Jero García, exboxeador y entrenador, libra una batalla contra la exclusión social y la violencia desde hace ya 20 años. Con su gimnasio y su fundación no solo ayuda a chicos -víctimas y agresores- a superar su situación, sino que se dedica a la formación de monitores para luchar contra lacras como los abusos sexuales. La suya es una historia de éxito. Por Priscila Guilayn / Fotos: Jaime López Cano

Los jóvenes salvados por Jero García de la exclusión social y la violencia

El boxeo tiene tres grandes recompensas. La física, porque te sientes fuerte. La química, porque segregas hormonas como serotonina, endorfina y dopamina. Y los valores -sentencia Jero García-. Con este deporte se inculca constancia, sacrificio, disciplina, motivación y el sentimiento de pertenencia a un grupo».

Uniendo estos tres factores, García -célebre por conducir el programa Hermano mayor durante tres temporadas- trabaja con chicos y chicas con parálisis cerebral y síndrome de Asperger; víctimas de bullying, de abusos sexuales y de violencia de género; y también con jóvenes agresivos que pegan a sus padres o que maltratan a sus iguales. Y lo hace en La Escuela, un antiguo garaje del barrio madrileño de Lucero donde hoy reinan los sacos de boxeo y el ring.

«Aquí, los niños entrenan con los mayores: con los profesionales y con los amateurs. Nadie sabe quiénes son unos ni quiénes son otros. En La Escuela todos son iguales y todos se mezclan. Se trata de integrar, no de segregar. Somos una familia», explica el entrenador.

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En La Escuela, los chicos van sintiéndose parte de algo que les ilusiona y les eleva su autoestima, muy baja, según revela García, tanto entre víctimas como entre maltratadores.

«Yo fui un salvaje, de los que pegaban primero y preguntaban después. Debería vivir tres vidas para agradecer lo que el boxeo ha hecho por mí», dice Jero

Es algo que Jero García, autor de El boxeo es vida. Vive duro, experimentó en sus propias carnes. «Debería vivir tres vidas para agradecer al boxeo todo lo que ha hecho por mí -cuenta el entrenador-. Fui un salvaje, el salvaje de los salvajes. De los que pegaban primero y luego preguntaban… por si acaso». García fue un chico con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) que, a los 7 años, le puso la zancadilla a su profesora y se pegaba con todos los de su barrio, el Carabanchel de los ochenta, «donde la droga casi la regalaban». Algo muy seductor para alguien con su trastorno.

«Hay muchos casos de gente con TDAH que son ludópatas, drogadictos, alcohólicos… porque buscan equilibrarse a través de la segregación de dopamina. La única actividad no relacionada con el vicio que segrega esta hormona es el deporte». Y este fue su salvación.

Con 12 años empezó a jugar al fútbol. A los 15 pasó también a entrenar taekwondo y full contact. Un año después, lo acogió una organización de ayuda a niños no escolarizados y lo puso al mando de un pequeño equipo de fútbol sala con jugadores más pequeños que él. «No me enteraba de que eran ellos los que me estaban ayudando a mí al darme responsabilidades. En la ‘mili’ tuve mucho tiempo para pensar y tomé conciencia. Se me quedó grabado a fuego que esta gente me había ayudado y que yo tenía que ayudar a otros como yo». Fue entonces cuando se metió de cabeza en lo que ya era su pasión: el boxeo. «Mis primeros recuerdos son los combates a los que me llevaba mi abuelo. Con 5 añitos».

Tardó en hacerlo porque, como recuerda, «decías que hacías boxeo y te consideraban loco o tonto. Pero en los últimos años, por fin, estamos saliendo del reverso tenebroso -reflexiona-. La sociedad se está dando cuenta de que los valores que aporta son muy beneficiosos. En Francia, los niños hacen boxeo educativo, en Inglaterra está en las universidades…».

