Hace más de 140 años, ‘The New York Herald’, uno de los grandes diarios de la época, publicó en su primera página la que llegaría a ser una de las entrevistas más célebres de todos los tiempos

Un par de años antes su director había enviado a África al aventurero y reportero Henry Morton Stanley con el propósito de encontrar al escocés David Livingstone, del que no se tenían noticias desde hacía casi un lustro y a quien se sospechaba todavía vivo en algún rincón de lo que entonces se llamaba Zanzíbar (hoy parte de Tanzania), empeñado en encontrar las legendarias fuentes del Nilo.

«¿El Dr. Livingstone, supongo?» fue un invento del audaz reportero, dotado de habilidad para el autobombo

En aquella entrevista se transcribía el saludo con el que el periodista, supuestamente, habría cumplimentado al misionero: «Dr. Livingstone, I presume?» (¿El doctor Livingstone, supongo?). Una broma, si tenemos en cuenta que Livingstone era el único blanco -aparte del propio Stanley- que podía hallarse en aquel momento en la remota aldea de Ujiji, muy cerca del lago Tanganika.

La frase hizo fortuna, y se convirtió en una especie de paradigma del saludo entre flemáticos caballeros a los que las adversidades de la fortuna no les hacen perder los modales. Pero, como tantas otras frases a lo largo de la historia, su veracidad se pone en entredicho. Y de la misma manera que, al parecer, Flaubert nunca dijo exactamente: «Madame Bovary soy yo», aquella fórmula archifamosa fue un invento del audaz reportero y explorador, un auténtico mitómano dotado de gran habilidad para el autobombo.

El investigador británico Tim Jeal  en su biografía, Stanley, the Impossible Life of Africa As Greater Explorer,  además de ofrecernos un retrato auténtico del personaje, analizan las diferentes reconstrucciones autobiográficas que Stanley llevó a cabo para construir su propia leyenda. Sabemos más acerca de la peripecia de aquel esforzado y oportunista aventurero, un personaje cuya valentía iba pareja a su falta de escrúpulos y que participó activamente en la etapa más brutal de la penetración imperialista en África.

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