Miguel Gila se inspiró en su propia vida para crear sus monólogos. Transformando la pobreza y la guerra en surrealismo consiguió arrancar la risa a varias generaciones convirtiéndose en un gran referente de la cultura popular española del siglo XX. Por C.M. Sánchez

Mi vida tal como fue…: «A mi padre lo buscaban por prófugo»

«Mi padre se hizo novio de la que después sería mi madre por el sistema de aquella época: el piropo, la cita para el domingo… Como no tenían dónde ni de qué vivir, se alojaron en la casa de mis abuelos maternos. Mi padre siguió cumpliendo con su servicio militar. Al mes de estar casados, el que iba a ser mi padre recibió una bofetada de un sargento y él respondió con un puñetazo. Mi padre huyó del cuartel, llegó a su casa, metió ropa en una maleta y viajó de polizón en un tren hasta Barcelona. En Madrid, mi padre era buscado por agresión a un superior y por prófugo. Mi madre se fue con él. Un domingo que mi padre estaba en el rompeolas pescando, una ola lo estampó contra las rocas. No dijo nada al llegar a su casa, se limitó a acariciar el vientre de mi madre, ya con embarazo de seis meses. Días después, le brotaron en un costado unas manchas rojas. Picaduras de pulgas, se dijo. Pero aquello se agravó. Lo llevaron hasta el Hospital Clínico. No había camas. Murió sentado en una silla, con los ojos muy abiertos, como si el asombro de morir con 22 años le hubiera provocado una hipnosis para la eternidad».

… y en monólogo: «Cuando nací, mi madre no estaba en casa»

«Yo tenía que nacer en invierno, pero como éramos pobres y no teníamos calefacción, pues me esperé para nacer en mayo. En mi casa ya ni me esperaban. Cuando yo nací, mi madre no estaba en casa… Me dio de mamar la portera, pero me dio de mamar poco, porque la pobre ya no estaba ni para un ‘cortao’. Mi papá tocaba el tambor en la orquesta sinfónica de Londres. Vino corriendo. Vendimos el tambor a unos vecinos; el dinero que nos dieron lo echamos a una tómbola y nos tocó una vaca. La vaca la pusimos en el balcón para que tuviese la leche fresca y se ve que tenía un cuerno flojo, se asomó, se le cayó el cuerno a la calle y se le clavó a un señor de luto. Total, que el señor del cuernazo se murió y a mi papá le metieron preso y se escapó una tarde que no había taxis y dijo: ‘¡Estoy libre!’. En buena hora. Se le subieron ocho encima pensando que era un taxi y ahí murió, en el tumulto».


Mi vida tal como fue… «Mi madre fregaba conmigo atado a la espalda»

«Mi madre, viuda con 19 años, se vio obligada a viajar a Madrid para dar a luz en la casa de mis abuelos paternos. Trabajó como asistenta. Como tenía que amamantarme, me llevaba con ella. Me ataba a sus espaldas con una pañoleta y, arrodillada, fregaba los suelos conmigo en su grupa, como un pequeño jinete… Conoció a un hombre y se casó con él. Mis abuelos paternos, tal vez porque veían en mí la reencarnación del hijo que habían perdido, convencieron a mi madre para que yo siguiera con ellos. Me crié con ellos. Mi madre siguió viniendo a verme… En cada visita intentaba llevarme a vivir con ella. El nombre de mi madre era Jesusa y así la llamaba siempre. Por más que ella me decía: ‘Yo no soy Jesusa, soy mamá’. Pero yo repetía: ‘No, no. Tú te llamas Jesusa’».

… y en monólogo: «Me criaron unos marqueses riquísimos»

«Como éramos muy pobres, mi madre hizo lo que se hacía en aquella época con los huérfanos… Me metió en un cestito y me dejó en el portal de unos marqueses que eran riquísimos, tenían corbatas, tenían sopa, en la cisterna del váter ponían agua mineral… Yo sé que soy pobre, pero no lo puedo remediar: todos los años, por Navidad, le regalo a mi madre un abrigo de visón… y ella siempre me dice: ‘Pero, hijo, siendo tan pobre como eres, ¿por qué me haces estos regalos tan valiosos?’. Y yo le respondo: ‘Porque las madres se lo merecen todo’. Y la mía, más. Hay que ver lo que sufrió cuando se quedó viuda. Yo era un renacuajo y ella se dejaba las rodillas fregando pisos. ¿Cómo no la voy a tener como a una reina? Le compré un chalé. Y si alguna vez no pudiera comprarle abrigos y perlas, sería capaz de pedir limosna, que me da una vergüenza…».

