La Casa Real británica se ha resistido durante siglos a los intentos de modernización promovidos desde el exterior. Por eso, el ‘megxit’ –la decisión del príncipe Enrique y de Meghan Markle de alejarse de la familia real e instalarse en Canadá– ha adquirido las dimensiones de una tragedia griega. Los Windsor son como el Vaticano y un culebrón de sobremesa al mismo tiempo. Por P. Dreyer y L. Gorris / Ilustración: Der Spiegel / Fotos: Getty Images / Adobe Stock

El mensaje es claro: en una casa real no se entra y se sale como en un gimnasio. Al menos no en la Casa Real británica. El aviso tiene la forma de una losa de piedra caliza y resulta prácticamente imposible de pasar por alto. Es un recordatorio plantado en el cementerio privado de los Windsor. Junto a su esposo y a una discreta distancia de los demás, descansa «Wallis, duchess of Windsor». Eso es todo, el nombre y la mención de su título de duquesa, nada más, ni adornos ni flores.

La sepultura se encuentra en un extremo del cementerio, como antes se enterraba a los suicidas y a los ateos. Y es que esta Wallis Simpson tuvo entre los Windsor una fama que en otros tiempos le habría valido la hoguera. Una mujer divorciada que, con su sensualidad, su seguridad en sí misma y su acento norteamericano, debió de trastornar al por entonces rey Eduardo VIII de tal manera que en 1936 acabó renunciando por ella a un trono que todavía era imperial.

Fue el escándalo de la década. En la más que milenaria historia de la monarquía británica nadie había renunciado nunca a la Corona.

Wallis Simpson fue la primera de una serie de mujeres que han intentado llevar un poco de presente al otro lado de los muros de la casa de Windsor y que pagaron un alto precio por ello. Vistos los precedentes, Meghan Markle podría haberse imaginado lo que le esperaba.

Y Hollywood se infiltró en palacio

Meghan Markle es una criatura de Hollywood, tanto geográfica como profesionalmente. Nació en 1981 cerca de los grandes estudios de la meca del cine, hija de Thomas Markle y su segunda esposa, Doria Ragland. Ambos trabajaban en el sector, se habían conocido durante el rodaje de una serie de televisión. Su padre era técnico de iluminación; su madre, maquilladora. Aquí seguía viviendo cuando, ya a los veintipocos, apareció como azafata sexy en el concurso televisivo Deal or no deal; aquí se casó por primera vez con un productor de Hollywood; aquí intentó abrirse paso como influencer. Fue en su instituto, durante una clase de Ética, donde una Meghan de 16 años vio por primera vez el vídeo del funeral de Lady Di, con el príncipe Enrique caminando con la cabeza gacha detrás del ataúd de su madre. Acto seguido, Markle empezó a leer la biografía de Diana y se convirtió para la joven en un modelo y una inspiración. «Quiere ser una Diana 2.0», dijo sobre ella hace tiempo una amiga de la infancia.

«Meghan quiere ser una Diana 2.0», ha dicho una amiga de la infancia de Markle

En cierto sentido, al casarse con esta Diana 2.0 lo que ha hecho el príncipe Enrique ha sido casarse con su madre.

La información en la prensa sobre Thomas Markle, el padre de Meghan, no lo deja en muy buen lugar. Antes de la boda de su hija pactó unas supuestas fotos robadas. También pidió dinero por conceder unas entrevistas en las que comparaba a la familia real británica con una secta. E hizo llegar a la prensa pasajes de una carta manuscrita de la propia Meghan en la que le reprochaba su comportamiento. Oficialmente, Thomas Markle no acudió a la boda de su hija por culpa de un presunto ataque al corazón.

Los hermanastros de Meghan, Thomas Jr. y Samantha –hijos del primer matrimonio de su padre–, ni siquiera fueron invitados al enlace. Solo Doria, su madre, que se había divorciado de Thomas Markle en 1987, estuvo a su lado en tan señalada ocasión.

El arte real del ‘rebranding’

Estamos en el año 1917, en plena Primera Guerra Mundial, y el rey Jorge V se da cuenta de que quizá no sea buena idea seguir conservando su nombre familiar, Sajonia-Coburgo y Gotha, más alemán que el famoso casco con pincho de los soldados prusianos. Así que lo borra de un plumazo y se inventa la Casa de Windsor.

El nombre lo tomó de la pequeña ciudad donde se encontraba el castillo familiar, en el condado de Berkshire. La rama británica de la casa de Hannover camuflaba así sus orígenes alemanes.

