Casi 4000 presos desbordan ya la cárcel de Quezon City, en Manila, construida en principio para albergar a no más de 800

Apilados, compartiendo miseria, suciedad, enfermedades… y durmiendo por turnos. Así sobreviven los reclusos de la prisión más conocida de Filipinas, que fue construida hace seis años y que hoy se ha convertido en un infierno propio de las peores películas de terror. «Donde caben 800, caben 3800», debió de pensar el nuevo presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, cuando inició su campaña contra el narcotráfico, que se ha saldado con 4300 presos. Detenciones preventivas, las llaman.

Y mientras esperan el dictamen de la justicia, los internos resisten en condiciones infrahumanas, tratando de dormir distribuidos entre los camastros de las celdas, en la cancha de baloncesto y las escaleras internas de la cárcel. Muchos de ellos, en cuclillas, esperan turno para poder recostarse y ‘descansar’ al menos durante unas horas. Cocinar, lavar la ropa, asearse…

Todo ocurre en el mismo espacio reducido. «Si no abren nuevas cárceles, más tribunales y no hay más fiscales, el sistema estallará y se producirá una crisis humanitaria, advierte Raymund Narag, un exdetenido que tuvo que pasar siete años en Quezon City antes de ser absuelto por la justicia. «Las raciones de comida se sirven a horas inusuales y no son aptas ni para los cerdos», asegura en su libro La libertad y la muerte dentro de la cárcel, en el que describe las terribles condiciones de vida de los presos. «Todos los meses mueren entre dos y cinco reclusos por las enfermedades», concluye.

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