¿Por qué la mayoría de los parlamentos son semicirculares?

Como homenaje al divulgador científico Eduard Punset, recuperamos su sección ‘Los lectores preguntan’ en la que abordaba las cuestiones que le planteaban los seguidores de XLSemanal

¿Por qué la mayoría de los parlamentos son semicirculares?

Los parlamentarios de aquí y de otros países harían bien en aprovechar su ausencia del Congreso durante el verano para pensar no solo en el sistema electoral y la formación de mayorías, sino también para deducir el diseño arquitectónico ideal de los palacios que los cobijan durante el invierno.

«El consenso y la unanimidad no afianzan la democracia, la reducen. Así lo perciben los europeos»

Al imponer el Parlamento en forma de hemiciclo, los revolucionarios franceses, a finales del siglo XVIII, lo hicieron con la idea de asegurarse la unanimidad. Los revolucionarios buscaron una forma que reflejara la unidad de la asamblea. Apostaron por el diseño semicircular con el pensamiento de que, en un ambiente bien diseñado como este, la voluntad general debía ser capaz de formar una opinión de manera casi espontánea sin apenas necesidad de hablar y los diputados debían poder formar física e intelectualmente un solo cuerpo.

Lo que olvidamos es que esta forma semicircular se impuso en contraposición a la sala rectangular inglesa, una disposición parlamentaria en la que se fomentan, de forma natural, las divisiones y los debates contradictorios.

La mayoría de los países reprodujeron para sus parlamentos la forma semicircular, aparentemente más prestigiosa, teatral y acorde con la visión de lo que debía ser una nación en el siglo XVIII; es decir, una gran familia en la cual resultaba necesario borrar todos los particularismos. Lo importante en un Parlamento semicircular es votar a la unanimidad. El debate aparece como un contratiempo inútil. No se le da valor.

parlamento semicircular punset

La idea de que la forma podía influir en la manera de pensar fue algo muy consciente, tanto por el lado latino como por el lado británico. Al hacer un discurso acerca de la reconstrucción de la Casa de los Comunes después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro Winston Churchill declaró: «Nosotros damos forma a nuestros edificios y, después, nuestros edificios nos dan forma».

En el sistema inglés la eficacia del bipartidismo en el Parlamento depende de la relación entre el Gobierno y los partidos de la oposición. Y es el deber de los partidos de la oposición contribuir a la creación de políticas y leyes a través de una crítica constructiva, oponerse a las propuestas del Gobierno con las que no están de acuerdo y presentar sus propias políticas. La mesa central, que separa los bancos del Gobierno y de la oposición, desempeña un papel nuclear. Los miembros hablan desde ella y los documentos se hacen públicos cuando se presentan en la mesa. En torno a la mesa inglesa se hace lo que indica la etimología de la palabra «parlamento»: hablar. (El término «parlamento» deriva del francés parler, «hablar»). El Imperio británico nunca quiso borrar particularismos, sino agregar las diferencias que dan su riqueza a los diferentes países de la Commonwealth («riqueza compartida»).

Quizá Europa no haya pensando lo suficiente en la forma de su Parlamento. Ha elegido el hemiciclo, una forma que se concibió para estructurar la nación y el estado nacional. Pero esta forma, que se impuso para afianzar la unanimidad nacional, probablemente sea inadecuada para una federación de países dispares. En una federación, el consenso y la unanimidad no afianzan la democracia, la reducen. O, por lo menos, así lo perciben los europeos. Probablemente, aún no hayamos inventado la forma parlamentaria del futuro. Podríamos imaginar una red de microparlamentos no solo políticos, sino también ciudadanos. Si pensáramos más en la forma en lugar de perpetuar modelos pasados, idearíamos nuevas maneras de hacer política.

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