Campos de concentración, detenciones arbitrarias, ‘lavados de cerebro’… y petróleo y gas. El Gobierno chino lleva décadas persiguiendo a los musulmanes en la remota región de Xinjiang, la mayor reserva de hidrocarburos del país y punto estratégico en la Nueva Ruta de la Seda. Por Bettina Sengling/Fotografías; Tamina-Florentine Zuch

Una filtración ha sacado a la luz este sistema represivo que, con la excusa de la lucha contra el terrorismo, ha llevado a la reclusión de más de un millón de personas en los últimos años.

Bailaba cuando tenía que bailar y cantaba canciones que alababan al partido comunista chino. En el campo de internamiento hacía todo lo que le mandaban. También pidió perdón por viajar al extranjero y expresó por escrito lo agradecida que estaba al campo por la oportunidad que le brindaban para convertirse en una persona mejor. Lo único que no conseguía, aunque se lo ordenaran, era sentirse feliz. Gulsira no podía evitar llorar.

Represión en China: "En el campo de internamiento estaba prohibido llorar. Si lo hacía, me ataban a una silla de metal" 1

Gulsira Aujelchan:«Me tuvieron encerrada un año. Tenía que escribir cartas dando gracias al Partido Comunista por permitir que me convirtiera en una persona mejor».

En su barracón vivían 60 mujeres. Cámaras de seguridad las vigilaban 24 horas, incluso en el baño. A la que lloraba, los guardias la ataban a una silla de metal; la ‘silla del dragón’ la llamaban. «Si alguien llora -les decían-, es porque tiene malos pensamientos».

A Gulsira la ataron muchas veces; lloraba sin parar: echaba de menos a su bebé y a su marido; los dos se habían quedado en el vecino Kazajistán, su nuevo hogar. Gulsira también echaba de menos a su padre, enfermo. Había regresado a China para cuidar de él, pero nada más entrar al país la detuvieron. Un año después seguía sin saber por qué estaba encerrada. Cuando la internaron, en agosto de 2017, casi nadie sabía que había campos de reeducación en Xinjiang, una de las cinco regiones autónomas de China.

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Aydin Agimolda: «En agosto de 2018 detuvieron a mis dos hermanos, a mi hermana y a mis cuñadas. Uno de mis hermanos tenía un bebé. No sabemos dónde está. No sabemos nada sobre las circunstancias exactas de la detención. De mis hermanos, uno era agricultor; el otro, ayudante de Policía. No eran religiosos. Oímos que los condenaron a arresto domiciliario. Todos habían estado antes de visita en Kazajistán. Quizá ese sea el motivo. Estoy muy preocupado».

No mostrar piedad

La represión acaba de salir a la luz gracias a documentos secretos del propio Gobierno que revelan cómo se planificó y construyó el sistema de campos dedicado a los ‘lavados de cerebro’. Se calcula que las autoridades han internado a más de un millón de personas, en lo que un estudio estadounidense califica como «la mayor reclusión de minorías religiosas desde la Segunda Guerra Mundial». El presidente chino, Xi Jinping, habría ordenado no mostrar piedad.

Un estudio califica lo que sucede en Xinjiang como ‘la mayor reclusión de minorías religiosas desde la Segunda Guerra Mundial’

Las víctimas son sobre todo uigures, grupo que representa el 45 por ciento de la población de Xinjiang, pero también otros pueblos de origen túrquico como los kazajos, el 7 por ciento de los habitantes (en torno a 1,5 millones de personas) de esta región fronteriza con Rusia y Kazajistán. No se sabe cuántos de ellos están recluidos en ‘campos de reeducación’, como los llama Pekín.

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Bikamal Kaken: «Mi marido está desaparecido en China. Se fue de Kazajistán en mayo de 2017, cuando nuestra hija tenía seis meses, y pensábamos que volvería pronto, pero desde entonces no sé nada de él. He oído que está en un campo de reeducación. No puedo telefonear a mis familiares en China para preguntar por él, es demasiado peligroso para ellos».

Es imposible realizar una comprobación independiente y son pocos los antiguos reclusos dispuestos a hablar. Quienes se atreven aseguran haber sido obligados a firmar un compromiso de silencio antes de ser liberados. «Tienen miedo», dice Ergali Ermek, un kazajo que pasó un año preso «por musulmán». Antes de salir, fue obligado a dar las gracias al Partido Comunista en una plaza pública. «China destrozó mi vida», dice.

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Tras estar un año encerrado, el kazajo Ergali Ermek fue conducido a una plaza pública y obligado a dar las gracias, en voz alta, al Partido Comunista de China por su detención.

