Carlos Montero y Darío Madrona son los creadores de ‘Élite’, la serie juvenil que arrasó en 2018. Nos cuentan cómo se crea un fenómeno mundial desde un pisito de Malasaña. Por Fernando Goitia/ Fotos: Carlos Luján

XLSemanal. Élite fue una de las series más vistas el año pasado en todo el mundo. ¿Se han planteado a qué se debe su éxito?

D.M. La única evidencia es que se estrenó en Netflix, al alcance de 140 y pico millones de espectadores en 190 países. Sin ese factor sería imposible.

XL. No todas las series de Netflix son, sin embargo, un fenómeno mundial…

C.M. Claro, pero nosotros no hemos cambiado nuestro modo de trabajar. Quizá al escribir piensas en cosas que se entiendan un poco más fuera, pero sin rayarnos mucho. Netflix quiere que los productos sean muy locales para conseguir ser universales.

D.M. Nunca decimos: «Esto no lo van a entender en tal país». No tuvimos ningún miedo a ser españoles, aunque intentamos huir de ciertos tópicos. Cuando pensamos en los ricos, por ejemplo, no queríamos al típico pijo cañí con la banderita de España en el reloj que se va de caza el fin de semana.

C.M. Es que nos iba a caer muy mal. En España la riqueza se representa de una forma un poco hortera, con mucho oro, escaleras de mármol.., y optamos por una casa más minimalista, elegante y moderna. Y queda más internacional, pero sin pretenderlo.

XL. ¿Qué es lo que han visto en España plataformas como Netflix?

D.M. Que hay dos décadas de experiencia de dar al público lo que quiere. La mayoría de los éxitos de audiencia en España han sido series hechas aquí, y eso no ocurre en Francia, Italia o Alemania, donde su prime time lo ocupa producción americana. Y lo hacemos con menos dinero que nadie. Aquí no se aprecia, pero el mundo ya sabía que en España sabemos hacer entretenimiento.

C.M. Las series españolas, de hecho, siempre se han vendido muy bien. Física o química la vendimos a 30 países. El internado, a 50. Médico de familia, Los Serrano...

XL. La industria que nació con las cadenas privadas, digamos, está madura para ofrecer ahora lo que el mundo demanda.

C.M. Así es. Siempre nos han criticado por hacer series muy populares, pero en 20 años hemos corrido una maratón. Esta generación de guionistas, directores y productores que se han curtido ahí, están superpreparados ante este nuevo escenario.

XL. Las chicas del cable, por ejemplo, es el mismo estilo de serie generalista que ha triunfado en España, pero con 50 minutos y para Netflix…

D.M. Porque series como Velvet y Gran Hotel son productos que están muy bien hechos desde el punto de vista industrial. Y narrativamente también. Si las comparas con una serie británica o norteamericana, peseta por minuto y calidad de producción, están a la altura.

C.M. Y luego son los mismos que te hacen Fariña. Bambú es el ejemplo de ese aprendizaje que hemos hablado.

creadores de series espanolas Elite

XL. ¿Las plataformas obligan a las cadenas a arriesgar más, como Antena 3 al aceptar una serie nada ‘generalista’ como Fariña?

C.M. Sin duda. Y si Patria va bien, que es una serie sobre el País Vasco y el terrorismo, se abrirá ahí otra vía para tocar temas candentes. Siempre hubo cosas de las que las cadenas no querían hablar, no por censura o remilgos, sino porque tenían un público más reducido y no era rentable. Pero ahora que las venden a una plataforma, sin tener que ir país por país, pueden arriesgar más.

D.M. Hay que hacer, por fin, una serie sobre la ruta del bacalao [se ríen]. Chimo Bayo está ahí. Lo que pasa es que llenar una discoteca de extras es carísimo. A ver si llega Amazon con sus millones, hombre, que esto se va a abrir mucho más todavía. La internacionalización nos permitirá mejorar nuestros valores de producción.

XL. El modelo de poner 15 minutos de publicidad a las 12 de la noche antes de que termine un capítulo, ¿tiene los días contados?

C.M. Nunca se sabe. Hace cinco años los agoreros ya decían: «La tele está muerta porque llega Internet». Igual que los periódicos. Es cierto que todo ha cambiado, y cambiará más, pero que nadie anuncie su muerte antes de tiempo. Las cadenas están evolucionando hacia los eventos en vivo –Sálvame, OT, Masterchef, fútbol y demás–, pero si te ponen una buena serie, aunque tenga anuncios, eso crea marca, fideliza y no creo que quieran renunciar del todo a eso. En fin, estamos en una encrucijada. No sé lo que va a pasar.

D.M. Ahora mismo, de hecho, se ve más televisión que nunca; muchas series y películas, eso sí, pero ese electrodoméstico seguirá ahí mucho tiempo.

XL. ¿El cine se está quedando atrás con respecto a las series?

D.M. Un poco. Pero es que el cine español está en el mismo sitio o un poco más atrás que hace unos años. En las salas de otros países no se estrenan más películas españolas que antes. La industria no se está expandiendo, están más en plan: «virgencita, que me quede como estoy».

XL. Antes, cuando alguien de la tele hacía cine, lo llamaban «intruso». Ahora, cada vez más directores de cine hacen series. ¿Los consideran como intrusos?

