Warren Buffet es la tercera fortuna del mundo – y el más excéntrico millonario de la lista ‘Forbes’-.  Tanto que ha donado gran parte de su fortuna a causas sociales y ha nombrado a su hijo granjero el presidente de su imperio.

Los 5 mandamientos del tercer hombre más rico del mundo

¿Quién es este hombre con olfato innato para hacer dinero y que, al mismo tiempo, reclama pagar más impuestos? Hablamos con su hijo para descubrirlo.

«Sabes lo que hacía mi padre cuando quería comprar una empresa? Se sentaba a cenar y nos hacía preguntas: ‘¿Qué caramelos os gustan?’. Luego compraba See`s Candies [risas]. Nosotros no sabíamos a qué se dedicaba hasta que empezó a salir en la prensa. Durante el instituto fue incómodo porque la gente empezó a tratarme diferente. Me sigue pasando. Ayer estaba conduciendo mi tractor y me paré a saludar a un vecino. No puedo creer que estés aquí fuera, trabajando» , me dijo. ‘¿Por qué es tan raro?’ El dinero te cambia si nunca lo has tenido y lo consigues de golpe, o si creciste en un ambiente adinerado y piensas que mereces un estilo de vida especial solo porque eres rico. Para nosotros no fue así. Fue algo gradual.

«Al terminar el instituto quería un coche, así que tuve una idea: mi padre me daría el dinero y yo no recibiría ningún regalo ni por Navidad ni por mi cumpleaños durante tres años. No pensé ni por un momento que mi padre aceptaría. Pero lo hizo. Y se ciñó al acuerdo. Me dio 5.000 dólares, que por entonces era un dineral, y el resto, hasta 7.300, los gané yo en trabajos de verano. Creo que él sabía que el coche que yo quería era más caro y esa fue su forma de obligarme a ganar el resto. Es bastante listo, ¿sabes?»[risas].

Así describe Howard Buffett a su padre, dueño de la tercera fortuna del mundo. Para hablar de él y de otros temas, nos hemos trasladado hasta Willcox (Arizona), una localidad de apenas 3.000 habitantes, en medio de la nada, salpicada por cactus y alguna gasolinera solitaria. Ni un alma pasea por sus calles de humildes casas prefabricadas, comercios decadentes y unos pocos restaurantes de comida rápida. Parece mentira que la cita con Howard Buffett tenga lugar en este desolador escenario. Al fin y al cabo, su padre es dueño de 44.000 millones de dólares. Eso sí, Warren Buffett es un magnate atípico. Construyó su imperio, el holding Berkshire Hathaway, comprando empresas a precio de saldo y gracias a un ojo clínico para invertir en Bolsa. Pero no cree en las dinastías de multimillonarios. Por eso se ha comprometido a donar el 99 por ciento de su fortuna a instituciones benéficas. Sus tres hijos se tendrán que conformar con el pellizco restante.

El GPS nos lleva hasta una casa de ladrillos rojos, grande, aunque sin lujos, frente a un pedregal. Howard Buffett abre la puerta mientras sujeta a su perro, un pastor alemán poco amable con las visitas, todo lo contrario que su dueño. Howard, de 57 años y padre de cinco hijos, es granjero. Eso es lo que lo trajo a Willcox. Con cinco años plantó maíz por primera vez en el jardín de sus padres. Siempre me ha gustado estar al aire libre. Cuando nevaba, salía a dormir al jardín , dice con una sonrisa. Pero cuando no está subido a su tractor, Howard dirige su fundación, con proyectos humanitarios en las áreas más deprimidas del mundo, y se sienta en los consejos de administración de Coca-Cola o el holding familiar.

A primera vista, Howard -que viste ropa de trabajo- ha heredado la célebre austeridad de su padre. Salvo su asistente, recluida en una pequeña oficina, no hay más servicio a la vista. ni empleados domésticos (los platos sucios se acumulan en el fregadero) ni guardaespaldas. Solo su perro, al que le da órdenes en alemán y el cual se sienta en el sofá entre entrevistador y entrevistado hasta que sus malas pulgas le cuestan el exilio a la habitación de al lado.

XLSemanal. Usted decidió no seguir los pasos de su padre y optó por ser granjero. ¿Le pidió a él que le comprara unos terrenos?

