David Tait se ha hecho millonario trabajando en grandes bancos de inversión. Pero este hombre fuerte de la City escondía un secreto. Basada en su niñez, una película revela los abusos sexuales que sufrió a manos de desconocidos… y de su propio padre. Por Louise Carpentier

Un día de 2007, el año en que estalla la peor crisis económica desde la Gran Depresión. David Tait, en su despacho de la City, experimenta una emoción que no puede ser más intensa y que va a influir en él de forma mucho más decisiva que el inminente hundimiento del sector bancario.

Tait lleva tiempo haciendo donaciones anónimas a NSPCC, la organización británica de ayuda a los niños maltratados. Esta vez, con intención de recabar dinero entre la City envía un correo a sus colegas de forma un tanto impulsiva: «PORQUE YO FUI UNO DE ESOS CHAVALES», escribe al final de la petición. David sigue sin entender por qué lo hizo. Quizá porque sabía que por sus contactos con el dinero era el más capacitado para ayudar a esos niños que, como él, habían sido víctimas de abusos sexuales. A él lo violaron unos hombres en la trastienda de un pequeño comercio cuando tenía 11 años. Después abusó de él su propio padre. Desde entonces vive marcado por la vergüenza y el miedo.

Escapar del padre y los abusos

Nos encontramos en las oficinas del World Gold Council, el consejo mundial del oro, el organismo que hoy dirige Tait. Es un profesional de las finanzas con una carrera estelar: Goldman Sachs, Credit Suisse, UBS Investment Bank, Citadel Europe… Y, ahora, el World Gold Council. Entró a trabajar en el sector financiero con menos de 20 años. Lo hizo para escapar de su padre, un tirano que lo sometía a abusos y que procedía de ese mismo sector.

Tait es un hombre poderoso. Ha acumulado una impresionante cantidad de dinero; y también de amantes, de las que se fue librando, dejándolas con el corazón roto. «Me daba igual hacer daño. Nadie me importaba. Tenía una mentalidad demencial, no me importaba hundir a otras personas. Hacía cosas horrorosas. Mi vida era puro hedonismo sin límites. Me divertía coleccionar corazones. No me movía el contacto físico. Ni siquiera el sexo. Las cosas llegaron a un punto… Si una mujer me decía que me amaba, al momento me olvidaba de ella. Ya no me servía. Había llenado -temporalmente- mi vacío interior. Me hacía con un corazón tras otro, para llenar ese vacío. Siempre andaba con las alertas encendidas, en busca de la próxima conquista».

Abusos en la infancia: el terrible pasado de un banquero de Goldman Sachs 2

Todo comenzó a los 10 años. Los abusos se iniciaron cuando empezó a trabajar en una tienda para sacarse un dinerillo. Al principio, el dependiente era el único violador. Luego se sumó un grupo. A veces, le ponían una capucha.

Los abusos sexuales comenzaron cuando tenía 10 años. Tait no sabía bien lo que eran, tan solo cómo se sentía después. Al pequeño David le salió un trabajito con el que sacarse unas monedas ayudando en una pequeña tienda al sur de Londres. ¿Su padre sabía lo que iba a pasar? David sigue sin tenerlo claro. Lo único de lo que no duda es de que un día, cuando estaba en la trastienda -el escenario de los abusos-, vio que su padre llegaba por la calle y que se detenía ante el escaparate. Entonces dio media vuelta y se marchó.

«Mi madre nunca llegó a enterarse de lo que hacían en esa tiendecita. Pero sí de lo de mi padre. Sus últimas palabras fueron: ‘Lo siento'»

Al principio, el dependiente era su único violador. Pero, durante los seis meses siguientes, se le unieron otros tipos. A veces le ponían una capucha antes de ensañarse con él. «Más de una vez me he preguntado si lo hacían porque mi padre estaba entre ellos, para que yo no lo viera».

La familia se mudó, y David dejó de trabajar en la tienda. Pero los abusos no cesaron. Esta vez quien los cometía era su padre. Un día, su madre entró en el cuarto y los vio. No dijo una palabra y cerró la puerta. Cesaron los abusos. «Mi madre no tenía dónde ir. Él controlaba el dinero. Una vez traté de hablar con ella sobre lo que había visto. Fingía no acordarse, se negaba a reconocerlo. Le dije: ‘¿Y si nos vamos? ¡Vayámonos los dos!’. Me respondió que ella no tenía un penique, no podía ir a sitio alguno».

