Los ‘hackers‘ ya están alterando las campañas electorales. El objetivo no es darle la vuelta a las votaciones norteamericanas. Les basta con socavar la fe en el resultado. Y los piratas rusos, auspiciados por Putin, no son los únicos interesados en desestabilizar el sistema. Por Carlos Manuel Sánchez

¿Se pueden hackear unas elecciones? «Sí, pero no como usted se imagina». Samir Kapuria, director de ciberseguridad de Symantec -el líder mundial de antivirus-, ha hecho un experimento para demostrar la vulnerabilidad respecto a ciberataques del sistema electoral estadounidense.

Sus investigadores compraron una máquina de voto electrónico de las que se usan en 40 Estados -cualquiera las puede adquirir en Internet- y se dedicaron a manipularla. No fue difícil, pues la tecnología de estas máquinas está obsoleta. Los expertos las comparan con las Arcade, aquellas máquinas de marcianitos de los ochenta.

Hallaron varias maneras de alterar los resultados. Ni siquiera hace falta ser hacker; un novato ayudado por tutoriales en la Red puede hacerlo. Por ejemplo, lograr que la misma persona pueda votar todas las veces que quiera reseteando el chip de su documento de identidad… O piratear la memoria donde se graban los votos antes de enviarlos a la central del recuento, pues los datos no están encriptados.

Un profesor de Princeton, Andrew Appel, ha hecho un experimento similar. Compró otra máquina de votos y cronometró cuánto tardaba en hackearla: siete minutos. La buena noticia es que su simplicidad juega en favor de la limpieza. Las máquinas no están conectadas a Internet. Y están precintadas. O sea, alguien tendría que hacer la vista gorda mientras los malos rompen el precinto.

El mal ya está hecho

En cuanto a la mala noticia… Por desgracia es muy mala y la resume así Kapuria: el objetivo de los atacantes no es tanto alterar el voto, algo que es factible, aunque no a una escala tan masiva como para cambiar el resultado final (a no ser que los candidatos vayan empatados en uno de los Estados decisivos, como Florida u Ohio). Otra cuestión es más preocupante. Y solo sería necesario comprometer unas pocas máquinas de las 9000 que hay.

«Lo que buscan los ataques es sembrar el caos. Y para eso basta con arrojar dudas sobre los resultados». La gran cuestión es si el fundamento mismo de la democracia, la credibilidad de las urnas, está a salvo. Y quizá no lo esté.

Ya se han filtrado decenas de miles de correos del Partido Demócrata y se han registrado ciberataques al sistema electoral en 20 estados

El mal ya está hecho. Donald Trump afirma que las elecciones están amañadas. Decir algo así extiende la desconfianza. Según los sondeos, el 40 por ciento de los votantes cree en la teoría del fraude electoral. Por eso, esta campaña -la más sórdida desde el Watergate- marca un antes y un después. Porque está sirviendo de banco de pruebas para tácticas que se han venido afinando en los últimos años y cuyos efectos han sufrido ya una docena de países. El cibermundo ha entrado en política. Unos, por la puerta de atrás -los hackers, vinculados o no al espionaje- y otros, por la puerta grande de las redes sociales, donde todo vale para ejercer influencia.

Lo que está sucediendo en Estados Unidos es inquietante, pero no inédito. Se ha visto (o sospechado) en Francia, Alemania, Ucrania, México… Rusia está en el punto de mira. Obama acusa a Putin, que operaría a través de un grupo de hackers, los Fancy Bears. «Son sandeces», replica el Kremlin. Y Trump, que tiene negocios millonarios con socios rusos, difumina la responsabilidad. «Puede que sea Rusia, China o un señor que pesa doscientos kilos», dice. Se han robado documentos, se han filtrado miles de correos de los ordenadores del Partido Demócrata, el FBI ha lanzado una alerta nacional… Se han registrado cibertaques en veinte Estados y hay constancia de intrusiones graves en dos (Illinois y Arizona). Es probable que los rusos no puedan darle la vuelta a las elecciones, pero quizá tampoco lo pretenden. Basta con socavar la fe en el resultado. Y China, Corea del Norte y el Estado Islámico toman nota.

El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha propuesto que el sistema electoral sea incluido entre las infraestructuras críticas del país, como los aeropuertos o las centrales nucleares. ¿No es acaso la democracia un mecanismo esencial para la sociedad?

Los rusos, detrás

La interferencia de Rusia en las elecciones norteamericanas culmina una escalada de las operaciones encubiertas durante los últimos cuatro años. Y tiene firma: la del general Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor, que hizo su carrera en tanques. Nadie mejor que un tanquista para saber de las debilidades de cualquier blindaje. La fuerza bruta no basta. Gerasimov es el autor de la doctrina de la guerra híbrida. «Las reglas de la guerra han cambiado. Los métodos no militares son más efectivos que las armas. Un país próspero puede acabar sumido en la anarquía en días con una combinación de manipulación psicológica y ciberguerra».

El jefe del estado mayor ruso: «¿Armas? Con manipulación psicológica y ciberguerrera, un país próspero puede acabar sumido en la anarquía en dos días»

La primera víctima fue Ucrania. El sistema informático electoral fue tumbado tres días antes de los comicios de 2014. El ataque lo reivindicó un grupo de hackers autodenominado CyberBerkut, pero los expertos lo relacionaron con Rusia.

Hay otro campo de batalla novedoso. Facebook, el mayor proveedor de información para sus 1350 millones de usuarios en el mundo, de los que 200 millones viven en EE.UU. Según la consultora Pew, el 44 por ciento de los norteamericanos lee en Facebook las noticias. Más que un intermediario, es un ecosistema. Todo sucede en Facebook. Hay miles de páginas que se crean ex profeso para ejercer influencia en la red social, donde se libra una auténtica guerra de memes, donde la veracidad no es indispensable, lo que importa es la viralidad, que el público comparta el post, lo comente o haga clic en el botón de ‘Me gusta’.

Juego sucio

Un algoritmo decide cuáles son las historias más relevantes para cada usuario, basándose en su historial. Las selecciona y ordena. Pero la desinformación campa. El New York Times pone como ejemplo una de estas páginas -Make America Great (Haz Grande a América)- que «postea» el siguiente titular. «Ningún medio te está contando lo del musulmán que atacó a Donald Trump, así que nosotros lo haremos». Habla de Khizr Khan, el padre del capitán americano muerto en Irak, que recriminó a Trump sus comentarios contra los musulmanes. Y afirma que su hijo era un agente de los yihadistas. Resultado. la página recibe dos millones de visitas en 24 horas.

En las redes la veracidad no importa. Solo la viralidad. Una información falsa genera tráfico. Y un 44% de los americanos solo lee las noticias en Facebook

El administrador de la página es un tal Adam Nicolof, que trabaja desde su domicilio en San Luis. No es espía ni hacker. Era un asesor de marketing reciclado en propagandista político. Crear contenido es caro, así que subcontrata a un matrimonio filipino que desde Manila navega por Internet, selecciona historias políticas y les pone un titular incendiario. Nicolof es un editor modesto. Ingresa 30.000 dólares al mes. Algunas páginas creadas para «ciberinfluir» con estrategias basadas en rentabilizar el algoritmo, al margen de la veracidad de lo que cuentan, ganan millones. E inauguran una manera de hacer política que va a perdurar.

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