Howard Buffett. ¡No se me ocurriría! Él no habría hecho eso por ninguno de sus hijos. Cuando se dio cuenta de que me interesaba la agricultura, decidió comprar una granja en Nebraska. Y me encomendó la misión de buscar un terreno barato. Él me daba la cifra y yo tenía que regatear con aquellos hombres por la mitad de lo que pedían. Me daba apuro, pero si no lo hacía, él se enfadaba conmigo [risas].

XL. Su padre dijo una vez. ‘Quiero darles a mis hijos lo suficiente para que sientan que pueden hacer cualquier cosa, pero no tanto para que no quieran hacer nada’.

H.B. ¡Recuerdo cuando lo dijo! [risas]. Y así ha sido: hemos recibido dinero, pero no el suficiente como para no hacer nada. Yo he tenido una vida estupenda y he hecho mi propio dinero. Ha salido bien.

XL. Su padre también dice que no cree en lo que él llama `el club del esperma afortunado´. ¿Siempre sospechó que no iba a heredar su fortuna?

H.B. Cuando eres un crío, no le das importancia al dinero. Luego confieso que sí llegué a pensar. Tiene muchísimo, no le haría daño a nadie si me diera un poco [risas]. Pero no hacerlo fue la decisión correcta para él y para nosotros. ¿Era frustrante? Claro. Negarlo sería una tontería. Es parte de la naturaleza humana. ¡Pero si yo ni siquiera avalé a mis hijos para que se compraran un coche! [risas].

XL. En 2006, su padre donó 30.000 millones de dólares a la fundación de Bill Gates. ¿No siente perderse el pastel? 

H.B. No fue una sorpresa. Está claro que lo hizo con Bill y Melinda Gates porque tenían mucha experiencia. Pero si soy completamente sincero, le diré que a veces pienso que fue un acierto y otras, que no. En ocasiones, me gustaría haber tenido más dinero para hacer más con mi fundación, pero otras pienso que no querría más: ya es bastante difícil hacerlo bien con lo que tenemos. Él, además, no tenía por qué darnos nada. Aunque eso hubiese sido una decepción para nosotros

XL. En diciembre, su padre confirmó que usted lo sucederá al frente de Berkshire ¿Le sorprendió que lo eligiera a usted? 

H.B. Sí y no. Cuando me contó sus planes, lo entendí. Él sabe que yo haré exactamente lo que a él le gustaría que se hiciera. Sabe que puede confiar en mí. Su decisión no tendría sentido si esperara de mí que dirigiera la compañía; no soy la persona adecuada para ello. Pero ser el presidente no ejecutivo y velar por los valores de la compañía sí lo tiene. Mucha gente que vendió sus empresas a Berkshire lo hizo por mi padre y hay que garantizarles que se les seguirá tratando igual cuando él no esté.

XL. Su padre dice que no cree en las fortunas dinásticas. ¿No es una contradicción? 

H.B. Mi puesto no será remunerado. Una dinastía pasa los trastos a generación a otra y su riqueza solo beneficia a la propia familia, no a la sociedad. Que él haya donado la mayor parte de su fortuna indica cuál es su filosofía.

XL. ¿Cree que él tiene alguna intención de retirarse? 

H.B. No se retirará hasta que esté enterrado [carcajadas]. Suena morboso, pero es que tiene más energía ahora que hace 20 años. ¡Es increíble!

XL. Para el resto del mundo, Warren Buffett es el tercer hombre más rico del mundo. Para usted, es simplemente papá. ¿Qué tipo de relación tiene con él?

H.B. No creo que sea muy diferente de cualquier otra relación padre-hijo. Hablamos de muchas cosas. Tenemos una relación normal. Bueno, quizá mejor de lo normal. Mi padre ha sido mi mentor y siempre me ha dado buenos consejos.

XL. ¿Cuál es el mejor consejo que le ha dado?

H.B. Lo primero que me viene a la cabeza fue una situación muy complicada que me salpicó cuando formaba parte del consejo de administración de una empresa. El FBI vino a mi casa para investigar el que acabaría siendo el caso más importante de fijación de precios de la historia de Estados Unidos. Llamé a mi padre y le pregunté si debía dimitir. Y él me contestó: «Es tu decisión. Lo que sí te puedo decir es que tienes 24 horas para tomarla». Y fue un gran consejo. Si no hubiese sido rápido, me hubiese visto mucho más enredado en aquel asunto. Y decidí dimitir. Lo gracioso es que lo llamé antes a él que a mi abogado. ¡Él es mejor que un abogado! [risas]. Es más práctico y tiene más experiencia.

