José Antonio Iniesta llega a la casa de su hijo Andrés Iniesta, en Sant Just, con cierta antelación a la cita, pero con las prisas se ha olvidado sus habituales gafas ‘de ver’. Solo lleva las de sol. El descuido saca la sonrisa a Andrés, que escucha cómo confiesa su miedo a volar… Por Rodrigo Errasti / Fotos: Antón Goiri

Ese que le impidió ir a Sudáfrica o Brasil, pero quizá logre superar para poder viajar a Rusia. Aunque ha ido en tren, coche o barco «a donde haga falta» dentro de Europa, ahora está haciendo un curso para superar esa fobia a los aviones. A Japón, donde Andrés Iniesta jugará la próxima temporada, va a ser difícil llegar por tierra…

P. A usted le dará pena que Andrés se marche de Barcelona…

R. Le hemos dado muchas vueltas. Él lo tenía claro, sabe la edad que tiene y un año más puede ser muy largo. Él no quería condicionar al entrenador por ser quien es.

Ahora vivimos a un kilómetro de su casa y cuando se marchen no tendremos la oportunidad de vernos todos los días, pero iremos a menudo. Y mientras tanto, le enviaré la factura del teléfono porque no sabemos vivir el uno sin el otro.

«Andrés no ha cambiado nada desde los 12 años. Habla poco, pero se queda con todo»

P. El final ha sido con lágrimas de felicidad, pero las primeras fueron de tristeza.

R. Sí, fue muy duro. No olvidaré el día que en el torneo Brunete [fue elegido mejor jugador] se me acercó un señor y me dijo que el Barça estaba interesado en que Andrés fuera a La Masía. Primero, Andrés me dijo que no porque era muy pequeño. Luego, yo, egoístamente, le ‘comía’ la cabeza. Al final me dijo: «Mira, si hay posibilidades y es lo que tú quieres…». Cuando estuvo ya en La Masía, hubo momentos… Nos decían que no comía, que lo estaba pasando mal, y estuvimos a dos días de llevárnoslo. Pero nos llamaron justo antes de ir y nos dijeron que ya comía con normalidad. Recuerdo que él me dijo: «Tranquilo, padre, que estoy bien». Al final se quedó y ya se adaptó. Vino a Barcelona con 12 años y se va con 34, siendo un hombre. Ya no me necesita. Quizá lo necesito yo más a él.

andres iniesta futbolista con su padre

Andrés Iniesta con su padre en la casa del ‘crack’

P. Ahora que él es padre, sabrá que ustedes lo pasaron mal…

R. Sobre todo su madre. Sufrió más que yo, porque yo lo compensaba con el fútbol. Ella nunca tuvo un ‘no’, y podría haberlo hecho; podía haber dicho: «Mi hijo no se va», pero no lo hizo. Todas las decisiones que tomé se hicieron porque tuve una mujer a mi lado, y él una madre, que nos apoyó siempre.

«No sabemos vivir el uno sin el otro»

P. El año que va desde el gol de Stamford Bridge al de Holanda pasaron muchas cosas que la gente no supo, y no solo lesiones musculares.

R. Con la lesión antes de la final de la Champions de Roma se comió mucho la cabeza y pasó días malos. Después, aquel verano pasó lo de Dani Jarque [falleció de modo repentino]. Él estaba jodido, pero nos daba ánimos a nosotros. Andrés se come mucho la cabeza. Todos los jugadores deben sufrir, pero a Andrés se le clava dentro. Le digo que esto es un deporte, que solo uno gana, pero a él eso le pesa más de lo que debería.

P. Él mismo reconoce que tuvo una depresión.

R. Andrés se come todos los problemas, los suyos y los de los demás. Y eso al final pasa factura. Ha tenido mucha presión desde muy joven, y no lo saca por no hacernos sufrir. Hay que sacar todo el veneno; que al final el veneno te mata. Pero al verano siguiente llegó al mundial y le cambió todo. Lo alivió, le dio oxígeno, explotó allí jugando, disfrutando, y luego vino el éxito.

P. ¿Ha cambiado mucho su hijo con ese éxito?

R. Para nada. Diría que ni un dos por ciento de como era de pequeño. Es igual de respetuoso y sigue siendo igual de hábil. Con 12 años no hablaba mucho, pero se quedaba con todo, y ahora aún es reservado; habla lo que
toca y cuando toca, y eso es lo que no sabemos hacer otros.

P. Cuénteme eso de que no vio el gol a Holanda en el estadio por su miedo a volar, pero tampoco por televisión porque se pone muy nervioso.

R. Es verdad. A veces no puedo terminar de ver el partido; me voy a estar solo y pongo música. No lo puedo controlar. Ese día estuve en casa, sin bajar al bar donde estaban viendo el partido mi mujer y otros parientes, hasta que marcaron gol. Quedaban 4 minutos. No me di cuenta que había sido Andrés hasta que terminó. La alegría fue increíble. Quedará para siempre.

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