Un espacio ahogado

Artículos de ocasión

En las últimas semanas ha habido varias manifestaciones tan masivas que han sorprendido no sólo a los partidos políticos, sino también a los medios de comunicación. Las movilizaciones de jubilados y pensionistas tras recibir una carta del Gobierno donde se les anunciaba una subida ridícula para el año que viene ha servido para conocer la situación precaria de muchos ancianos. Y más aún para preguntarse muy en serio si el sistema de pensiones es sostenible dada la curva de envejecimiento en la que nos encontramos. La huelga feminista tuvo un seguimiento masivo, convertida la calle, sobre todo, en la mayor reivindicación por la igualdad que nunca había tenido lugar en nuestro país. Lo mejor de ambas demostraciones de fuerza es que los partidos políticos no eran los promotores, sino que más bien permanecían al margen o trataban de añadirle su sesgo sin acabar de lograrlo. Ese detalle es el que propició algo inusual, que la calle fuera tomada por las personas y no tanto por las siglas políticas.

No es extraño que los partidos traten de capitalizar cualquier movimiento social. Sobre todo si alcanza magnitudes tan significativas. Pero su mera presencia en cierto modo desactiva también a muchas personas, que cuando se plantean los grandes asuntos del país no quieren que su posición sea interpretada como una carta blanca a un partido. Los votantes son votantes en tiempo de elecciones, pero el resto del tiempo quieren ser tratados como seres independientes que tratan de hacerse preguntas y resolver cuestiones al margen de la agenda de los partidos. No hay ningún desprecio de la política en esa acción, sino una demanda de respeto para el ciudadano. Vivimos bajo un estado de cosas en el que es imposible que las personas de la calle tengan una opinión o muestren un problema en público sin que inmediatamente sean desacreditados como partidistas. En una democracia racional, las expresiones de la gente no tienen por qué ser correa de transmisión de las siglas electorales. Hay pensionistas y mujeres de todos los partidos en las concentraciones masivas de los días pasados y así tendría que ser siempre.

Sin embargo, es algo desacostumbrado. Vivimos bajo un telediario cruzado donde hay siempre declaraciones de los partidos mejor representados que le sacan punta a la realidad para favorecer sus intenciones de voto o perjudicar al rival. Ese juego dialéctico, que resulta cansino, podemos llegar a tolerarlo, porque entendemos lo complicado que es presentarse a las elecciones. Sin embargo, esa dinámica ha empobrecido a la sociedad y cada vez que se quiere tratar un asunto, los partidos se adueñan de la conversación. Por eso fueron tan importantes y compartidas estas manifestaciones pasadas, porque de pronto, a modo de alivio, los partidos eran secundarios en la pelea y los ciudadanos tenían la impresión de volver a respirar, de volver a poder usar la plaza pública y los medios para sus reivindicaciones sin que de inmediato se les asociara con una opción electoral. Necesitamos ese espacio para la gente, porque si no todo se transforma en una disputa algo infantil por torcer la visión de conjunto de acuerdo a los planes de partido.

Pocos días después volvía a suceder con la legítima reivindicación de padres de víctimas de horribles delitos contra menores. Salieron a las calles y recogieron firmas para pedir que se endurezcan las condenas. Puede haber ciudadanos con visiones muy distintas de ese problema, pero en el momento en que los políticos se adueñaron del debate, el tono cambió. Se pasó del respeto al zascandileo y tuvo que salir la madre de unos niños asesinados por su expareja para reclamar que los políticos se alejaran de causas así y no se las apropiaran para sus intereses oportunistas. Una sociedad sana necesita ese espacio sin siglas ni patronazgos, donde las personas se enfrenten de verdad a la complejidad de las decisiones y una vez que racionalicen sus propuestas se las puedan hacer llegar a los representantes políticos para que tomen partido. Pero todo lleva su proceso y un margen de respeto a la ciudadanía. Es ese limbo el que se quiere recuperar y el movimiento feminista y el de pensionistas apuntan en esa dirección. Ojalá puedan enriquecer la convivencia.

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