Las denuncias de padres que han sido agredidos por sus hijos se han multiplicado por cuatro en los últimos cinco años. Y es la punta del iceberg. Muchos progenitores no denuncian por vergüenza, por pena o incluso por temor a la venganza. Psiquiatras y antropólogos españoles han entrevistado a víctimas y verdugos y han sacado conclusiones. Se las contamos.

Mi ordenador es sagrado. Un día tenía la música a toda hostia y vino mi madre y me bajó un poco el volumen. Yo lo subía otra vez y ella lo bajaba. Ya vino y me arrancó los altavoces y empecé a insultarla y, claro, pues ya de ahí a pegarle tortazos y ‘patás’ .

Amanda, una adolescente de Badajoz, relata con naturalidad la agresión que colmó el vaso. Sus padres la denunciaron y el juez de Menores le impuso dos años en régimen de semilibertad en un piso tutelado. Tenía 14 años. Es hija única. Su madre es ama de casa; su padre, empresario agrícola. Mi madre es más floja, mi padre es más rígido. Pero me cae mejor mi padre , confiesa. Niña mimada. Yo no tengo problemas de dinero, ni de ropa ni de nada Mi armario se cae abajo. Si pedía dinero, me lo daban . No hacía tareas en casa. Me lo exigían, pero yo no hacía caso. Es mejor que haya normas porque, si no las hay, te desmadras más , reconoce.

Amanda es carne de estadística. Las denuncias por agresiones de hijos a padres se han multiplicado por cuatro en estos cinco años. En 2012 se contabilizaron 4936 casos en la Fiscalía de Menores. Pero solo es la punta del iceberg. Muchos padres no denuncian por vergüenza, por que se sienten culpables, por que les da pena que sus retoños se vean privados de libertad o incluso por miedo a su reacción cuando salgan, como explica Javier Urra, director de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental. Es un tema tabú, pero que va a más .

Pero Amanda es, sobre todo, un misterio. ¿Por qué actúa así? Es un misterio que desespera a los padres, que desconcierta a los propios adolescentes agresores y que intriga a los expertos. No es una violencia exclusiva de familias con bajo nivel económico o sin estudios. En el 60 por ciento de los casos, al menos uno de los progenitores es licenciado universitario , subraya Jordi Royo, asesor del centro terapéutico Amalgama-7, en Cataluña.

Es un fenómeno que se reproduce en muchos países del Primer Mundo. Un tercio de las 85.000 llamadas recibidas en una línea telefónica británica de ayuda están relacionadas con casos de violencia de hijos a padres, sobre todo a madres. Y un estudio de la Universidad de Oxford confirma que el 87 por ciento de las víctimas son madres. Por otra parte, los hijos adoptados tienen un 33 por ciento más de posibilidades de agredir que los biológicos. Otra encuesta, en el País Vasco, sitúa en el 3,2 por ciento los menores que admiten haber agredido físicamente a sus padres más de seis veces en el último año, cifra que aumenta hasta el 14 por ciento en los casos de violencia psicológica (insultos y amenazas), según Roberto Pereira, director de Euskarri.

¿Qué está pasando? Es la pregunta que se hicieron Domingo Barbolla, Esther Masa y Guadalupe Díaz, investigadores de la Universidad de Extremadura, que han abordado el problema desde la antropología. Obtuvieron permiso para entrevistarse con menores que habían agredido a sus padres y con las víctimas de sus ataques. Y sus conclusiones se plasman en el libro Violencia invertida. Cuando los hijos pegan a sus padres (Editorial Gedisa). No es una cuestión de pérdida de valores Es algo más profundo. Estamos asistiendo a un cambio radical en la manera en que ejercemos la autoridad , explica Barbolla. Los valores siguen estando ahí, pero falta la correa de transmisión para que los padres los inculquen a los hijos.

La sociedad ha entrado en un bucle. Por una parte, los padres han renunciado al uso de la coacción. Por otra, se judicializan los conflictos. Los padres, impotentes, no ven otra salida que la denuncia en comisaría. Antes teníamos otros actores que hacían de mediadores. familiares, vecinos e incluso sacerdotes que buscaban una solución .Desorientados, los progenitores suelen dar bandazos entre dos modelos pedagógicos incompatibles. el autoritario y el permisivo. Ninguno sirve. El modelo autoritario termina provocando una rebelión del hijo presionado. Y el permisivo, que despoja de cualquier herramienta coactiva a padres y profesores, es inviable. En cualquier sociedad se necesita cierto grado de fuerza a la hora de imponer normas .

¿Lo ideal? Un modelo intermedio de influjo democrático, pero estructurado desde una jerarquía. Un proceso en el cual la libertad y la independencia de los hijos se registren progresivamente, acordes con su edad o madurez, y donde la disciplina y la autoridad se hagan presentes en su justa medida , afirma Barbolla.

Pero es un modelo difícil de implantar en una sociedad donde predominan las familias triangulares, con un solo hijo ‘reinando’ en el 21 por ciento de los hogares, al que se cubre de atenciones. Hijos que son aprendices de déspotas. Y aprenden rápido La edad media de inicio de la violencia se sitúa a los 11 años. Pero es algo que se ve venir. Las actitudes despóticas en críos que no alcanzan los tres años son ya evidentes en las guarderías. A algunos padres sobreprotectores les cuesta entender que sus hijos se comportan como se les exige gracias al establecimiento de normas y al predominio de la colectividad sobre el individuo. En este espacio, el niño aprende a estar en grupo, a compartir los recursos, a esperar su turno , describe Barbolla. En las familias triangulares, el juego existe de un modo distinto. Los progenitores procuran divertir a su pequeño privándole de la experimentación del fracaso si no acierta a coger la pelota .

