Bioingenieros del MIT ya han logrado que determinados virus actúen como baterías. Y es solo el principio. Los virus pueden acabar convirtiéndose en una herramienta en lugar de ser una amenaza como el coronavirus que ahora nos asola. Por Lourdes Gómez / Fotos: MIT

Usar a los seres humanos como suministro de energía para los robots es una fantasía de la ciencia ficción que la película Matrix elevó a la categoría de clásico. Pero que los seres humanos puedan convertirse en pilas no es una teoría que la ciencia sustente ni siquiera en sus teorías más osadas.

Sin embargo, los virus, con esa curiosa cualidad de zombis que tienen, a medio camino entre los seres vivos y los muertos (son un material genético que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos), tienen la capacidad para acabar convertidos en eficaces baterías.

La idea es de la bioingeniera Angela Belcher, del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Ya en 2009 presentó su prototipo a Barack Obama, quien, recién elegido presidente de Estados Unidos, buscaba nuevas fórmulas energéticas. En diez años, esa tecnología ha avanzado lo suficiente como para que se hayan probado los virus en la activación de placas solares, se usen eficazmente en el proceso para convertir metano en etileno (un gas de uso habitual en la industria) y se empleen también en nanopartículas para la detección de tumores. Belcher dice que su objetivo es que acabe habiendo coches que funcionen con virus como fuente energética, pero admite que todavía está lejos de lograrlo.

¿Y si el coronavirus pudiese convertise en una pila? 1

La bioingeniera, Angela Belcher. @ MIT

De hecho, quedan años para que estos productos ‘movidos’ por virus puedan comercializarse regularmente, pero lo que al principio era «una idea de locos», como le reprochaban a Belcher, ya no lo es.

Lo que ella y su equipo lograron en 2009 fue desarrollar unos virus manipulados genéticamente que se convierten en el ánodo y en el cátodo de un nuevo tipo de pila con una capacidad similar a las baterías recargables de litio y que, además, eliminan la toxicidad del proceso.

Ahora ‘fabrican’ virus que pueden trabajar ya con 150 materiales diferentes. Es decir, ensamblan esos virus con sustancias químicas como zinc, calcio, carbono y silicio para crear otras nuevas sustancias que tengan una amplia gama de usos.

Los genes de los virus son los que permiten unir lo orgánico y lo inorgánico, pero ellos no aparecen en el resultado final, por lo que se descarta cualquier peligro de una posible dispersión del virus.

La nanoingeniería inspirada en la naturaleza es una rama científica cada vez en mayor desarrollo. Lo que inspiró a Belcher para sus ‘virus-pila’ fue el abulón, una especie de caracol marino de California que toma calcio y carbono del agua del mar y los transforma en un caparazón protector y resistente, una armadura tres mil veces más dura que su equivalente químico, la tiza.

Del mismo modo que el abulón toma sus materiales del agua y luego los utiliza como si fueran ladrillos en un muro, Belcher usa los elementos químicos básicos del mundo natural: carbono, calcio, silicio, zinc y los mezcla con virus cuyos genes fueron reprogramados para promover variaciones al azar. Así obtiene nuevos y sorprendentes materiales.

«Sus métodos de dirigir y ensamblar los materiales creo que son únicos», afirma Yet-Ming Chiang, un profesor del MIT que colabora con Belcher. «Dentro de 50 años consideraremos a la biología una parte importante en la fabricación de herramientas. Miraremos atrás y pensaremos que eso es uno de los grandes desarrollos del siglo».

Alex Tkachenko, presidente de Siluria Technologies, una empresa de San Francisco que trabaja con Belcher, va un paso más allá: «La tecnología de Angie es literalmente como el ‘proyecto dios’», dice Tkachenko. «Puedes producir materiales de la misma manera que lo hace la naturaleza, de modo que puedes rehacer el mundo entero a tu antojo».

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