Drama en la Casa Real Inglesa: los secretos del 'Megxit' 1

Jorge V, en 1917, ya se dio cuenta de la importancia de la imagen para la monarquía y decidió cambiar el apellido alemán de la familia por el de Windsor, un invento conveniente durante la Primera Guerra Mundial

Aquella decisión supuso el nacimiento de una de las marcas de mayor éxito del siglo XX. En realidad fue un ejercicio de rebranding, un cambio de nombre. Jorge V había entendido lo importante que era contar con la aprobación de sus súbditos para conservar el poder a largo plazo.

Desde entonces, los Windsor han ido perfeccionando la forma en la que se venden a sus súbditos. Pero, en esencia, la clave es siempre la misma: mantener un núcleo conservador. Su gancho es que la monarquía británica es tan fiable como la salida del sol cada mañana. Esa es la fascinación que ejerce la Casa de Windsor. Incluso los republicanos acérrimos tienen que admitirlo: la monarquía británica conserva algo de atávico o como lo expresó el naturalista David Attenborough: «La institución entera descansa sobre la mística y sobre la figura del jefe de la tribu dentro de su cabaña. Si un miembro del clan se asoma a esa cabaña y ve lo que hay dentro, todo el sistema que sostiene al jefe queda destruido y la tribu se descompone».

«Tenemos que estar a plena vista todo el tiempo», dice la reina en uno de los episodios de The Crown. «¿Y qué podemos hacer? Lo mejor que hemos encontrado por ahora es ritual y misterio, porque nos mantiene ocultos aun estando a plena vista. El humo y los espejos, el misterio y el protocolo no están ahí para mantenernos separados, sino para mantenernos con vida».

No hay nada más subversivo que la desmitificación, que acabar con esa magia. La mística es tan frágil y fugaz como la felicidad y cuesta mucho rehacerla.

El duelo entre hermanos

El príncipe Enrique, como un héroe clásico impulsado por el destino, se ha precipitado de cabeza en el conflicto que hoy está viviendo. De todos los royals, él es quien más sufrió la pérdida de Lady Di. Tenía 12 años cuando murió su madre; era un chico temperamental, muy diferente de su hermano Guillermo, dos años mayor. En el internado de Eton donde estudió, se lo consideraba irascible y agresivo. Y empezó a beber pronto.

Drama en la Casa Real Inglesa: los secretos del 'Megxit' 3

Enrique solo tenía 12 años cuando murió su madre. Meghan, en muchos aspectos, se parece a Diana y, cuando llegó, también parecía llevarse bien con la reina.

Mientras Guillermo se entregaba a su carrera de futuro rey, Enrique descubrió los porros. Para los paparazis, este Windsor era la presa perfecta. ¿Quién salía tambaleándose de locales nocturnos y acabó desnudo después de una partida de strip-billar en Las Vegas? Enrique. ¿De quién fue la idea de ponerse un uniforme nazi en una fiesta? Su alteza real Enrique de Inglaterra.

Mientras que Guillermo estudió Historia del Arte y Geografía en Escocia, Enrique soñaba con una carrera como piloto de helicópteros de combate. No quería hacerse adulto, contó el propio Enrique años más tarde. Los dos hijos de Diana difícilmente podían ser más distintos entre sí.

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Guillermo y Catalina son, a ojos de los Windsor, la pareja perfecta. Y eso que al principio ella no era todo lo distinguida que hubiera querido la reina. La fortuna de la familia de su nuera provenía de la venta de artículos para fiestas.

Mientras que Guillermo solo tuvo una novia antes de empezar su relación con Kate Middleton, Enrique disfrutaba de la atención de las chicas. A los 23 años, fue, además, destinado a Afganistán. «Es bonito poder ser por fin una persona normal», dijo. En comparación con la realidad opresiva que conocía de casa y con las expectativas de su familia, ir a Afganistán fue como irse de vacaciones.

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A los 23 años Enrique fue destinado a Afganistán. «Es bonito ser una persona normal», dijo. Al igual que Diana, cuando mejor se sentía era cuando se encontraba lo más lejos de la corte. Luego pasó muchos meses en África.

Guillermo se casó en 2011 con Kate, convertida en Catalina de Cambridge y que no tardaría mucho en quedarse embarazada. Eran una pareja como sacada de un cuento: a los ojos de palacio, Kate era la mujer ideal.

Enrique y Meghan, por su parte, se conocieron en julio de 2016 a través de una amiga común. Desde el punto de vista de los Windsor, Meghan era una catástrofe. Tres años mayor que el príncipe, actriz de seriales televisivos, feminista, divorciada. Y, por si fuera poco, estadounidense. Ese perfil ya lo habían visto antes. Era el regreso de Wallis Simpson.

