Hablamos con los fundadores de WeWork, una compañía de ‘coworking’ que en solo ocho años se ha extendido por el mundo. Y van a por más. Bienvenido a la oficina feliz, donde sirven cerveza y café gratis: y también han plagado de sensores todo el mobiliario para saber cómo y cuánto se trabaja. Por Will Pavia

«¿Una oficina puede hacerte feliz?, pregunto al cofundador de WeWork Adam Neumann. Me responde: «Yo creo que esta oficina te sube el ánimo».

Tiene 39 años. Está sentado en un sofá azul. El sol entra por grandes ventanales con vistas al barrio neoyorquino de Chelsea, el suelo es de madera sin tratar, hay una amplia cocina coronada por un jardín colgante y una hilera de grifos que dispensan café y cervezas artesanales. Entro en uno de los cuartos de baño unisex, donde suena el tema principal de La guerra de las galaxias. Incluso el lavabo resulta inspirador.

Me encuentro en la sede de WeWork, una empresa fundada hace ocho años y que está expandiéndose a la velocidad de la luz. La compañía ofrece lugares de trabajo a la última para hipsters y emprendedores, y abraza una especie de religión según la cual todos acabaremos por realizarnos en el trabajo. WeWork hoy cuenta con un cuarto de millón de ‘miembros’ que alquilan espacio en sus 283 oficinas, situadas en 75 ciudades. Tiene un valor estimado en 40.000 millones de dólares. En España desembarcó en 2017 y ahora dispone de dos oficinas en Madrid y otras dos en Barcelona.

cocina wework

El negocio WeLive engloba la creación de edificios de pisos con pequeños apartamentos y zonas comunes. Ya hay dos: en Nueva York y Virginia

El Valhalla de los ‘millennials’

A través de este imperio, los directivos de WeWork (que, por cierto, va a cambiar su nombre a The We Company) están recogiendo una descomunal cantidad de datos sobre la forma en que usamos nuestros lugares de trabajo. Lo hacen con sensores insertados en sillas y escritorios y aseguran que así pueden adivinar si nos sentimos felices y productivos.

WeWork cuenta con 283 oficinas en 75 ciudades y tiene un valor estimado de 40.000 millones de dólares

«Usted me dirá cómo lo ve -comenta Neumann-. Yo, al moverme por este entorno, me siento animado, bienhumorado y despierto».

Lo que yo veo: que estoy muy mayor. En este lugar hay hombres y mujeres jóvenes por todas partes: jóvenes que beben expresos gratuitos, jóvenes despatarrados en los sofás mirando sus móviles… Si existiera un Valhalla para millennials, sería como este lugar. Siempre seguido por su séquito, Neumann haría las veces de Odín. De hecho, nuestro hombre lleva a pensar en un vikingo. Su compañera, Rebekah Paltrow (la madre de sus cinco hijos, prima de Gwyneth Paltrow), es alta, tiene aspecto de elfo y trabaja en un cubículo de cristal junto con Neumann. Miguel McKelvey, el cofundador de WeWork, también recuerda a un dios noruego. Mide dos metros.

Neumann y McKelvey se conocieron hace diez años. McKelvey era arquitecto y Neumann, un emprendedor que aspiraba a hacerse rico con ropa infantil. Alquilaban oficina en un almacén frente a los muelles de Brooklyn y vieron una oportunidad. Neumann habló con el propietario y consiguió que les dejara un piso entero para acondicionarlo y alquilarlo a otros jóvenes igual de modernitos. Al principio todo se reducía al cableado y el wifi, pero pensaron que lo que tenían entre manos podía ir más allá.

coworking

Miguel McKelvey, Adam Neumann y Rebekah Paltrow Neumann -fundadores de WeWork- posan en la primera escuela creada para los niños de los miembros del coworking

Fundaron WeWork en 2010, con la idea de vender no ya simple espacio de trabajo, sino «una vibración». A la red de WeWork se le sumaría un gimnasio llamado Rise y una escuela de primaria, WeGrow, de la que se encarga Rebekah. También está WeLive, el proyecto de crear edificios de pisos al estilo de WeWork. Ya existen dos en Nueva York y Virginia, caracterizados por sus pequeños apartamentos, grandes cocinas y salas comunales. La corporación también ha comprado MeetUp, una red social en la que puedes relacionarte con gente que comparte tus gustos e intereses en tu misma zona geográfica. Con el tiempo, los integrantes de la denominada we generation podrían vivir sus vidas en comunidades regidas por la compañía.

