Davinia Rodríguez. Correo Electrónico

Muchas personas, más de una empresa, educandos y hasta algún amigo del mundo de la política me preguntan qué me suscita la crisis actual en el cerebro; acostumbrado como está a descodificar la realidad para entender un poco lo que pasa alrededor, ¿cuál es su reacción ante el hecho descabellado de que la mitad de los jóvenes de este país estén sin trabajo?

Mi cerebro se ha acostumbrado desde tiempo inmemorial a solo dos opciones. to fight o bien to fly -luchar contra las dificultades o bien largarse, huir cuanto antes, si no se intuía ninguna salida razonable.

A mis amigos les digo que no deben extrañarse demasiado si algunos de los parados, hartos de esperar en vano, deciden largarse a otra parte. Esa actitud es menos vergonzosa de lo que mucha gente imagina. Las corrientes migratorias han sido casi siempre el sostén de regímenes que languidecían; han sido las hormonas innovadoras que han alimentado múltiples esqueletos sociales; tanto en los países receptores como en los de emigrantes.

Entre los que decidían huir estaban, muy a menudo, los trabajadores más preparados, los innovadores más decididos, la gente más dispuesta y más valiente para remangarse y cruzar el río. Se beneficiaban los países receptores, pero también los que se quedaban atrás. Ahora bien, siempre fueron una minoría los que decidían irse. El problema consistía en saber por qué la inmensa mayoría había preferido luchar contra los acontecimientos quedándose donde estaba. Y por supuesto. ¿en qué cosas habían acertado y en cuáles se habían equivocado?

Resulta que la gran mayoría había intuido, a pesar de todos los desperfectos, que su hijo acabaría encontrando el lugar que buscaba en la escuela elegida, que a él no lo despedirían del trabajo, que el banco iba a ejecutar cantidad de hipotecas salvo la suya. Eso es lo que a una amiga científica inglesa le indujo a preguntarme si conocía algún pesimista en mi barrio; no era una excéntrica, en contra de lo que cree el mundo mediático, mi amiga científica no hacía sino aflorar un hecho bien conocido en la historia de la evolución. la gente ha dado muestras siempre de un optimismo exagerado que la han ayudado a soportar y superar las peores condiciones imaginables.

Eso es lo primero en lo que piensa mi cerebro cuando intenta interpretar el significado de la crisis económica. Lo segundo en lo que piensa es que dos grandes descubrimientos científicos efectuados el uno en Gran Bretaña y el otro en la universidad de Columbia, en EE.UU., han demostrado que se puede vencer la tendencia cerebral a negar de cuajo cualquier disonancia y que, por el contrario, es posible cambiar de opinión y de cerebro mediante la experiencia individual. En otras palabras, está en nuestra mano cambiar el cerebro de los demás y, por lo tanto, el mundo.

La tercera cosa que me sugiere el cerebro es que no sirve de nada acertar en la vocación de una persona si no se es capaz, al mismo tiempo, de controlar ese instinto o ese dominio; solo hay una manera de controlarlo y consiste en profundizar en su conocimiento, no parando nunca o casi nunca. Es decir, hay que meterle más y no menos esfuerzo a lo que llaman el elemento cuando las cosas no van del todo bien.

La cuarta cosa que me sugiere el cerebro es que, lejos de detestar todavía más lo que me rodea, es mucho mejor desarrollar la empatía necesaria para ponerse en el sitio de los demás. Sintonizar con los sentimientos de los demás, en lugar de comportarse como los psicópatas; ahora bien, hay que hacerlo sin pasarse, so pena de perder el control de la acción que estamos ejecutando.

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