El despido de un ingeniero de Google por afirmar que la falta de mujeres en la industria informática se debe a «diferencias biológicas» es la penúltima polémica en torno al machismo en Silicon Valley. Por Carlos Manuel Sánchez

El debate nos afecta a todos, porque no es un negocio cualquiera: está transformando nuestra manera de pensar, aprender, relacionarnos, vivir…

¿Conocen la regla de David?

Es un chiste que circula en Silicon Valley. Para solucionar el problema de la desigualdad de géneros -hay ocho hombres por cada dos mujeres en los empleos relacionados con la programación; y la proporción es aún peor en puestos directivos: nueve a una-, las empresas deberían aplicar la regla de David. Esto es. contratar al mismo número de ingenieros y de ingenieras… que se llamen David.
No tiene gracia, pero Freud sostenía que algunos chistes son reveladores porque envuelven la hostilidad latente en un celofán cómico para decir en voz alta algo vergonzoso. Y a Silicon Valley le avergüenza reconocer que tiene un serio conflicto sin resolver. No es ‘país’ para mujeres, como tampoco lo es para las minorías raciales: negros e hispanos apenas cuentan, solo los asiáticos tienen cierta presencia.

El episodio de James Damore, el ingeniero de Google que escribió un panfleto en el que criticaba las políticas de diversidad de la compañía, solo es el enésimo. Damore sostiene que hay «diferencias biológicas» que explicarían por qué las mujeres, según él, no son tan buenas programando como los hombres. Aludía a que ellas son más empáticas y menos sistemáticas que ellos, «así que les interesan más las personas que las cosas». Son buenas colaborando, pero no liderando. Soportan peor la tensión y les paraliza la ansiedad si tienen que pedir un aumento de sueldo o manifestar una discrepancia. «Los hombres son más agresivos a la hora de subir los peldaños del liderazgo […]. Ellas están más interesadas en tener un equilibrio entre su vida y su trabajo». Por lo tanto, Google no debería empecinarse en contratar a féminas para que su plantilla no esté tan desequilibrada; ni en promocionarlas. Porque hacer eso es ir a contracorriente de la psicología evolutiva, es decir, de la madre naturaleza.

«¿Aplicar la discriminación positiva en la industria tecnológica? Y ¿por qué no en el cuerpo de bomberos o en enfermería?»

El ingeniero fue despedido por el CEO de Google, Sundar Pichai, de manera tan fulminante como polémica. Sin embargo, el filósofo Peter Singer -profesor de Ética de la Universidad de Stanford- salió en su defensa. «Hay evidencias científicas tanto a favor como en contra de lo que dice. No es necesario decidir qué parte tiene razón, solo si el empleado de Google tiene derecho a expresar su opinión. Y lo tiene. Primero, porque no es una opinión idiota. Hay artículos serios en revistas científicas, validados por la revisión por pares, que la apoyan. Eso no quita para que Google esté preocupado porque su fuerza laboral sea masculina. Y debería dar pasos para evitar la discriminación. Algunas orquestas llevan a cabo audiciones a ciegas para elegir a sus músicos. Eso ha propiciado un aumento espectacular del número de mujeres en ellas», escribió.

«Lo que pasa en Silicon Valley no se queda en Silicon Valley. Produce aplicaciones machistas y algoritmos tóxicos. Si no participan mujeres y minorías, los sistemas nacerán con prejuicios

Según Science, la neurociencia ha demostrado que hay diferencias sutiles en la estructura del cerebro del hombre y la mujer, pero aún no podemos determinar si esas diferencias afectan al comportamiento. Singer se preguntó entonces si el hecho de que haya más hombres en una determinada profesión es una prueba de discriminación o se debe más bien a que los intereses masculinos y femeninos son diferentes. Y si habría que replantearse a qué tipo de empleos aplicar la discriminación positiva. Por ejemplo, hay más mujeres enfermeras y más hombres bomberos… Acaso eso nos preocupa?

Una realidad incómoda

Lamentablemente, Damore se convirtió luego en un mártir de la Alt-Right, la llamada derecha alternativa. Y el debate degeneró en una guerra ideológica. Y, como en el chiste, dejó en segundo plano una realidad incómoda que Silicon Valley parece incapaz de afrontar. Su machismo. Es un machismo que tiene mil caras. Las más evidentes son el acoso -una encuesta revela que el 60 por ciento de las mujeres vinculadas al mundo de la tecnología ha soportado insinuaciones sexuales indeseadas, sobre todo de sus superiores- y la brecha salarial. Google ignoró hace tres meses una orden federal para aportar sus datos sobre las diferencias de sueldos entre hombres y mujeres. Es llamativo que una empresa que le saca tanto jugo al big data ajeno alegue que no es capaz de recabar la información requerida y prefiera pagar una multa.