En la cúspide de este imperio, recién convertidos en muchimillonarios, los líderes de WeWork hablan al estilo de los magnates de Silicon Valley, convencidos de que su corporación es verdaderamente única. No se conforman con sacarse un pastón, lo que quieren es transformar el mundo.

gimnasio wework

La empresa abrió su primer gimnasio, llamado Rise by We, en Nueva York. El espacio cuenta con zona de entrenamiento y spa y basa su rutina en el mindfulness

Algunas voces críticas

Es lunes por la mañana y he entrado en el mundo WeWork acompañado por un jefe de prensa. En Nueva York hay más de 50 WeWork: en cada uno puedes alquilar un escritorio, una habitación o espacio para una compañía entera. Un gestor comunitario va y viene por cada oficina, organizando eventos y facilitando el establecimiento de relaciones personales entre los trabajadores. No parece que haya mayores de 30 años. Algunos han escrito unos perfiles de presentación, que han dejado pegados en unos tableros junto a los ascensores. En ellos constan sus estadísticas vitales. su nombre, su bebida para llevar preferida y su animal espiritual.

«¿Cuál es tu animal espiritual?», pregunto a mi guía, el jefe de prensa. «El flamenco», responde sin vacilar.

Me reúno con un miembro de WeWork -y un amigo común- en un bar del Soho neoyorquino. Vamos a poner que se llama Mike. Tiene 30 años, es corredor de Bolsa y lleva su pequeño negocio desde un WeWork. Mike se muestra crítico y comparte lo que otros dicen en Wall Street: que WeWork, en realidad, es una compañía inmobiliaria que trata de fingir otra cosa y cuyo valor estimado está sobrevalorado en comparación con el de otras inmobiliarias que tienen mayor espacio de oficinas. «¡Es pura fachada! -exclama-. Es como si Uber, que no pasa de ser una gran agencia de taxis, tratara de hacerse pasar por una compañía de tecnología punta».

«Nuestros sensores analizan gestos y palabras para saber si los empleados son felices»

Después de la entrevista me dirijo a la nave nodriza, el cuartel general de WeWork en el barrio de Chelsea. Allí me recibe un ejecutivo de WeWork que me dice: «Quédate de pie y contempla este espacio». Veresh Sita posee el título de responsable de proyecto. Tiene 45 años. Su animal espiritual es el águila. Según me explica, «tengo la certeza de que no hace falta estar encadenado a un escritorio para ser productivo». A principios del milenio, en las compañías se consideraba que cada empleado necesitaba de una veintena larga de metros, agrega Sita. Los análisis hechos por WeWork establecen que «la superficie idónea puede ir de los dos a los diez metros», indica.

escuela para huijos de wework

Rebekah Paltrow fue la responsable de iniciar WeGrow, una escuela de primaria que fomenta la confianza en uno mismo y el espíritu emprendedor

Me lleva a un pequeño enclave de monitores y pantallas y me muestra unos mapas de calor: oficinas que muestran dónde se encuentran los cuerpos humanos. «Contamos con nuestra propia red de sensores. Están en todas nuestras sillas y escritorios». Habla del «análisis de los sentimientos», destinado a conocer los sentimientos de una persona a través de sus gestos, y del «análisis lingüístico», por el que un ordenador registra lo que las personas están diciendo y juzga si son felices.
Buf…

Algunos inversores creen que WeWork es pura fachada, que está sobrevalorada

«Como es natural, vamos a hacerlo todo de forma anónima, sin dar nombres», explica Sita. Las empresas podrán acceder a las ventajas proporcionadas por los datos que WeWork recoge de forma constante.

Un pastel enorme

Neumann y McKelvey son propietarios de 300 edificios. Pero para ellos eso no es lo importante. «Nada de eso. Es un uno por ciento. Un grano de arena», replica Neumann. «Te habrás fijado en que tocamos muchas teclas -añade-. Está el sector inmobiliario, claro. Pero también estamos especializados en cultura del lugar de trabajo, gestión de edificios, y todo lo relacionado con analítica de personas y analítica de espacios». Neumann y McKelvey hablan con fervor de misioneros. En su momento empezaron proporcionándoles a los hipsters un lugar adecuado de trabajo. «Hoy miramos por la ventana y vemos enormes rascacielos donde trabajan miles de personas. Gente que maldice su vida al entrar en la oficina. ¿Y si también pudiéramos ayudarlos?».

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