Con la nueva normalidad llegan nuevos retos: la posibilidad de una segunda ola de contagios y la distancia social. Tendremos que ir adaptándonos para no caer en el estrés colectivo. Por Raquel Peláez

Señales horizontales para dirigir el tránsito de los empleados en las oficinas, huellas que indican paradas en las filas de los comercios o asientos separados en el transporte. La planificación del entorno urbano postCOVID-19 nos ayuda a situarnos ante la nueva realidad, pero ¿seremos capaces de respetar esas distancias sin caer en el estrés colectivo?

«Sin vacunas ni tratamiento, nuestro comportamiento ha adquirido una función esencial en la salud pública», sostiene el profesor de Psicología de la Univesitat Oberta de Catalunya, Manuel Armayones. «Aparecen nuevas normas sociales y tendremos que aprender hábitos, pero cada uno debe ir a su ritmo. Tenemos a nuestro favor que el desconfinamiento va a ser progresivo y eso nos va a permitir adaptarnos e ir perdiendo el miedo. Si ahora mismo nos soltaran en medio del chupinazo, la mayoría nos pondríamos a hiperventilar», asegura el psicólogo.

Según María Ángeles Durán, socióloga y profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tendremos que ser capaces de llevar a cabo el distanciamiento social a tres niveles: en el contexto del trabajo y el consumo, en el transporte y en el ámbito personal. «Lo que se necesita es capacidad de innovación y eso no solo se produce en la industria o en la biología. La más importante es la innovación social, así que habrá que inventar nuevas formas de expresión de la socialidad».

Igual que ahora es inconcebible fumar en el metro, lo será ver a alguien sin mascarilla

Por su parte Armayones apunta que, hasta ahora, la distancia física que manteníamos con los demás estaba relacionada con nuestra distancia psicológica, es decir, nos acercamos más a un amigo que a un conocido. «Sin embargo -mantiene-, surgirá una nueva norma social donde las personas que no te saluden con dos besos o los que se aparten lo suficiente para hablar contigo se convertirán en los ‘nuevos educados’ porque, de alguna forma, te están diciendo que se preocupan por ti. La ventaja es que, como todos estamos en esto, nadie se podrá sentir ofendido». El psicólogo se muestra optimista y cree que seremos capaces de cambiar de hábitos: «Solo tenemos que pensar en todo lo que hemos hecho ya desde que empezó la crisis. Si casi ni nos acordamos de cómo era el mundo antes. Igual que ahora sería inconcebible que alguien fumara en un bar, ya empezamos a ver con mala cara a los que entran en un comercio sin mascarilla», afirma. «Pero si ya sabemos hasta abrir las bolsas del super con guantes», bromea.

Distancia COVID-19

Ante la incertidumbre y el miedo al contagio, «la nueva organización de los espacios, con recomendaciones y marcas en el suelo, nos dará seguridad porque nos permitirá que sea el propio entorno quien nos dirija», continúa el psicólogo. «Es fácil que aparezca esa sensación de no saber si estamos haciendo las cosas bien y la señalización funcionará un poco como los ruedines de la bicicleta. Una vez que nos acostumbremos, seguramente seguiremos respetando las distancias, aunque nos quiten la señalización».

Para María Ángeles Durán, sin embargo, el respeto a esa distancia social dependerá del miedo que le tengamos a las consecuencias de la pandemia: «Hay países en los que no ha hecho falta imponer grandes normas porque la gente confía en sus gobiernos, bien por convicción o bien por miedo (en el caso de las dictaduras). Si sus representantes les dicen que hagan algo, simplemente lo respetan. Pero, en el caso de la sociedad española, ¿tenemos la suficiente fe en ellos como para hacerles caso? Creo que aquí hay un déficit importante en este tema y ahora más todavía. Se trata de esa postura en la que todos somos virólogos y sabemos lo que nos conviene. Mi riesgo lo decido yo. Pero, claro, en el caso de la distancia no es así, porque puedes contagiar a los demás y encima tendremos que pagarte la factura de la Seguridad Social»

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