Mi vida tal como fue… «A mi abuelo le importaban tres puñetas  los derechos del niño»

«Vivíamos en una buhardilla. A mi abuelo le importaban tres puñetas los derechos del niño y me hacía trabajar con él después del colegio. Tapizaba sillones. Cuando mi abuelo me colocaba un sillón encima de la cabeza para que se lo llevara a alguno de sus clientes, me advertía de que no me sentara encima del sillón durante el trayecto. A los veinte minutos de andar con el sillón encima de la cabeza, se me empezaba a poner la cara morada. Descansaba un rato sentado en el bordillo de la acera y, cuando el pescuezo recobraba su longitud normal, me ponía de nuevo el sillón sobre la cabeza, ayudado por algún transeúnte, y llegaba a casa del cliente, donde su señora me daba una peseta y otro sillón con los muelles asomando con el que te3nía que volver a cargar».

… y en monólogo: «Mi abuelo inventó un colador para pobres»

«Mi abuelo era un sabio, era inventor. Había inventado una taza con el asa al lado izquierdo, para zurdos, y decía: ‘Para que no tengan que ir a desayunar al otro lado de la mesa’. Y también inventó un colador para pobres, sin agujeros, para que no se les fuera el caldo y mojaran pan. Después, quería inventar la radio en colores, y ahí ya… Estuvo en el balcón dos meses, con tres latas de pintura y una brocha, dando brochazos al aire y diciendo: ‘¡El día que agarre la onda…!’. Lo único que agarró fue una pulmonía. Cómo querían a mi abuelo en el barrio, la de gente que vino al entierro… le tuvimos que enterrar seis veces, la gente: ‘¡Oootra, oootra!’, y mételo y sácalo, parecía un bizcocho mi abuelo».

Mi vida tal como fue… «A la guerra, en bicicleta»

«Estaba destinado en el frente del Pardo y disponía de una bicicleta. Aprovechando la cercanía, cuando veía que me daba tiempo, agarraba la bicicleta para dormir en mi casa. El día de mi cumpleaños subí a la bicicleta y marché a celebrarlo, pero al volver a la mañana siguiente me dijeron que mi regimiento se había trasladado al frente de Guadalajara, así que fui pedaleando hasta Guadalajara. Llegué de madrugada, bajo una oscuridad completa. Vislumbré el fuego de una hoguera a lo lejos y me dirigí hacia él. Cuando llegué, descubrí a unos soldados sentados a su alrededor. Pregunté: ‘¿Sabéis dónde está el Quinto Regimiento?’. Como si se tratara de lo más natural, me dijeron: ‘Nosotros somos nacionales. Tu regimiento creemos que está por allí’. Y en la oscuridad me señalaron hacia el otro lado de la carretera. Yo, también con la mayor naturalidad posible, les di las gracias y me dirigí hacia donde me habían señalado».

… y en monólogo: «¿Es el enemigo?»

«¿Es el enemigo? Que se ponga… Le quería preguntar una cosa. ¿Ustedes van a avanzar mañana? ¿A qué hora? Entonces, ¿cuándo? El domingo. ¿Pero a qué hora? ¡Ah! A las siete. ¿De la mañana? Es que a esa hora estamos todos acostados. ¿No podrían avanzar por la tarde? Después del fútbol. Perfecto. ¿Van a venir muchos? ¡Hala, qué bestias! Pero esos son muchísimos. Yo no sé si habrá balas para tantos. Bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten».

El cómico que se rio de la guerra

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Miguel Gila nació hace cien años en Madrid y tuvo una vida como para echarse a llorar. Ingenioso y mordaz, sin embargo, convirtió sus penurias en humor y consiguió que…

 

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