C.M. Hombre, tampoco vamos a hacer lo mismo. En el cine ha habido gente con mucho talento, pero también mucho gilipollas que nos miraba por encima del hombro y que ahora llega en plan: «Bah, esto está tirado».

D.M. No te voy a dar nombres, pero hay un director de cine que hizo una serie hace poco y que, en la rueda de prensa, se refirió a los dos primeros episodios como: «el primer acto de una película».

C.M. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Nooo!

D.M. Son cosas de vergüenza ajena, porque el primer acto en una película dura 15 o 20 minutos. No puedes esperar dos horas para atrapar al espectador: lo pierdes. No se pueden aplicar las recetas de un medio a otro. No se trata de hacer una película de ocho horas, que es un coñazo que nadie quiere ver, sino una serie de ocho capítulos donde cada uno de ellos debe tener valor por si mismo.

C.M. Cuando oígo eso de: «En el capítulo 3 empieza a mejorar»… ¿En serio? ¿No tenéis vida?

D.M. Yo quiero hacer un pódcast titulado: «A partir del quinto mejora» [se ríen]. Una buena serie atrapa al espectador desde el principio y tiene que mantenerlo ahí todo el rato, luchando contra el mando a distancia, la competencia feroz, los anuncios, el sofá, las ganas de ir al baño… Eso ya lo hacía Dickens cuando publicaba sus novelas por capítulos: acababa bien alto para que la gente quisiera leer el siguiente.

XL. Cambiando de asunto. Hay voces que dicen que hoy, a la hora de hacer los castings, hay quien se fija en la cantidad de seguidores que tiene determinado actor en Instagram…

D.M. Nosotros no hemos hecho eso, desde luego. Nunca tuvimos esa idea. Cogimos al que más nos gustaba para cada personaje. Y si nos dieran a elegir, siempre pondríamos repartos desconocidos porque da más credibilidad.

XL. En la serie hay tres actores de La casa de papel. ¿Ayudaron a impulsar el fenómeno?

D.M. Nos vino fenomenal, pero no fue un cálculo. Al hacer el casting para Elite, La casa de papel no era todavía un bombazo internacional. Simplemente, fueron los mejores en cada prueba.

XL. Élite, en todo caso, creció empujada por las redes sociales…

C.M. Sí, pero eso es porque la plataforma en si misma es una máquina de crear famosos. Sacas a un actor desconocido y pasa de 8000 seguidores en Instagram a dos millones. Ocurrió con Ester Expósito, por ejemplo. Netflix crea su propio star system y así vende mejor sus propios productos: «Eh, ¡la nueva serie de la ‘prota’ de Las chicas del cable!».

XL. ¿Qué reacciones les llegaron por las Redes?

D.M. Nada desagradable. Esperábamos más, la verdad, porque la serie es muy directa y explícita. Ha habido gente que nos agradeció sacar el tema del VIH, por ejemplo. Y sabemos que arrasó en Brasil por los miles de tuits que teníamos. ¡Es que era casi todo de Brasil! También ha habido padres que nos han dicho que a su hijo le encanta…

C.M. Si, y otros que eran, más bien: «No voy a permitir que mis hijos vean esta serie». Pues claro, lo que usted considere. En una cadena generalista, Elite habría levantado ampollas, pero es que en Netflix tú pagas por verla.

XL. ¿Recuerdan qué fue lo primero que escribieron?

C.M. Yo no fui precoz. Decía que me gustaba escribir, pero nunca escribía. Empecé en la universidad.

D.M. Yo, en tercero de EGB, escribí una poesía para un concurso. Éramos dos y quedé segundo [se ríen]. Era una coña, todavía me acuerdo de memoria… .

C.M. Te veo a punto de declamar… [se ríen].

D.M. No, no, pero, oye, fue mi primer éxito de público. Y luego escribía cuentos imitando a Agatha Christie. Pero vamos, ¡calcados! Que no enseñaba a nadie, claro.

XL. Han trabajado juntos en muchas series –Maneras de sobrevivir, Génesis, en la mente del asesino, Vive cantando, Vivir sin permiso…–. ¿Hasta qué punto llevan tiempo siendo un equipo?

C.M. Nos conocimos en la facultad, aunque soy mayor que él. Yo supe que me quería dedicar a esto viendo series como 30 y tantos en el instituto, y al acabar Imagen y Sonido el trabajo surgió de forma natural. Era una época en la que había muchas oportunidades en la tele.

XL. ¿Como consiguió entrar?

C.M. Gracias a Alejandro Amenábar. Fuimos compañeros de clase y de piso, y al triunfar con Tesis él nos abrió las puertas a todos los amigos. Los productores buscaron talento en la facultad y, aunque ninguno éramos Alejandro, coló y enseguida encontré hueco. De Al salir de clase pasé a El comisario

XL. ¿Y tú, Darío?

D.M. A los 14 años ya quería dedicarme a algo que tuviera que ver con el cine. Pero claro, desde Murcia todo parecía imposible salvo hacer guiones. Bastaba con una máquina de escribir. Luego vine a Madrid, a la facultad, y Carlos fue para mí lo mismo que Alejandro para él. Cuando pudo darme una oportunidad, lo hizo. Eso fue en 2003. Y aquí sigo.

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