Felipe de Edimburgo, consorte de la reina de Inglaterra Isabel II, falleció hace dos meses a los 99 años de edad. En el paraíso de los tabloides y la prensa sensacionalista, Felipe de Edimburgo supo ser la sombra de la reina Isabel sin dar motivos para portadas. Así lo consiguió este caballero cascarrabias, ingenioso y lúcido que hoy hubiera cumplido 100 años. Por Carlos Manuel Sánchez

Sus días de jugar al polo y cazar tigres quedaron atrás. Fue aviador, con más de 5000 horas de vuelo. Y, sobre todo, navegante. Le queda la memoria. Tiene una mente muy lúcida. Y afilada. Su humor es cáustico y poco británico. Al fin y al cabo es griego, lo disculpan sus súbditos. Dice lo que le viene a la cabeza y con gracejo. Siempre ha sabido estar porque siempre ha sabido cuál era su lugar. Por eso camina dos pasos por detrás de su esposa.

Su madre sufrió esquizofrenia

Nació en Corfú. Un paraíso que tuvo que abandonar siendo un crío de pecho huyendo del golpe militar que derrocó a su tío, el rey Constantino I. Le hicieron una cuna con una caja de frutas en el barco donde fue evacuada su familia. El destierro amargó a su padre, el príncipe Andrés. La princesa Alicia, su madre, fue internada en un sanatorio suizo aquejada de esquizofrenia. El matrimonio se fue a pique. Su padre dilapidó su fortuna en Montecarlo y sus hermanas mayores se establecieron en Alemania y se casaron con nobles vinculados al nazismo. A él lo mandaron a estudiar a Inglaterra, donde vivió de la caridad de sus parientes. Una vez le preguntaron qué lengua se hablaba en su casa. «¿Qué casa?» , respondió.

Su padre dilapidó su fortuna en los casinos y a él lo mandaron a Inglaterra, donde vivió de la caridad de sus familiares. A Isabel la conoció en el yate real

Su noviazgo fue secreto

Isabel y Felipe se conocieron en 1939 durante una cena en el yate real. Ella era una pipiola de 13 años, prima lejana; él, un cadete de 19, irresistible. Su tío, Lord Mountbatten, que costeó sus estudios, hizo de casamentero. Pero Hitler invadió Polonia y Felipe fue llamado a filas. Sirvió en la Marina.El suyo fue un noviazgo epistolar y secreto. Isabel tuvo otros pretendientes, pero seguía prendada de aquel oficial alto y apuesto que luchaba por Inglaterra mientras dos de sus cuñados lo hacían por Alemania. Felipe sirvió en el Pacífico y en el Mediterráneo manejando baterías antiaéreas. Fue condecorado. Tenía que ganarse el favor de los británicos, que aún así lo miraban con desconfianza. De su experiencia castrense, a Felipe le quedó un poso de no andarse por las ramas. Tonterías, las justas

Isabel, locamente enamorada

Isabel lo esperó hasta el final de la guerra. Y convenció al rey Jorge VI para que diese su beneplácito. Fue una boda de cuento de hadas, retransmitida por la BBC a 200 millones de radioyentes.

Su apellido alemán, borrado

Cuando Isabel II fue coronada, en 1953, Felipe fue obligado a renunciar a su nacionalidad, a sus títulos griegos y daneses, a su religión (era ortodoxo y se convirtió al anglicanismo), a su carrera militar y a sus aspiraciones sucesorias. Y no solo eso. Winston Churchill presionó para que el apellido Mountbatten [traducción inglesa del germano Battenberg] fuese relegado. Los descendientes de la pareja serían Windsor. Felipe protestó, pataleó, pero finalmente claudicó. Y como es típico en él, convirtió la frustración en sorna: «En este palacio pinto menos que una ameba. Soy el único hombre de este país al que se le niega el derecho a darle su apellido a sus propios hijos» . Pero se arrodilló ante su esposa y, a pesar del machismo de la época, prometió «ser tu siervo y tu vasallo más fiel» . Se convertía así en rey consorte. Y Jorge VI le concedió un premio de consolación: el ducado de Edimburgo.