XL. En un momento en el que los políticos no gozan de la confianza de los ciudadanos, parece más fácil confiar en millonarios filántropos como Gates o su padre. ¿No cree? 

H.B. Bueno, es peligroso depositar demasiada confianza en cualquiera con mucho poder. La democracia es un gran sistema, pero tiene sus problemas. El mejor sistema político sería tener un dictador muy benevolente que cuidara bien de todo el mundo. Sería un sistema mejor que el de ahora, porque mira en qué lío estamos metidos Pero en el instante en el que el dictador deja de ser benevolente, se convertiría en el peor sistema imaginable.

XL. ¿Los políticos nos sacarán de esta?

H.B. Bueno, son ellos los que nos han metido en esta, así que es legítimo pensar que ellos deberían sacarnos. La única forma de solucionarlo es que pongan su ideología a un lado y dejen de preocuparse por ser reelegidos. Además, históricamente los políticos siempre se han dado cuenta de que no pueden sobrevivir si no resuelven los problemas.

XL. Los gobiernos justifican sus medidas de recorte para complacer a los mercados o a las agencias de calificación. ¿Hay que hacerles tanto caso?

H.B. Creo que ajustar el comportamiento para complacer a los mercados está sobrevalorado. Igual que la globalización, que tiene sus ventajas, pero es un sistema con unos pocos grandes ganadores y muchísimos perdedores. El problema es que nos hemos convertido en pensadores a corto plazo. Las empresas piensan en cuatrimestres; los políticos, en ciclos electorales; y las familias, en llegar a fin de mes Por eso tenemos problemas ambientales y económicos.

XL. Parece que protestar es lo único que les queda a los ciudadanos. Usted apoyó el movimiento Occupy Wall Street. ¿Por qué?

H.B. No dije que lo apoyaba, dije que lo entendía. Hay una gran diferencia. Pero claro que lo entiendo, no es difícil comprender por qué la gente está frustrada y enfadada. Sea Occupy Wall Street o quienes defienden sus derechos en Siria, Egipto o Libia.

XL. ¿La movilización ciudadana es una buena noticia? 

H.B. Son noticias difíciles, pero son buenas noticias…Cuando los ciudadanos no son la prioridad para los gobiernos, pasan esas cosas.

XL. Usted ha llegado a decir que «las corporaciones han jodido a la gente durante años». Explíquese.

H.B. Son palabras duras, pero sí, las he dicho porque lo he visto muchas veces. He visto empresas que han cometido abusos contra personas, niños y recursos naturales. No entiendo cómo esa gente duerme por las noches… Cuando en un mismo sistema hay gente que gana 200 millones de dólares por jugar bien al baloncesto y personas que no pueden alimentar a sus familias, esa es una sociedad jodida.

XL. Está describiendo una sociedad enferma. ¿Es el capitalismo un sistema fallido?

H.B. No. Para nada. En cualquier sistema, el éxito o el fracaso depende sobre todo de la gente que está en el poder. El capitalismo es una gran forma de crear riqueza, pero tiene un gran defecto. no siempre se distribuye igualitariamente. Y ese es el reto. No conozco otra forma mejor para estructurar el comportamiento humano.

XL. Dice que depende de quién esté en el poder. ¿Qué piensa de Obama?

H.B. ¿Me quieres meter en problemas? [risas]. Obama dijo que iba a propiciar el cambio. Y yo digo. «¿Dónde está? No lo veo». La gente quiere personalizar los problemas en él y hacerle caer. Pero es una lástima, porque necesitamos líderes. No importa si es capitalismo o comunismo; si todo el mundo en un sistema está intentando destruir al resto, el éxito es imposible. Y su motivación no es el éxito social, sino salvarse a sí mismos o a sus partidos. Me hace gracia toda esa gente a la que le encantaría asistir al hundimiento de Estados Unidos; no piensan en las consecuencias. Todo el mundo debería desear el triunfo de Estados Unidos porque significaría el triunfo de todos.

XL. ¿Cuál es su reflexión sobre la crisis europea?

H.B. Ya no se puede separar Europa de Estados Unidos, hay demasiada polinización cruzada. Si un área del mundo sufre, todos sufrimos. Esta es una economía global y no podemos escapar. Europa tiene una cultura muy diferente a la nuestra. Es un ambiente más difícil para las empresas. Y eso puede ser un error. Si en un país es imposible despedir a alguien porque no hace bien su trabajo o el coste social es el 30 por ciento más caro, las empresas buscarán otro sitio.