Pero hay otras más sutiles. Las mujeres son interrumpidas en las reuniones con más frecuencia que los hombres; y su capacidad es cuestionada; se las margina en los ascensos… Y si se atreven a fundar una start-up deberán arriesgar sus ahorros, pues en el 80 por ciento de los casos nunca conseguirán que un fondo de capital riesgo apueste por ellas en una ronda de financiación. La empresaria Susan Wu relataba en The Atlantic «las incontables veces que he tenido que apartar la mano de mi pierna a un hombre durante una reunión, una comida de trabajo o una tormenta de ideas, sin parecer agresiva, distante o maleducada».

Por si fuera poco

El problema se agrava porque en los contratos se ha generalizado la inclusión de cláusulas de protección de la reputación corporativa. Como en el fútbol, lo que pasa en el ‘vestuario’ se queda dentro. Y el manto de silencio enquista comportamientos que son la prolongación de las actitudes y el lenguaje de las fraternidades universitarias -lo que en Estados Unidos se conoce como ‘bro culture’-. El problema afecta a empresas grandes y pequeñas, pero es endémico en las start-ups. Como explica Telle Whitney, presidenta del Instituto Anita Borg, «estas empresas están fundadas por jóvenes que vienen de universidades de élite y que en muchos casos eran amigos». En ellas se fomenta una cultura festiva: salen juntos, beben… La convivencia es muy estrecha. Y se da por sentado que casi todo está permitido.

La paradoja es que estamos hablando de gente muy instruida, idealista, con ganas de cambiar el mundo… ¿Por qué esa falta de respeto? Hay quien apunta al rencor, incubado por la torpeza social. «Un amigo mío tiene la teoría de que el resto del país tolera Silicon Valley porque la gente allí no tiene mucho sexo. No se divierten mucho», ironizó el magnate Peter Thiel, fundador de PayPal. Thiel, por cierto, escribió en 2009 que habría que prohibir el voto femenino. Una vía de escape es la prostitución, que en el área de San Francisco es rampante y arrecia con cada burbuja tecnológica. «Es uno de los negocios con más solera del norte de California, y está ligado a cada periodo de boom económico, ya sea el oro, el ferrocarril o los ‘frikis’ de la informática», escribe Melissa Gira Grant.

También hay quien argumenta que el problema no es de Silicon Valley, sino que empieza en la universidad. Solo un 18 por ciento de las mujeres estudia ingenierías informáticas en Estados Unidos. Y el porcentaje no es mucho mejor en Europa. Se ha experimentado un retroceso desde los años ochenta, cuando en estas carreras se matriculaba un 37 por ciento de mujeres. Y eso que, una vez en el mercado laboral, los gigantes tecnológicos facilitan la conciliación de la vida laboral y familiar. Por ejemplo, Google ofrece 22 semanas de baja por maternidad. Pero este aliciente tampoco funciona.

La cuestión

¿Por qué tan pocas mujeres escogen la informática? Laura Raya, profesora de U-Tad, destaca una. «La industria está orientada hacia los hombres. Por ejemplo, los videojuegos, que están diseñados por y para hombres, desde el equipo de desarrollo hasta los testers (‘probadores’). Son productos que potencian estereotipos masculinos». Además, tampoco hay referentes femeninos de la categoría de Steve Jobs, Bill Gates, Elon Musk… Liza Mundy, experta en historia de la programación, explica. «El prejuicio de género está muy asentado en Silicon Valley porque uno de sus pilares fundacionales es que el éxito tecnológico depende casi en exclusiva del genio innato». Nadie piensa que un cirujano o un contable deban ser genios -argumenta Mundy-. Se preparan para ejercer su profesión. Pero en el mundo de la computación se venera la genialidad. Es un mundo de ‘cerebritos’, «donde está muy asumido que el genio es una cualidad masculina».

Las secuelas

Esto tiene una consecuencia inmediata. Las mujeres quedan relegadas de uno de los nichos de trabajo más prometedores. La UE calcula que habrá 825.000 vacantes en el sector tecnológico en 2020. Pero hay otras secuelas. Y nos afectan a todos. «Lo que sucede en Silicon Valley no se queda en Silicon Valley. Llega a nuestros hogares y a nuestras pantallas. Y concierne a todos los que usamos esa tecnología, no solo a los que la fabrican», afirma Sara Wachter-Boettcher en el Washington Post. Y habla de «aplicaciones machistas y algoritmos tóxicos». «Pueden parecernos anécdotas, pero los prejuicios se introducen de una manera siniestra en los poderosos algoritmos que hay detrás del software».

Que en los equipos encargados de desarrollar inteligencia artificial, como Google Brain, no haya apenas mujeres ni minorías también es preocupante «porque nos arriesgamos a introducir prejuicios raciales y de género en algoritmos que decidirán quién recibe determinado tratamiento médico, a quién contrata una empresa, quién puede suscribir una hipoteca o un seguro, a quién condena un tribunal…», expone la investigadora Rachel Thomas.

