Los 1400 millones de viajeros que arrastran sus maletas por el mundo serán 1800 millones en 2030. Es una marabunta que está devorando ciudades y poniendo en riesgo el medioambiente. Los expertos nos dan soluciones contra la masificacion turística. Por Ixone Díaz Landaluce / Fotos: Getty Images y Cordon Press

Los venecianos no aguantan más el exceso de turismo

En el escaparate de la histórica farmacia Morelli, en Venecia, un marcador electrónico lleva la cuenta de los residentes del centro histórico de la ciudad. O, mejor dicho, la cuenta atrás. Hoy son menos de 53.000. En 1951 eran 218.000. La progresiva conversión de la ciudad italiana en un parque temático, que ha ido desterrando a los locales, culminó el año pasado con la instalación de tornos para controlar la afluencia de visitantes.

La deprimente imagen constata una realidad que se repite en todo el mundo, pero sobre todo en Europa: desde la lucha diaria de ciudades como Ámsterdam, Florencia y Dubrovnik por controlar a las masas hasta la huelga de los trabajadores del Louvre para protestar por la masificación del museo.

El futuro del turismo: cambio de modelo

Ya ni el Everest se libra de las colas. Ciudades como Barcelona, adonde cada año llegan 30 millones de personas, tienen que gestionar la ‘turismofobia‘, pero también los ‘platos rotos’. Desde la contaminación hasta los precios de los alquileres y los barrios convertidos en guetos para turistas mientras los vecinos (y pagadores de impuestos) hace años que no pueden tomarse una caña tranquilamente en la Plaza Real. El turismo se ha convertido en un fenómeno omnipresente, omnipotente e insostenible. Al menos, tal y como funciona ahora.

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La llegada de unos 30 millones de turistas al año ha provocado protestas en Barcelona

Los números no hacen más que certificar la dimensión del problema: ya hay 1400 millones de viajeros al año circulando por el mundo y la Organización Mundial del Turismo (OMT) espera que en 2030 sean 1800 millones. El turismo representa, además, el diez por ciento del PIB mundial, el sector emplea a uno de cada diez trabajadores y en la próxima década se crearán 100 millones de nuevos puestos. Sin embargo, para entender bien la situación, conviene rebobinar. Fundamentalmente, porque en el año 2000 solo había 674 millones de personas arrastrando sus maletas. ¿Qué ha pasado en tan poco tiempo? Resumiendo: el boom de las aerolíneas low cost democratizó los vuelos, el turismo de cruceros ha aumentado exponencialmente en Europa, Airbnb ha puesto patas arriba al sector hotelero y hasta el cambio climático ha contribuido haciendo más largos los veranos. Por no hablar de fenómenos como TripAdvisor y hasta del postureo vacacional en Instagram. Además, muchos gobiernos usaron el turismo para salir del pozo de la crisis. Todo suma. Y todo resta, claro.

«Un fin de semana en Berlín, un puente en Londres… Cuanto más incierta es la situación laboral y política en casa, más volamos», explica el experto Xavier Font

Jesús Blázquez, cofundador del Centro Español de Turismo Responsable, certifica el descontrol en el que está sumido el sector: «La industria turística ni siquiera es capaz de controlar sus operaciones debido a las plataformas de viajes on-line. La única forma de cambiar el paradigma es concienciar al consumidor». Según la OMT, un tercio de los viajeros ya escoge su destino según su sostenibilidad, pero Xavier Font -profesor de marketing y sostenibilidad en la Univerisdad de Surrey (Reino Unido)- no está tan seguro. «Hoy, el turismo sostenible es un oxímoron. Cada vez queremos volar más: un fin de semana en Berlín, un puente en Londres… Los sociólogos coinciden en que cuanto peor está la vida en casa, cuanto más incierta es la situación laboral o política en un país, más volamos. Para escapar. Y la huella de carbono de eso es enorme. Además, ahora alquilamos un Airbnb, molestando a los vecinos y encareciendo el costo de la vida en esos destinos. Hemos reducido el impacto económico positivo y aumentado el social y medioambiental negativo».

La decisión de imponer cuotas

El problema está en encontrar soluciones eficientes para cumplir con los tres mandamientos del turismo sostenible: las buenas prácticas medioambientales, la protección del patrimonio cultural y natural y la necesidad de que los beneficios económicos sean tangibles para las comunidades locales. Hay formas drásticas de hacerlo: como Bután, cuyos visitantes solo pueden pasar la frontera de la mano de uno de los operadores turísticos aprobados por el Gobierno y pagando una tasa. Pero las políticas de cuotas resultan muy impopulares. Dubrovnik, a la que la Unesco ha recomendado limitar a 8000 visitantes al día su flujo de turistas, aún no se ha decidido a hacerlo. E Islandia, que con una población de apenas 330.000 habitantes recibió 2,3 millones de turistas en 2018, todavía estudia cómo regular las visitas a lugares tomados por las masas como la idílica Laguna Azul.

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La Unesco ha recomendado a Dubrovnik (Croacia) que limite los turistas a 8000 al día. No lo ha hecho

Ámsterdam, saturado por los 19 millones de visitantes que recibe cada año, lo está intentando todo: desde subir las tasas o imponer multas a los turistas incívicos hasta dirigir a las masas hacia lugares como Zandvoort, una localidad aledaña que ya venden como ‘la playa de Ámsterdam’. «Una de las cosas más interesantes que ha hecho Ámsterdam es dejar de invertir dinero en su promoción turística, una decisión que, paradójicamente, se ha convertido en un fenómeno de promoción», explica Blázquez.

