La Universidad de Yale ha creado un curso sobre la felicidad, que enseña nada menos que a ser feliz. En solo unos meses este taller sobre felicidad se ha convertido en el de más éxito de su historia, el que cuenta con más alumnos matriculados. Por Carlos Manuel Sánchez

• Un psicólogo colecciona palabras únicas que describen sentimientos positivos

¿Le apetece un helado de alitas de murciélago? ¿No? ¿Por qué, si no lo ha probado? La respuesta es que no necesita probarlo. Hay una región de su cerebro -el córtex prefrontal- que puede imaginarse que se echa una cucharada a la boca y sacar una conclusión: ¡puaj! ¡Qué asco!

El 40  por ciento de nuestra felicidad no depende de la genética, ni de nuestro nivel de vida. Depende de nosotros. Ser feliz requiere esfuerzo y ciertas rutinas»

Igual que los pilotos practican con simuladores de vuelo para evitar errores, el córtex nos sirve para simular experiencias. Es muy útil para sobrevivir, pero es un desastre a la hora de predecir si algo nos va a hacer felices o no. Por ejemplo, nos advierte de que no va a ser buena idea acercarnos a ese cocodrilo que parece dormido o coger con la mano ese trozo de carbón al rojo vivo. Y acierta casi siempre; si no lo hiciera, ya nos habríamos extinguido. Pero también nos dice que si nos compramos una casa más grande, un coche más potente, perdemos unos kilos y enamoramos a una pareja más guapa seremos más dichosos. Y falla casi siempre.

No se fíe de lo que le dice su cerebro. Le engaña

El cerebro humano tuvo que triplicar su peso para incorporar esa ‘app’ predictiva al lóbulo frontal. Tardó dos millones de años. Es una especie de Siri, un asistente personal que solo el Homo sapiens
-ningún otro animal- lleva de fábrica. No obstante, esa facultad de hacer conjeturas basadas en ensayos teóricos sin necesidad de experimentos reales tiene una pega: solo es fiable en lo que atañe a nuestra seguridad; pero nos hemos acomodado a usarla tanto y en tantas circunstancias para las que no estaba diseñada que falla más que una escopeta de feria. La mente nos engatusa todo el tiempo. No es que nos engañe a propósito. Sencillamente, hace sus cálculos y se lanza a la piscina.

El curso con más alumnos del mundo

Con esta premisa arranca PSYC157 -La Psicología y la Buena Vida-, el curso con más alumnos en la historia de la Universidad de Yale, impartido por la profesora Laurie Santos, y cuyo objetivo es enseñar a los estudiantes a ser (un poquito más) felices.

Unos 1200 matriculados por cuatrimestre. Tal es el éxito que Santos ha adaptado las enseñanzas al público en general y las ha subido a Internet. Se puede estudiar la versión on-line en la plataforma Coursera; gratis o pagando 40 euros, que dan derecho a obtener un diploma si se completan las diez semanas de lecciones. Hay más de 91.000 estudiantes inscritos de 168 países.

El cerebro humano incorpora una especie de’ app’ predictiva en el lóbulo frontal. Nos dice, por ejemplo: ‘Si como esto, me pondré enfermo’, es perfecta para manejar nuestra seguridad, pero no nuestra felicidad

La primera sorprendida fue la propia Laurie Santos. Una sorpresa teñida de preocupación. Los alumnos se inscriben en su curso porque no son felices, a pesar de pertenecer a la crema de las universidades. Una encuesta estudiantil revela que el 52 por ciento se siente a veces desesperado,
y el 39 sufre episodios de depresión.

Felicidad

@Unplash-Gabriel Silverio

El último informe mundial sobre la felicidad por países -lidera Finlandia; Estados Unidos está en el puesto 18; y España, en el 36- desvela que la paradoja de Easterlin se cumple: la felicidad no aumenta en proporción al dinero que se gane. En efecto, la renta per cápita estadounidense se ha duplicado desde 1972, pero el bienestar subjetivo ha disminuido ligeramente. «Diseñé este curso por tres razones: una es que la sociedad en general no es tan feliz como debería; una prueba es que se recetan cuatro veces más antidepresivos que hace veinte años. Otra es que los estudiantes necesitan herramientas para manejar su insatisfacción, incluso aquí en Yale, donde son unos privilegiados. Y la tercera es personal -confiesa Santos-, yo tampoco soy todo lo feliz que podría llegar a ser. De hecho, estoy por debajo de la media».

El objetivo: cambiar hábitos de comportamiento

¿Qué hace a este curso diferente? «Me centro sobre todo en el comportamiento. Promuevo un cambio de hábitos», explica Santos, doctora en Psicología y Biología y, dicho sea de paso, también investigadora de la conducta canina. Así que no solo se trata de aprobar, aunque algunos alumnos reconocen que están allí por los créditos y se agobiaron cuando la profesora les propuso la primera práctica, temiendo que les bajase la nota. Santos tuvo que aclararles que la idea no era esa. La felicidad hay que practicarla, asegura. Y se puede aprender a ser feliz como el que aprende a tocar el violín. «La ciencia nos ha mostrado que ser feliz requiere un esfuerzo intencional. No es fácil. Hay que dedicarle tiempo».

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