XL. En España, el paro es del 22 por ciento. Como empresario, ¿qué solución se le ocurre? 

H.B. ¡Dios mío! En Estados Unidos tenemos un 8 por ciento y ya es dramático… Me alegro de no ser el presidente de España. Mi padre siempre dice: «Cuando estás en un agujero, deja de cavar». Es decir, busca soluciones, pero no empeores las cosas. Y cuando tienes que tomar medidas de austeridad, cuanto más rápido, mejor. Pero en política nada va tan deprisa No hay magia para eso. Lleva su tiempo.

XL. ¿Cree que la flexibilización del mercado laboral y el abaratamiento del despido ayudan a crear empleo?

H.B. Hay un concepto muy básico. ¿Por qué querría pagar a alguien que no hace bien su trabajo? No tiene sentido no poder despedir a esa persona y contratar a otra. Las compañías no deben poder despedir a voluntad, pero las empresas pasan por ciclos y, a veces, tienes que hacerlo porque no hay trabajo. Hay que hacerlo con responsabilidad, pero eso no significa que tengas que cuidar de tus empleados para el resto de su vida. No tienes esa obligación. Si tomas tres o cuatro decisiones como esa, ayudarás a crear empleo. las empresas funcionarán mejor y habrá más inversores.

XL. ¿Pero cuál es el precio? La pérdida de derechos laborales es alarmante…

H.B. Decir que los trabajadores están perdiendo sus derechos es dar por hecho que los merecen o que son lo correcto. Y yo no los conozco todos, pero no haría esa suposición. A nadie le gusta que le quiten sus derechos. ¡A mí, tampoco! Pero quizá es ley de vida. Hay que buscar un equilibrio entre los derechos laborales y los intereses de las compañías. Siempre se quiere pintar a las empresas como el malo de la película, pero la verdad es que no puedes rescatar a la gente de la pobreza sin éxito económico. Y para hacer eso, la mayor parte de la gente necesita que le den la oportunidad de tener un trabajo.

XL. Su padre ha denunciado que mientras él paga un 19 por ciento de impuestos, su secretaria paga un 33. ¿Cómo se explica que un millonario pida contribuir más? ¿La iniciativa no tendría que partir de los gobiernos? 

H.B. Mi padre está bastante solo en esa posición [risas]. Cuando la gente se mete conmigo por la postura de mi padre, les digo: ‘Si de cada dólar que me meto al bolsillo, en vez de pagar 15 céntimos al Gobierno pago 25, tampoco es el fin del mundo’. Pero, ojo, ¡no me estoy prestando voluntario para pagar más impuestos! También creo que pagar un 50 por ciento sería un terrible error. No sé si el sistema fiscal es justo. Por eso, me subo a mi tractor. Para no pensar en ello.

XL. Ha viajado como mochilero por medio mundo. ¿Sigue haciéndolo?

H.B. Ya no soy tan duro [risas]. Antes visitaba 18 países al año. Hace poco, en el Congo, tuve que dormir en un contenedor en una base militar de Naciones Unidas. Pero ya soy demasiado viejo para eso [risas]. ¡Estoy malcriado! Cuando viajo, me llevo sándwiches. Ahí están [señala la encimera de la cocina, donde los tiene preparados]. Ya sé lo que es estar en África y que te intenten convencer de comer ojos de cabra… Así que me llevo mi propia comida, gracias.

XL. Después de tantos viajes, ¿qué escena se ha quedado grabada en su retina?

H.B. Recuerdo haber fotografiado a dos niñas, una en Nigeria y otra en Ghana, que murieron solo tres días después. En Armenia, me impactó ver cómo gente que en la antigua Unión Soviética tenía un trabajo, un seguro médico y mandaba a sus hijos al colegio se había quedado sin nada. Lo he visto en cientos de sitios.

XL. Ante la pobreza ¿se ha sentido culpable por ser rico?

H.B. Jamás. Puedes sentirte impotente, enfadarte, pero no hay razón para sentirte culpable porque tú no has hecho nada para crear esa situación. Tú no eres el responsable.

XL. Muchas gracias por su tiempo
H.B. Sospecho que esta entrevista me va a meter en líos. Si es así, te mandaré al perro.

XL. ¿A su perro o a sus abogados?

H.B. A mi perro. Un perro siempre es mejor compañía que un abogado [risas].

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