Ámsterdam ha dejado de invertir dinero en su promoción turística. Paradójicamente, esa decisión se ha convertirdo en un fenómeno que atrae a más turistas

Efectivamente, el marketing es una de las piezas claves. «Se promociona Barcelona para viajes cortos y para el mercado chino, pero ¿cuál es la huella de carbono de esos viajes en proporción al gasto que dejan en la ciudad? No es lo mismo el turista que va a Barcelona cinco días a hacer yoga y dar paseos que el que viene un fin de semana de borrachera», explica Font. Los expertos coinciden en que lograr que los visitantes se queden más tiempo en el mismo destino es fundamental.

Es lo que han logrado dos iconos del turismo sostenible: Costa Rica y Nueva Zelanda. «No son mercados de estancia corta. Atraen a turistas de mayor poder adquisitivo que se quedan más tiempo», asegura Font. Costa Rica, que en 2021 será el primer país neutro en emisiones, ha sabido desarrollar una imagen de ecoturismo.

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Cada día, 30.000 personas pisan la escalinata de la plaza de España de Roma. La ciudad ha acotado el aforo de monumentos como el Coliseo

La buena noticia es que no son casos tan aislados. «En muchos países en desarrollo, como Guinea-Bisáu, Mauritania o Botsuana, el ecoturismo está salvando los espacios naturales cuenta Blázquez. Aunque también hay obstáculos. José María de Juan Alonso dirige Koan Consulting, una empresa que diseña nuevos destinos sostenibles. Acaba de regresar de Madagascar, donde sus entrevistas con altos funcionarios siempre se atascaban en el mismo punto. «El turismo bien hecho es el que crea empleos locales, no los megahoteles. Lo tenemos superestudiado: del dinero que llega a un resort, apenas el siete por ciento se queda en ese país. Pero muchos países tienen ese maldito modelo metido en la cabeza. Y cuesta hacerles entender que no funciona».

Impulsar el turismo de proximidad

En España, donde el turismo sostenible sigue siendo una gran asignatura pendiente, regiones como Teruel o la sierra de Guadarrama están tratando de posicionarse como destinos responsables para evitar, de rebote, la despoblación del medio rural. «Hay que poner en valor el turismo de proximidad porque, a veces, parece que para hacer turismo responsable hay que irse al altiplano de Bolivia», explica De Juan. De hecho, es justo al contrario.

En realidad, la industria turística es la primera interesada en solucionar sus problemas. Uno de los grandes retos es simplificar los sellos de sostenibilidad, multiplicados por todo el planeta, con criterios y estándares confusos e imposibles de desencriptar hasta para los viajeros más concienciados. «Hay una guerra comercial entre los sellos. Y nadie quiere ceder ni hacer una alianza para no perder su pedazo de la tarta», admite De Juan Alonso. Pero no todo son resistencias. «Una parte del sector está integrando rápidamente los cambios, sobre todo los hoteles. Porque para ellos ‘turismo sostenible’ significa una gran reducción de costes en agua y energía. A los turoperadores les cuesta más», explica Blázquez.

Los iconos del turismo sostenible, como Costa Rica, no son mercados de estancia corta. Atraen a turistas de mayor poder adquisitivo y, además, durante más tiempo

Eso sí, todo el mundo quiere salir en la foto. Es lo que en el sector se conoce como greenwashing o ‘ecopostureo’. «Ahora, todo el mundo dice ser sostenible. Hasta España, que nunca se ha distinguido por su sostenibilidad, de pronto lidera un proyecto de la ONU. Eso no hay quien se lo crea. Es mentira. Una chapuza política, te lo garantizo», denuncia De Juan Alonso. Se refiere a One Planet Sustainable Tourism, un programa de la OMT que liderarán Francia y España y del que, de momento, no han trascendido demasiados detalles.

Mientras tanto, las pequeñas empresas de turismo sostenible pelean por hacerse un hueco. Según Jesús Blázquez, lo más difícil es lograr la visibilidad suficiente. «Hay muchos negocios de turismo sostenible que, además de generar empleos dignos, son rentables. Eso sí, no son máquinas de hacer dinero fácil. A diferencia del turismo de masas, este no es un sector que busque una rentabilidad alta». Y eso sí que requiere un cambio radical de paradigma.

Abordar el problema de los cruceros

Según un informe de la organización Transport & Environment, en 2017 solo los barcos de Carnival Corporation emitieron diez veces más dióxido de azufre que el total de los 260 millones de coches que circulan en Europa, unos datos que la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros ha rechazado.

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El turismo ha invadido Venecia. En 1951, la ciudad tenía 218.000 residentes; ahora solo quedan 53.000

Tradicionalmente, los combustibles utilizados por este tipo de barcos, que llegan a albergar hasta 6000 pasajeros por trayecto, son altamente contaminantes. Y aunque las grandes compañías del sector empiezan a apostar por combustibles más limpios, la transición será lenta. Además, el impacto social de los megacruceros tampoco es desdeñable. Por un lado, el desembarco simultáneo de miles de turistas es difícil de gestionar. Y, a menudo, su impacto económico es escaso: apenas están unas horas en la ciudad y casi no consumen. Según Xavier Font, el problema a menudo empieza por la bandera. «Las empresas de cruceros no pagan impuestos donde deberían, sino donde tienen registrados sus barcos, en sitios como Bahamas o Argelia. Y los derechos laborales y medioambientales que aplican también son los de esos países».

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