David Remnick dirige desde hace casi 20 años una de las revistas más respetadas del país: el semanario The New Yorker. Por María de la Peña

Nos recibe en su despacho del piso 38 del One World Trade Center y nos desvela su enfado por el penoso balance del presidente después de sus primeros cien días de mandato. A través de sus editoriales demuestra que no está dispuesto a callarse, y confía en la excelencia de sus artículos en profundidad para poner cordura ante lo que él llama ‘un estado de emergencia’.

XLSemanal. Su último editorial con motivo de los primeros cien días de Trump no es esperanzador. Parece igual de enfadado que el día que escribió Una tragedia americana, cuando ganó Trump.

David Remnick. Cómo no voy a estar enfadado. Es mi país. Trump no tiene valores democráticos. Y, además, no es honesto. Su hija y su yerno están aprovechando el mandato para enriquecerse. Es obsceno. Y no quiero quedarme callado.

XL. Ha demostrado que va a ir a por todas con sus investigaciones, como la última sobre los turbios negocios de Trump en el pasado.

D.R. Quiero contar la verdad, hechos. El problema de Trump llega cuando se queda sin dinero a mediados de los noventa y empieza a hacer negocios en el extranjero. Le pedí a uno de mis escritores que investigase. Y descubrió que hacía negocios en Azerbayán con lo peor de lo peor.

XL. ¿Cómo está resultando ese embate entre Trump y los medios?

D.R. Trump está intentando volver loca a la prensa, pero la prensa está demostrando estar a la altura. Tenemos que ser más agresivos, más inteligentes, más profundos e incansables.

XL. ¿Cómo definiría este momento en el periodismo de EE.UU.?

D.R. Es un momento de urgencia. No es la primera vez que tenemos una crisis en la política, pero esta vez también tenemos una crisis de las bases democráticas y dependemos de alguien que no es estable. No quiero decir que Trump esté loco, pero no sabe lo que hace. Nuestra misión, lo único que está en nuestras manos, es defender la libertad de expresión, la democracia en acción. Así que me levanto por la mañana sabiendo muy bien lo que tengo que hacer.

XL. ¿Qué ha cambiado en The New Yorker con Trump?

D.R. Lo que ha cambiado es Trump. ¡Eso es lo extraordinario! Lo que es una emergencia es Trump. Y tenemos el deber de responder. Hoy ha dado una entrevista a Associated Press y ha dejado claro que no sabe nada de política. Su sistema de valores es errático; no cree en nada; su actitud hacia las mujeres, hacia la gente de color, inmigrantes, es… ¡una emergencia!

XL. ¿Cuál es la misión de The New Yorker?

D.R. Poner un poco de cordura, de luz, y no pensar que no pasa nada. Sí pasa. Esto es una crisis. Entiendo muy bien por qué ganó. Lo mismo está pasando en Francia, en Inglaterra… Es una gran contrarrevolución antidemocrática debido a la globalización, inmigración…; y, por cierto, Hillary Clinton no tenía respuestas para ninguna de estas cuestiones. Las evitó.

XL. ¿Sus artículos están dirigidos solo a una audiencia que ya tiene ganada o pretende influir en los votantes de Trump?

D.R. Este es un problema para nosotros y también para The New York Times y The Washington Post. Pero creo que, si los medios hacen hincapié en alcanzar los más altos niveles de honestidad y en la comprobación de datos, llegarán a otros públicos.

XL. La comprobación de datos sigue siendo parte del ADN de The New Yorker?

D.R. Ahora más que nunca. Tenemos un equipo de veinte personas a las que les doy los artículos y hablan con las fuentes, comprueban los hechos y verifican que todo es riguroso.

XL. ¿Qué otras formas tiene The New Yorker de mantener el interés de sus lectores?

D.R. El papel del New Yorker es profundizar. Nuestros artículos son piezas que lleva meses escribirlas. Hoy hemos publicado una sobre Steve Bannon ‘asesor de Trump’ y la periodista ha tardado cuatro meses.

XL. Hace diez años que ofrecen podcast y desde 2015 triunfa usted presentando The New Yorker Radio Hour. ¿Es una forma de atraer otro público?

D.R. Leer The New Yorker probablemente implique un nivel de conocimiento y de sofisticación -y no hablo de nivel social- importantes. Y sé que muchos jóvenes se informan a través de los podcast. Tengo dos hijos, de 23 y 26 años, y la cultura que tiene el mayor proviene en gran parte de oír podcast en el coche. Me encantaría que, a través de nuestro podcast, gente de 20 años se animara a leer The New Yorker.

XL. ¿Qué es lo que más le preocupa en estos momentos?

D.R. La incompetencia. Tenemos una situación terrorífica en el norte de Corea; una Europa desestabilizándose; tenemos Oriente Medio que es un desastre; un acuerdo nuclear con Irán, pero Irán es una amenaza terrorista; Rusia, China… En todos estos grandes temas, Estados Unidos desempeña un papel fundamental, pero ¿quién es el presidente?, ¿qué sabe de estos asuntos? Además, creo que llegará hasta el final de su mandato. Todos lo han hecho menos Nixon. No se puede ser naíf y pensar que este drama va a durar solamente seis meses.

XL. Parece decepcionado.

D.R. Lo estoy. Mi confianza está en que miles de personas están saliendo a la calle a protestar y en el ejemplar periodismo de investigación que los medios tradicionales están llevando a cabo.


Con clase

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‘The New Yorker’, fundada en 1925, es una revista semanal que publica ensayos, reportajes de investigación y ficción. La calidad de sus artículos y sus ilustraciones son un referente mundial. La revista, definida en origen como ‘liberal’, tomó postura política por primera vez contra George W. Bush y luego apoyando a Obama.

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