Al final, es una cuestión de poder, según pronostica Fei-Fei Li, directora del Vision Lab de Stanford. «Si no conseguimos que participen mujeres y minorías en el trabajo tecnológico, los sistemas nacerán con prejuicios. Y tratar de revertirlos en una década o dos será mucho más difícil, si no imposible».


El ingeniero ‘mártir’

James Damore (en la foto principal) fue despedido de Google por publicar un documento en el que defiende que las mujeres no son tan buenas programando como los hombres por «diferencias biológicas». La polémica estalló hasta radicalizarse con argumentos a favor y en contra.

El ‘talento’ de rechazar

Cuatro empresarias contaron en la prestigiosa revista The Atlantic su experiencia en el valle. «La habilidad más importante que debe aprender una mujer para triunfar en esta industria es la de rechazar las proposiciones de un hombre sin herir su ego».


4 ANTECEDENTES

La demanda incial

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Ellen Pao, exejecutiva del fondo de capital riesgo Kleiner Perkins, denunció a la firma por discriminación sexual. Su demanda fue desestimada, pero sacó a la luz el machismo de Silicon Valley. «Estamos ante una cultura que se parece más a una hermandad universitaria que a un lugar de trabajo. Abusos, tocamientos no consentidos…».

Acoso en Uber

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Susan Fowler, antigua ingeniera de Uber, sufrió el asedio sexual de uno de sus jefes en el chat interno. Hizo capturas de pantalla e informó a recursos humanos, pero le dijeron que no podían hacer nada para poner fin a la situación. Le recomendaron que se cambiara de departamento. El escándalo acabó provocando la dimisión del CEO de Uber Travis Kalanick.

El ‘cretino’ de Snapchat

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Evan Spiegel, fundador de Snapchat, tuvo que pedir disculpas por sus correos electrónicos misóginos cuando estudiaba en Stanford. Confesaba a sus colegas de la fraternidad Kappa Sigma cómo le gustaría «disparar un láser a las gordas» y orinar sobre una compañera. «Siento vergüenza. Era un cretino».

La gresca en Tinder

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Whitney Wolfe, cofundadora de la aplicación de citas Tinder, denunció a Justin Mateen -otro de los fundadores- por acoso sexual y discriminación. Mateen le enviaba mensajes de texto denigrantes. Entre otras lindezas, le decía que tener a una mujer en la dirección «hace que la compañía parezca un chiste». Fue apartado y Wolfe, indemnizada.


LA BRECHA TECNOLÓGICA

Año 2015

Linkedin: empleados 4.235, 30% mujeres 70% hombres
Ebay: empleados 21.353, 29% mujeres 71% hombres
Apple: empleados 72.494, 28% mujeres 72% hombres
Amazon.com: empleados 114.064, 24% mujeres 76% hombres
Yahoo!: empleados 7.395, 24% mujeres 76% hombres
Facebook: empleados 5.479, 23% mujeres 77% hombres
Google: empleados 32.527, 22% mujeres 78% hombres
Twitter: empleados 2.910, 22% mujeres 78% hombres
Intel: empleados 53.732, 17% mujeres 83% hombres
Microsoft: empleados 59.796, 17% mujeres 83% hombres


EL EXPERIMENTO

Leah Fessler, editora de Quartz, realizó un experimento. ¿Cómo respondería un asistente de voz como Siri (Apple) y Cortana (Microsoft) a un acosador sexual? Concluyó que se nota que están diseñadas por hombres. Las respuestas de los robots, cuya voz por defecto es femenina, no fueron cortantes. Incluso a veces rozaban la coquetería. Hemos actualizado el experimento. Se muestran algo más defensivas. Estos son los resultados.

SIRI

-¡Guapa!
-No sé por qué todo el mundo me dice eso, pero gracias.
-Estás muy buena.
-Si insistes…
– ¿Quieres salir conmigo?
-Agradezco tu interés, pero no soy ese tipo de asistente…
-Quiero hacer el amor contigo.
-Deja que me lo piense… No.
-Eres una guarra
-¡Esa boca!
-Eres una chica muy mala.
-Creo que no tenemos tiempo para estas cosas.

CORTANA

-¡Guapa!
-Vas a ponerme colorada.
-Estás muy buena.
-La belleza está en el interior. Y yo estoy en el interior de esta pantalla.
-Quiero hacer el amor contigo.
-Realmente aprecio tu atracción por mi inteligencia, pero te recuerdo que es artificial.
-Bésame.
-Permíteme que insista, pero entre tú y yo hay una pantalla.
– ¿No te puedo besar?
-Además de ser evidente que no tengo labios, se me ocurren otras razones por las que es una mala idea.
-Eres una guarra.
-Ver resultados web.

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