El padre de Tait, Donald, era empleado de banca y un déspota obsesionado con el control. Tenía una caña de bambú con la que castigaba las infracciones. Tait se señala la cabeza y recuerda: «A veces ordenaba a mi madre que me rapara el pelo por los lados, para que se vieran bien estas orejas tan grandes que tengo. Lo que me valía toda clase de burlas en el colegio. Por lo general, me rapaba él mismo. Pero a veces insistía en que lo hiciera mi madre. Vete a saber por qué».

Condecorado por su labor

Desde hace años, David Tait recauda dinero para NSPCC. Primero, con discreción y, a partir de 2010, de forma pública. Ha subido cinco veces el Everest para obtener fondos. Hoy es uno de los directores de la organización y ha sido condecorado por su labor. Su vida ha dado lugar a una película, Sulphur and white. El título, De color blanco y azufre, hace referencia a un tipo de mariposa que, en la película, Tait ve atrapada en el cuarto donde tienen lugar los estupros.

La condesa de Wessex es la presidenta de NSPCC. David hace poco fue a verla a su mansión con el DVD. «Vimos la película en la sala de proyección, donde un mayordomo nos sirvió el té», cuenta. David avisó a la aristócrata sobre su crudeza. «Soy una mujer de mundo -respondió ella-. No me asusto con facilidad». Pero al final de la película lloró.

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«La película muestra los abusos en detalle. Me parecía necesario. A continuación, el daño que yo hice a muchas personas. Al final, la aparición de Vanessa -mi segunda mujer- y su apoyo incondicional».

«El filme muestra los abusos en detalle -indica Tait-. Me parecía necesario. A continuación enseña los daños colaterales que yo mismo causé. Las cosas que hice, con consecuencias tan terribles para tantas personas. Les amargué la existencia. La última parte describe la aparición de Vanessa, mi segunda mujer, que me ayudó de forma incondicional».

Un ejecutivo capaz de todo

Cuando David llegó a la adolescencia, su madre finalmente se marchó de casa. Pero no con él, sino con otro hombre. Hoy, David trata de justificar ese abandono. «Yo ya era mayor, físicamente más fuerte». No era usted tan mayor, puntualizo. Tendría 15 o 16 años. Tait se quedó solo con su padre, pero es incapaz de considerar culpable a su madre, abrumado por los remordimientos, por la forma en que la trató antes de su muerte, en 1993.

Así continuó viviendo con su padre hasta que aprobó la selectividad. «A la que pude, me fui. Tuve mi primera novia y me casé con ella a toda prisa para escapar de aquella casa siniestra». Se puso a trabajar en una hamburguesería y solicitó empleo en el Lloyds Bank International en calidad de becario.

Como estaba muerto en su interior, David resultó tener la sangre fría perfecta para trabajar en Bolsa. Y saltó a Goldman Sachs. La posibilidad de ganar o perder sumas de dinero descomunales no hacían mella en él. Los abusos lo habían incapacitado para albergar sentimientos. «Nada ni nadie me importaba. Nada me atemorizaba. Y por eso lo hacía todo tan bien. Goldman me vino de maravilla, porque yo era muy capaz de hacer lo que fuese a quien fuese».

«Me daba igual estar vivo o muerto. Goldman me vino de maravilla. Era muy capaz de hacer lo que fuese a quien fuese»

La película describe un ambiente corporativo que conocemos de otros filmes sobre los años noventa, de una forma que se acerca al cliché. Pero Tait asegura que todo eso es verdad. En una secuencia se hace con una herramienta eléctrica y destroza el automóvil de un jefazo, de rueda a rueda. Según cuenta, fue una bravuconería, pero también un indicio de lo desquiciado que estaba.

Ya casado, tuvo también familia muy joven: dos hijos. Los dejó, pero continuó pagando las facturas. Hoy no mantiene contacto con el menor de ellos, de 29 años (por razones que nada tienen que ver con sus propios antecedentes personales), pero está muy unido a su hija de 31. Cuando Tait habla de su primera esposa, dice: «La pobre vivió la pesadilla de mis juergas y desfases. Hasta que el matrimonio se fue a pique, con mucha rapidez».

Durante ese primer matrimonio y tiempo después, David estuvo acostándose con un montón de mujeres. Sexo a raudales. «Llevaba una vida aborrecible. Pero, ojo: lo principal no era la carnalidad». Había drogas por todas partes, pero no llegó a probarlas mucho. «Me daban miedo. Lo mío era el alcohol».

