La Internacional de Enanos de Jardín

Palabrería

Seto. La Internacional de Enanos de Jardín, conocida popularmente como la Enanín, celebraba el congreso bianual ahogada en una crisis severa. Bajo el título ¿Cómo recuperar el liderazgo perdido?, el comité ejecutivo había dado a aquella reunión la mayor de las trascendencias. La decadencia de la organización era notoria y la extinción estaba a la vuelta del seto. En los años 70, la comunidad colonizaba todos los patios traseros o delanteros de los suburbios de ciudades de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Algunos delegados insistían en lo esencial de las ponencias de relleno, como la de cambiar el nombre oficial por el más respetuoso e inclusivo de ‘Seres de Talla Pequeña’ o por otro aún más tierno: ‘Seres de Baja Estatura Pero Con Gran Corazón’. ¿Qué importancia tenía si eran de cerámica?, reflexiona la mayoría.

Maza. El presidente, una reliquia de anticuario del siglo XIX, figura legendaria del movimiento, intentó suprimir con un golpe de autoridad eso que llamó «una pérdida de tiempo». La acción fue demasiado violenta porque, como complemento a su estampa, el presidente portaba una caña (muchos enanos, perdón, Seres de Baja Estatura Pero Con Gran Corazón eran representados así), por lo que azotó a los pobres disidentes al mover el hilo de pescar de una forma imperiosa. Se lamentó: ¿por qué no lo habrían diseñado con una maza, más adecuada a su rango y altura (era un decir)?

Yeso. A la asamblea habían llegado delegaciones de decenas de países, aunque el comité ejecutivo seguía dominado por los europeos. Acaso, decían los críticos, desde hace unos años, ¿no somos todos chinos? ¿Qué es más determinante?, seguían, ¿dónde te han fabricado o dónde te destinan a vivir? Existían dos familias aristocráticas: el linaje de Blancanieves/Walt Disney y el de David el Gnomo. Hartos de la hegemonía de los alemanes y de los clanes famosos, pedían que los cargos estuvieran mejor repartidos, más allá de los derechos históricos y familiares. «Concentrémonos en lo auténticamente decisivo», volvía a pedir el presidente, que, por supuesto, era alemán. Recordó el periodo terrorífico del Frente de Liberación de Enanos de Jardín (FLEJ) y los cientos de secuestros que llevaron a cabo. Y el engaño. Porque los terroristas del FLEJ hicieron creer lo contrario, que los rescataban del cautiverio –¿pero quién se quejaba de vivir entre árboles y arbustos, o sencillas macetas, y a resguardo de los peligros del bosque y los animales salvajes?– y los llevaban a ver mundo. Jamás regresó ninguno de los raptados. En voz baja se hablaba de fosas comunes llenas de trozos de yeso.

Caña. Con un latigazo de sedal, el presidente dio paso al ponente principal, que analizó el declive («admitámoslo: somos kitsch») y cómo frenarlo adaptándose: ya se vendían zombis con la cara destrozada (los industriales chinos estaban contentos por colocar lo que antes se conocía como defecto de fabricación) y unos tipejos desnudos y con gafas de sol. Tras intentar copiar a los Pitufos, fueron denunciados por la compañía encargada de los intereses azules. Para escapar de las leyes de protección intelectual, les cambiaron el nombre: Enanos Viagra. Los volvieron a demandar. El ponente enumeró algunos otros cameos de colores: abuelo Simpson (amarillo), Yoda (verde) y Batman (negro). Parecía que gustaban, sobre todo, a las nuevas generaciones que, ay, ya no tenían jardín.

Caracol. El presidente abrió un turno de preguntas. Tímidamente se levantó una mano en la sala.
Era uno de esos enanillos que cabalgaban un caracol. Dijo: «Miren a su alrededor. ¿Qué ven? Un puñado de tíos viejos con gorros rojos y barbas largas. ¡Por supuesto que vamos a desaparecer! ¿No se dan cuenta? ¡No hay mujeres! ¡No hay enanas! ¿Cómo vamos a ponernos al día si el sexo femenino es inexistente en nuestro mundo? ¡El tiempo del patriarcado enanil ha acabado!». Comprendieron,
al fin, que el enanicidio era irreversible.

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