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Meghan Markle

Para Enrique, en cambio, Meghan era un regalo: una mujer multicultural, económicamente independiente, libre y fuerte. Pero enseguida tuvo que contemplar cómo Meghan se asfixiaba cuando intentaban hacerla entrar a presión en el corsé de la corte. La prensa sensacionalista empezaba a hablar de desavenencias entre Meghan y Kate. La americana se ganó en palacio el título de Duchess Difficult. Se cuenta que, poco antes de la boda, Enrique le gritó a alguien del personal de servicio que los deseos de su mujer había que cumplirlos al instante: «What Meghan wants, she GETS!». Algunos de los empleados que trabajaban para la pareja abandonaron el palacio, desquiciados por la situación.

El perverso juego con la prensa

El acoso de la prensa a la Casa Real británica coincidió con el momento en el que Rupert Murdoch –empresario de origen australiano y antimonárquico reconocido– compró The Sun, un diario británico de enorme popularidad, en los años noventa. Murdoch se dio cuenta enseguida de que se podía ganar mucho dinero con los detalles íntimos de los royals. Lo que siguió fue una competencia cada vez más feroz entre los tabloides. El intento de imponer reglas a los medios fracasó estrepitosamente una vez tras otra.

Por otro lado, aunque a Diana se la suele presentar como una víctima de los medios de comunicación, buscaba el foco público y se servía de él, abrió de par en par las puertas de su vida privada. A veces era ella misma quien surtía de detalles a biógrafos y periodistas. Esa era su venganza. Y su liberación.

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Diana se enfrentó a la prensa sensacionalista, pero también la utilizó. Al parecer, ella misma filtró su relación con James Hewitt, de quien se especuló que podía ser el padre de Enrique.

Después de la muerte de su madre, la opinión del príncipe Enrique sobre los medios de comunicación se fue haciendo cada vez más negativa, hasta rozar la obsesión. No solo responsabilizaba a los paparazis de la muerte de su madre, sino también del fracaso de dos relaciones sentimentales.

Cuando apareció Meghan, Enrique no se mostró dispuesto a jugar su juego. En una declaración oficial, algo inédito hasta ese momento, acusó a los medios de «sexismo y racismo». La pareja respondió a los ataques a su vida privada con la amenaza de emprender medidas legales.

La serie ‘The Crown’ no podrá superar la ‘trama real’ de los Windsor cuando llegue a cubrir a la familia actual. Si llega. Porque Enrique ya ha iniciado acciones legales para evitar que lo conviertan en personaje de ficción

¿Funcionará? ¿Se saldrán con la suya? Piers Morgan, antigua estrella de The Sun, en tiempos de Murdoch, escribió: «Ni Vladímir Putin montaría semejante espectáculo para controlar a los medios». Afortunadamente, añadía, había «cero posibilidades» de que alguien se doblegara al dictado de «estos dos payasos alejados de la realidad».

Al final, el dinero: de las hectáreas a los clics

La empresa real, los Windsor, se financia a partir de numerosas fuentes. Las propiedades de la Corona, administradas por una institución creada a tal efecto y llamada The Crown State, tienen un valor actual neto de 14.300 millones de libras (17.000 millones de euros). Entre los bienes reales se cuentan inmuebles en el distrito de St. James’s, al oeste de Londres, fincas y también palacios y castillos, a lo que hay que sumar en torno a la mitad de la costa británica y todo el fondo del mar hasta la línea de las 12 millas. Es cierto que la reina no puede vender nada de todo esto, ni cobrar alquileres o usufructos. A cambio, sí puede percibir subvenciones de la Unión Europea por sus tierras; solo las fincas que rodean el castillo de Sandringham le reportan más de medio millón de libras al año. Al menos hasta que se termine de formalizar el brexit.

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El nacimiento de Archie, el hijo de Enrique y Meghan, el año pasado pareció suavizar las relaciones con la familia real, pero duró poco

La cartera de la reina está administrada por una organización independiente que transfiere cada año los beneficios al Estado. En el año fiscal 2018-2019, los ingresos fueron de 343,5 millones de libras, una cuarta parte de los cuales fueron destinados al Sovereign Grant, esto es, directamente a la Casa Real, para que la reina pueda llevar a cabo sus tareas oficiales. La revista Forbes calcula que la fortuna personal de Isabel II se sitúa en torno a los 385 millones de libras (468 millones de euros).