El resultado. no se tolera la frustración.Los niños que pegan a sus padres no son perversos o psicópatas; son el producto de un fracaso educativo, en especial en la transmisión del respeto. Argumentan los sociólogos que en la etnia gitana, reverencial con sus mayores, no suelen darse estas conductas. Hay más causas. el conss, incluida la tecnológica; o los nuevos modelos de familia. una de cada cuatro ya es monoparental. Y un patrón que se repite. la ausencia de padre, que puede ser física o emotiva. Según el pedagogo Aldo Naouri, la presencia del padre es necesaria como elemento moderador entre madre e hijo y, sobre todo, entre madre e hija. El padre solía ser el que decía no . Si le he dado todo, ¿por qué me pega?, nos preguntaban algunas madres, perplejas , recuerda Barbolla. Amanda alega que sin darse cuenta empezó a llevarse mal con la suya. Dejaron de hablar. Solo coincidían a la hora de comer. Discutíamos por cualquier tema Claro, mi madre me daba tantos caprichos que abrió los ojos y dijo. ‘Hasta aquí’. Y yo quería más y más .

El menor que se atreve a agredir y se sale con la suya experimenta, además, el vértigo del poder. Amanda recuerda que una vez acorraló a su madre. Quería llamar a mi padre, pero le arranqué el teléfono. Intentaba abrir la puerta y yo no le dejaba La insultaba, la cogí del pelo y la tiré al suelo .Todo es como un mal sueño ahora. ¿Reincidirá Amanda? Por lo pronto, cuando quiere comprarse alguna prenda de ropa, lo hace con su dinero ahorrado de Reyes o con el de sus pagas. ¿Su futuro? Me gustaría ser psicóloga, pero hay que estudiar mucho [se ríe]. No me veo capaz .

Hablan los hijos

-Mario, 17 años

Denunciado por maltrato en el ámbito familiar

No me gusta que me lleven la contraria. Mi padre es arquitecto; mi madre, maestra. Mi madre es más pesada, siempre estaba encima de mí. Y mi padre hace lo que ella dice, no quiere problemas. Fui a un buen colegio. Antes aprobaba; ahora, no Estaba mucho tiempo con el ordenador, y mi madre me decía que me quitara y yo que no, hasta que me quitaba los cables. Nunca le he dado dos hostias, solo empujones, pero cuando me pongo nervioso no controlo mi fuerza .

-Álvaro, 16 años

En un centro de menores

Soy tranquilo, pero se me cruzan los cables. Con 13 años empecé con los porros y eso a la larga te hace daño, ¿no? A los 15 ya me descentré, ni iba a clase ni nada Estaba todo el día en la calle. Llegaba a casa y mi padre me miraba de arriba abajo. Eso es lo que me molesta. No me gusta que me controlen. Un día cogí la PlayStation y casi se la estampo en la cara. Solo me acuerdo de la última vez que le di, del puño que le metí. Le metí un papo que le puse un ojo morado. Estuvo un mes sin hablarme Ya me tenía miedo. Imagínate que tienes un hijo que está ‘to’ loco; a mí se me va ‘mogollonazo’ la cabeza .

-Belén, 17 años

En un piso tutelado

Mi madre es enfermera. Mi padre murió. Tengo un problema con la agresividad. Llevo un año practicando kárate y me ha ayudado un montón; me descarga He ido a psicólogos, pero nada. Voy allí a recordar y recordar. Prefiero estar sola, se me pasa antes. Le he pegado a mi madre, pero ella también a mí. Una vez con una cuchara de madera. Seguirá siendo mi madre, pero no le perdono que me denunciase. Hasta el día del juicio no lo reconoció .

Hablan los padres

-Remedios, 45 años

Yo me machaco mucho. Creo que soy la culpable de que él esté internado en un centro No quiere que lo llamemos. Tengo cuatro hijos. uno de mi primer marido y tres de mi segunda pareja. Él es el mayor de estos tres. Me tiene manía A mí; a su padre, no. Y eso que yo le compraba ropa o las zapatillas de marca; a lo mejor su padre no quería y yo a escondidas se lo compraba. Soy muy blanda. Conmigo ha conseguido todo lo que ha querido La primera vez que me pegó, no le dije nada a su padre. Pero ya después, las otras veces, me entró el miedo. Pusimos cerrojos en las habitaciones .

-Ángela, 51 años

Mi hija es adoptada. Era una niña dulce, pero con un pronto Ha estado muy mimada. De pequeña pedía y yo le decía. ‘Ahorra ‘. Mi marido le daba más caprichos. Cuando murió, ella estaba como perdida; tenía 11 años. Yo me vi muy mal porque tenía que llevar toda la responsabilidad Empezaron los gritos, los insultos. Se pasaba 12 horas seguidas con el ordenador. Se levanta a las tres de la tarde. Se echó un novio de 21 años En la última agresión me cogió por el cuello. Tengo un parte de lesiones. Pero como empezó con 13 años tampoco me aceptaban denuncias ni nada. Y ahí he vivido un año y pico de infierno .

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