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¿Amantes? solo rumores

Genio y figura… Eso no hay quien se lo quite. La reina fue y sigue siendo la horma de su zapato. «¿Quieres hacer el favor de callarte?» , le ha cortado más de una vez. Llevan 66 años casados. Como cualquier pareja han tenido sus altibajos. Y el matrimonio tuvo una crisis sonada en 1956, cuando el duque se embarcó en solitario en un viaje transoceánico. Añoraba el mar. Y estaba hasta las augustas narices de pompa y circunstancia. «Se aburría con las obligaciones palaciegas, los discursos, las cenas de gala» , recordaba su secretario privado, Michael Parker. Y empezaron a circular rumores, nunca confirmados, sobre amantes: princesas, condesas y alguna que otra cantante de cabaré. Si hubo algo, Felipe fue discreto en grado sumo.

Según una biografía no autorizada, cuando la prensa amarilla se convirtió en el juez supremo de la moralidad en el Reino Unido, Felipe limitó sus escarceos a círculos aristocráticos, herméticos a los paparazis. Pero resulta difícil de creer que en el país de los tabloides no se le haya podido probar ni un desliz. Y la familia real no es que tenga bula, como bien saben tres de sus hijos -Ana (su favorita), Carlos y Andrés- a raíz de sus divorcios. El cuarto, Eduardo, casado con Sofía Rhys-Jones, es el que más se le parece en lo que atañe a discreción. Y es el que heredará su título. Si Felipe fue un tarambana, se anduvo con tiento. Y compañeros de supuestas correrías, como el actor Richard Todd, nunca se fueron de la lengua. También se le atribuyeron tendencias homosexuales. Y el mismo duque se encargó de disiparlas con un sarcasmo de los suyos. En una entrevista le preguntaron por su supuesto romance con el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing. «Giscard es un gran tipo, pero no llegué a alojarme en el Elíseo durante su presidencia. Sí lo hice siendo presidente Vincent Auriol, que era un marica de cuidado» .

Acusado de la muerte de Lady Di

Con Lady Diana fue áspero. Pero también lo fue con su propio hijo, que lo temía y lo consideraba más un superior militar que un padre. A principios de 1981, cuando el príncipe Carlos aún estaba soltero, le aconsejó: «Pídele matrimonio o rompe con ella, pero aclárate de una vez» . Y una década más tarde medió para que se reconciliaran. E incluso le escribió varias cartas a Lady Di en las que ejercía equitativamente de suegro y padre decepcionado, reprochando a ambos sus aventuras. Cuando Diana murió, la reina y él mantuvieron recluidos o días a los príncipes Guillermo y Enrique en el castillo de Balmoral para protegerlos de la prensa. Y antes del funeral, viendo que flaqueaban, los animó a caminar junto al ataúd. «Si no lo hacéis, os arrepentiréis el día de mañana. Yo os acompañaré», le dijo a Guillermo.

Mohamed Al-Fayed acusó a Felipe de Edimburgo de haber planeado la muerte de su hijo Dodi y de Diana. Pero la investigación concluyó en 2008 dictaminando que fue un accidente de tráfico.

A Felipe le importa un rábano lo que digan de él, excepto si lo que dicen es falso. En ese sentido obligó a rectificar a un tabloide que publicó que padecía cáncer de próstata. Su salud ha empeorado mucho en estos meses. Pero conserva la percha que enamoró a Isabel. «Siempre has sido mi fuerza y mi guía», le agradeció la reina, emocionada, en el jubileo de 2012. El duque sigue siendo un icono de estilo. Eduardiano hasta la médula. Chaqueta de tweed o cachemira y sombrero de copa cuando la ocasión lo requiere. Y cuando se es el patrón de 800 fundaciones y sociedades, no faltan ocasiones que lo requieran. La casta se le nota en los trajes cortados a medida en Hawes & Curtis, el establecimiento que eclipsa a las sastrerías de Savile Row. Mayordomos y camareros lo adoran. Si le sirven un licor, Felipe comparte una copa con ellos y les da palique. Cuando llegue su hora, ha dicho que no quiere un funeral de Estado. Prefiere un entierro más modesto. Algo acorde con lo que es. «Solo un viejo cascarrabias».

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