Según ‘The economist’, el Megxit es un ataque al  corazón feudal de la monarquía

Además, existe otra cartera más pequeña de tierras e inmuebles. Son ingresos que revierten directamente a los bolsillos de la reina y del heredero. Solo al Privy Purse, el peculio personal del príncipe Carlos, fueron a parar 21,6 millones de libras durante el pasado año fiscal, dinero con el que también financia las actividades de sus dos hijos.

Enrique y Meghan han sido forzados a renunciar al dinero del Sovereign Grant, pero no al que reciben del príncipe Carlos, un detalle que relativiza un tanto el heroísmo de su reciente anuncio de que aspiran a ser «económicamente independientes».

Solo en subvenciones por sus tierras, la Reina recibe de la Unión Europea más de medio millón de libras al año

Guillermo y Enrique heredaron 15,5 millones de euros de Diana, su madre, y otros 16,5 millones de su bisabuela Isabel. Enrique y Meghan han registrado la marca Sussex Royal para una serie de productos que van desde sudaderas con capucha y libros de consejos hasta zapatos. Hace unos días, un experto calculó que el valor de mercado de los duques de Sussex asciende hasta los 500 millones de libras, equivalentes a 583 millones de euros. Pero no está nada claro que Enrique y Meghan puedan utilizar esta marca para negocios privados sin el permiso de la Casa Real.

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Enrique habla con el presidente de Disney, Bob Iger, mientras Meghan saluda a Beyoncé. La pareja habría firmado un contrato con Disney del que se desconocen los términos

Hace tiempo que Enrique y Meghan también se han desvinculado del palacio en el plano de la comunicación. Su cuenta de Instagram, @sussexroyal, ha reunido en solo nueve meses más de 11 millones de followers. Es una buena posición de salida para su salto a la economía digital.

En realidad, estamos ni más ni menos que ante un ataque al sistema feudal. Al fin y al cabo, este se basa en la propiedad de la tierra. Y Meghan y Enrique lo que están haciendo es apostar por el capitalismo en su forma más moderna, la que se basa en el número de seguidores en las redes sociales, y no en cuántas hectáreas de pastos para ovejas se tienen en propiedad. Como afirma The Economist, también es un ataque al corazón feudal de la monarquía.

Expediente de regulación de empleo

Ver la última fotografía oficial de Año Nuevo de los Windsor, revela claramente cómo el príncipe Carlos quiere empezar la nueva década, su década. Solo la reina, Carlos, Guillermo y el pequeño Jorge. Carlos se alza majestuoso sobre todos ellos, ya casi coronado como Carlos III.

Todos los demás se han quedado fuera. El anciano príncipe Felipe y los hermanos del rey, Andrés, -cuya relación con el empresario Jeff Epstein y el presunto abuso de menores lo ha alejado definitivamente de la actividad oficial de la familia real- y Eduardo, y su hermana Ana y los dos rebeldes Sussex. El mensaje de la foto es claro: Carlos ha hecho un expediente de reducción de empleo. Ya ha tenido bastante ocupándose de Andrés, un hermano que no es capaz de mantener los pantalones subidos  y de un hijo que juega al strip-billar. La opinión pública solo debe percibir como verdaderos royals a los herederos directos al trono. Por eso ha pasado los últimos meses reorganizando el clan. A sus 71 años, es un príncipe Lear al que el ascenso al trono le llega a una edad tan avanzada que no tiene más remedio que ir preparando ya su propia sucesión. La muerte de la madre como condición para empezar a hacer su trabajo… eso también forma parte de la monarquía.

The Firm, como llaman a la Casa Real, es una empresa poco común. Nadie quiere trabajar en su cúspide directiva

The Firm, como también se conoce a la Casa Real británica, es una empresa bastante extraña. Nadie quiere trabajar en su cúspide directiva. Todo el mundo puede imaginarse una opción mejor de vida. Incluso la propia reina lo veía así en su día. Pero exactamente de eso va la monarquía: es la encarnación de un todo en una sola persona que, al asumir su condición, deja de ser ella misma.

Irónicamente, puede suceder justo al revés. Porque la reina Isabel se ha fundido plenamente con su papel, se ha convertido en la propia institución, mientras el resto de la empresa parece un clan de personajes malditos, resplandecientes de cara al exterior, pero fríos y centrados en navegar las revueltas aguas del poder.

Der Spiegel / con información de T. Hüetlin, G. Mingels, C. Scheuermann, J. Schindler, J. Smirnowa, A. Smoltczyk y M. Wolf

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