La persecución contra los musulmanes en Xinjiang viene de lejos, pero se agudizó tras los ataques del 11-S, cuando China comenzó a presentarlos como socios de Al Qaeda. En 2013, la represión se recrudeció tras una serie de atentados en la región reivindicados por el separatista Movimiento Islámico del Turkestán Oriental. «Empezó a desaparecer gente -cuenta Yevgeni Bunin, un lingüista ruso que viajó a Xinjiang en 2017-. Preguntaba por conocidos a los que no lograba localizar y los vecinos me decían. ‘Se ha ido’». En una cafetería, alguien le dijo que en pueblos del sur casi todos sus habitantes se habían ‘ido’. Cada vez había más patrullas, las sirenas resonaban a todas horas.

Una región estratégica

Uigures y kazajos debían enseñar constantemente sus bolsos y sus móviles, les hacían pasar por un detector de metales incluso de camino al mercado. A Bunin le recordaba al apartheid de Sudáfrica. «Chinos y extranjeros pasaban sin controles. Era algo salvaje».

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Xinjiang es una zona vital para China. Durante décadas fue apenas un rincón pobre y apartado en la frontera con la URRS. Hoy está estratégicamente ubicada en la Nueva Ruta de la Seda que lleva a Europa. Trenes de alta velocidad y una moderna autopista conectan la provincia con el resto del país. Además, allí están las mayores reservas de petróleo y gas de China. Razones de peso para que Pekín haya promovido desde hace décadas la llegada masiva de chinos de la etnia han, mayoritaria en todo el país.

Probablemente, no haya un lugar en el mundo cuyos habitantes estén más vigilados por videocámaras que Xinjiang: las autoridades incluso las colocan en los domicilios particulares y las visitas de la Policía son habituales. «Pasé una semana encerrado -cuenta Tursunbek Kabi, otra víctima de origen kazajo-. Me metieron en una especie de jaula. Ni a los animales los tratan así. Ni siquiera tenía espacio para tumbarme. Había policías vigilándome a todas horas y, cuando me quedaba dormido, me golpeaban con una porra eléctrica».

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Tursynbek Kabi:«Estaba en una especie de jaula, no tenía espacio para tumbarme. Solo me daban pan y agua. Me detuvieron en septiembre de 2018. No sé el motivo. Pasé una semana en una celda diminuta. Cuando me quedaba dormido, me golpeaban con una porra eléctrica».

Hace tiempo que la represión no se limita solo a los musulmanes. En los campos, también hay gente que nunca ha ido a una mezquita. Afecta a médicos, campesinos y funcionarios, a madres y estudiantes, incluso a jubilados. Según Human Rights Watch, muchos hijos de detenidos han sido llevados a hogares infantiles sin el consentimiento de sus padres.

No hay lugar en el mundo más vigilado por videocámaras que Xinjiang. Las autoridades las colocan incluso en los domicilios particulares

«China se ha cargado toda la región -sentencia Serikzhan Bilash, un kazajo que emigró de Xinjiang hace años-. Las ciudades eran prósperas, estaban vivas, con mercados y negocios. Ahora, todo está muerto». Cree que la reordenación económica es otro de los objetivos de la represión: muchos kazajos eran campesinos y ahora han perdido sus tierras.

 

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Zhanbirbai Qanebek está criando a su nieto de diez años. Sus padres viajaron a China, pero nunca regresaron.

El largo y oscuro brazo de Pekín

Serikzhan es el emigrado de Xinjiang más famoso de Kazajistán. Allí ha fundado la organización Atajurt (‘Patria’), que ha reunido cientos de testimonios de víctimas. Gracias a la presión internacional ha logrado que se liberen a muchos detenidos en China y que se les permita trasladarse a Kazajistán. Sin embargo, el propio Serikzhan ha acabado convirtiéndose en una víctima más: las autoridades kazajas, presuntamente por presiones chinas, le impusieron primero arresto domiciliario y luego le abrieron un proceso judicial. Al mayor defensor de los kazajos lo acusaron de «incitación al odio étnico». Serikzhan llegó a enfrentarse a una condena de siete años, pero finalmente lo dejaron en libertad el pasado agosto. Ahora es libre, pero su libertad tiene un precio elevado. le han prohibido desarrollar actividades políticas y vive con miedo. Hombres vestidos de paisano siguen sus pasos, todo apunta a que está sometido a seguimiento constante.

Tras su estancia en el campo, a Gulsira, la mujer con la que arrancaba este reportaje, la obligaron a trabajar tres meses en una fábrica antes de regresar a Kazajistán a comienzos del año pasado. Ahora vuelve a vivir con su marido y su hija. «Pero no me siento segura», confiesa. Todavía espera a que le concedan la nacionalidad kazaja. Se pasa el día entero sin salir de casa.

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