En su última creación, en cambio, ha sido la marca la que le pidió que crease la obra: el packaging para el Dom Pérignon Rosé Vintage 2003, un sofisticado objeto que se abre para albergar la botella. La prestigiosa marca de champán habla de «colisión creativa» y conociendo a su chef de cave, Richard Geoffroy,  ha debido ser así. Geoffroy, de personaldiad arrolladora, no es un artista, pero sin duda es un creador. De su colaboración ha nacido la Venus de globos, adaptación de una escultura de Koons inspirada en la Venus de Willendorf, una figura paleolítica. Se han hecho 650 copias, a 20.000 dólares cada una. Una ganga, tratándose de un Koons.

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