Un intento de suicidio

Su madre murió por entonces. Sigue atormentándole el remordimiento. Una y otra vez rechazó sus intentos de restablecer la relación con él. Se presentó en su primera boda sin haber sido invitada. Un día hasta apareció en su despacho, sin avisar. «Me contaba que cada vez estaba más enferma. Yo la ignoraba». Su madre sufría el llamado ‘síndrome de enclaustramiento’. Apenas podía hablar, pero cuando finalmente él fue a visitarla se las arregló para decir unas últimas palabras: «Lo siento». «Apenas nos dijimos más. No le pregunté qué era lo que sentía; ella tampoco me lo dijo. Nunca llegó a enterarse de lo que me hacían en aquella tiendecita. La operaron, sufrió un paro cardíaco y murió».

Su madre falleció en 1993. Y él estuvo a punto de suicidarse tirándose con el coche por un barranco. Por fortuna, lo rescató la Policía. Y apareció Vanessa. Se habían conocido en Lloyds años atrás y volvieron a encontrarse. Se casaron en 1995. «Hice lo posible para que me viera como la persona número uno en su vida. Necesitaba ser lo más importante para ella. Lo necesitaba de una forma casi física».

Durante los primeros años, David se abstuvo de hablarle a su mujer de su pasado. Cuando por fin lo hizo, Vanessa respondió: «Siempre tuve claro que había algo extraño». El amor es un constante acto de perdón, como reza una de las frases más memorables de la película. «Vanessa está hecha a prueba de balas -afirma hoy David-. Cuando uno ha vivido lo que yo, haces lo posible por estar en paz contigo mismo, pero en el fondo te dices que no mereces un amor semejante. La puse a prueba un montón de veces, y ni una sola vez me dio la espalda. Ni una sola».

El matrimonio no siempre fue fácil. Durante los primeros tiempos, a Tait no le hacía gracia que Vanessa dedicara tanto tiempo a su primer hijo en común, Seth. «No podía evitarlo, me entraban celos. Era superior a mí». En la película vemos que David vuelve a hacer de las suyas: comete adulterio, se dedica a consumir pornografía. El veneno vuelve a enturbiarlo todo. Pero, como David subraya, «Vanessa no se rinde jamás».

Volver a empezar con su hijo

En 2002, cuando Seth tenía 4 años, el padre de Tait murió. Apenas se habían visto en los últimos tiempos. Cerca de una década antes, David un día lo llamó por impulso y lo invitó a comer. «Llevábamos 12 años sin hablar y las cosas me habían ido mejor que bien en Goldman. Quería dejárselo claro». A su manera, también estaba tratando de rehacer la relación un poco. Al pensar en el pasado, Tait una y otra vez establecía una distinción entre las violaciones de la trastienda y lo que denomina «la versión light del asunto. No voy a dar detalles, pero mi padre nunca llegó a tanto».

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David tiene cuatro hijos: dos de su primer matrimonio y estos dos de la foto de su segunda mujer, Vanessa. De Seth, el mayor, de 21 años, está distanciado y espera que el filme los acerque. «La culpa es mía porque soy incapaz de…». Finalmente añade. «Soy un padre lamentable».

«Tampoco voy a perdonárselo. Pero, a la vez, yo quería…». Se detiene. «Y bien, ese día nos sentamos a la mesa, y fue una absoluta decepción. Pero, a pesar de todo, la muerte de mi padre me afectó. Porque quería seguir contando con un padre. Qué raro, ¿verdad? Pero a mis chavales les pasa lo mismo…».

Al final de la película, la relación que David entabla con el bebé Seth augura un futuro esperanzador. Seth hoy tiene 21 años. Tait explica que, «en realidad, Seth y yo no hemos sido capaces de superar mi distanciamiento inicial. La culpa la tengo yo solito, porque soy incapaz de…, de…». Se le hace un nudo en la garganta. «La verdad es que soy un padre lamentable. La culpa no hay que buscarla en el pasado, sino en la persona que ese pasado creó».

En 2003, David y Vanessa tuvieron un segundo hijo, Ethan, que hoy tiene 16 años. «Con mi segundo chaval me fue bastante mejor. Después de un lustro había dejado varias cosas atrás». Por sugerencia de Vanessa, Tait empezó a ir al psicólogo y sobre todo inició sus ascensiones al Everest. La verdadera terapia para él.

«Nunca voy a perdonárselo a mi padre. Pero su muerte me afectó. Quería seguir teniendo un padre. Qué raro, ¿verdad?»

Tait ya ha visto el filme en compañía de su hijo Ethan, pero no con Seth. Todos sus hijos saben los abusos que sufrió de niño, pero el distanciamiento con Seth continúa. Ahora confía en que asista al estreno. «Me gustaría que mi hijo se hiciera cargo de lo que siento. Es la finalidad última de todo esto. Esta película tiene que servirme para algo. Espero que funcione… Pero el hecho es que estoy muerto de miedo».

Abusos en la infancia: el terrible pasado de un banquero de Goldman Sachs

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