CAMBIAR ESTEREOTIPOS

A romper la mala imagen que limita el boxeo a «dos tíos sin camiseta, ensangrentados en un ring» se viene dedicando Jero García desde que, hace dos décadas, montó la Escuela de Boxeo Aluche. Allí, bajo el lema «Si no estudias, no boxeas», dirigía un programa que utilizaba el boxeo contra el fracaso escolar. «Me empezaron a llegar casos de violencia de género y de bullying, pero, como la fundación se limitaba a la cuestión educativa, decidí crear mi propia escuela».

Eso fue en 2007. Becando a chicos y chicas carentes de recursos o sumidos en entornos y situaciones violentas, García vio que su proyecto se quedaba corto. Así que un par de años más tarde abrió la fundación que lleva su nombre con sede en La Escuela. «Estudié mucho para ello. Tras mi primera formación sobre abusos sexuales, con la psicóloga Luisa Fernández Yagüez, acabé vomitando en el baño. Es muy duro, sobre todo si eres padre», recuerda el entrenador, de 48 años, con dos hijas, de 25 y 18, y con gemelos, de 2.

«Para poder trabajar con estos chicos, estudié mucho; tras mi primera formación sobre abusos sexuales, acabé vomitando en el baño. Es muy duro»

Desde entonces, cuenta, colegios, servicios sociales y diferentes organizaciones empezaron a derivarle niños que podrían beneficiarse de ese enfoque que él da al boxeo.

MÁS DE MIL NIÑOS

«Por mis manos han pasado cerca de mil niños», calcula García, inmerso hoy en la escritura de su próximo libro, Manual de un padre desesperado.

Entre los distintos tipos de violencia que trata, la filioparental, a la que llama «la amenaza invisible», es una de las más frecuentes. «Esta no va por barrios. Va por portales -sentencia García-. Rara es la persona que no conoce a una madre o a un padre cuyo hijo no lo esté maltratando. Hago orientaciones todas las semanas. Vienen a mí padres con los ojos vidriosos, completamente desesperados. No saben qué hacer con su hijo. Yo veo las circunstancias de los padres; dependiendo de la gravedad del caso, me pongo en su lugar y les digo lo que haría».

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Con su fundación puso en marcha también una serie de conferencias, impartidas por todo el país, a las que dio el nombre de Sport Versus Bullying. «Fue increíble, nos apoyó gente muy importante y fuimos trending topic. Me pareció maravilloso, pero el proyecto se me quedó ‘cojo’: removimos mucho y no ayudamos a nadie». Por eso amplió el programa a otros tipos de violencia (Sport Versus Violence) y añadió un elemento transformador: las formaciones; para que profesores, monitores y entrenadores sepan reaccionar ante diferentes casos.

«Lo que voy a decir suena fuerte, pero tiene que ser así. En los talleres, yo hago de niño y digo: ‘Mi vecino me mete el dedo en el culo todos los días’. Y los monitores no saben cómo reaccionar. O se quedan más asustados que los propios niños, o piensan que es mentira, o le dicen que se lo cuente a su padre… Eso no va a ocurrir; el niño está en desamparo. El responsable de este niño, en ese momento, eres tú. Y hay que notificarlo. Ir corriendo a la Policía».

Por eso, insiste, una de sus prioridades es formar y formar. En las jornadas, García, la boxeadora Mirian Gutiérrez y el atleta paralímpico Lorenzo Albaladejo cuentan sus historias de superación a niños y adolescentes. Los tres, apoyados por la psicóloga Luisa Fernández Yágüez, van dejando huella. «Hemos detectado a niños con tendencias suicidas, que sufren bullying, abusos sexuales y violencia en su casa, pero que jamás se habían atrevido a contarlo. Nosotros, con nuestras historias de superación, les removemos y nos lo cuentan o nos lo escriben». Luego, el equipo envía informes a los colegios o a los servicios sociales para pasar a la acción. «Ya no somos un hashtag más».

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