Es un experto en personajes complejos, con fuerte carga psicológica. Él mismo tiene fama de ser muy difícil en los rodajes. Esta es una conversación sobre luchas interiores y exteriores con el actor de Hollywood Edward Norton. Su último reto: interpretar a un antihéroe con el síndrome de Tourette. Por W. Luef/ Foto: Getty Images

Los personajes divididos de Edward Norton

Lo que mejor se le da a Edward Norton es interpretar personajes rotos. Él mismo tiene fama de difícil en los rodajes. Muchos apuntan que ha sido su compleja personalidad lo que le ha impedido reinar en Hollywood, tras ser bautizado como el mejor actor de su generación y contar con dos nominaciones al Oscar. En American History X (1999), dio vida a un neonazi que experimentaba una profunda transformación en la cárcel; en El club de la lucha, era un empleado gris que montaba un ejército clandestino. Y hasta en El increíble Hulk, el protagonista mostraba una personalidad dividida. Sin embargo, para el actor estos personajes no son tan extraordinarios. «Interpreto personalidades que todos hemos experimentado».

XLSemanal. ¿Quiere decir que todos tenemos personalidad múltiple?

Edward Norton. No, pero todos tenemos diferentes versiones de nosotros mismos con las que tenemos que lidiar: aquel que muestras hacia fuera pelea con tu yo interior. Como actor, puedes llevar al extremo esos pequeños procesos que se ocultan en cada uno de nosotros.

«Para hacer películas realmente buenas, a veces tienes que ser un poco sociópata. Nadie debería diculparse por trabajar duro»

XL. ¿Quiere eso decir que, por ejemplo, en American History X trataba de enfrentar a los espectadores con el odio y la brutalidad que llevan dentro?

E.N. Ahí también estamos ante la dualidad humana. Una parte de ti a veces siente una ira increíble, pero puede desaparecer si tomas la decisión de dar un paso a un lado y dices: «Esa persona furiosa era yo, pero ya no lo soy». Piense en Robert de Niro en Taxi driver: tomó el trauma de Vietnam, un trauma omnipresente pero sobre el que nadie hablaba. En eso consiste una buena interpretación: ver estas cosas y potenciarlas.

XL. En su nueva película, Huérfanos de Brooklyn, interpreta al primer gran héroe de la pantalla con síndrome de Tourette.

E.N. Este personaje, desde el principio, también te dice de una forma explícita: «Escuche, algo en mí no va bien, tengo algo extraño en la cabeza», y el público entiende al personaje al instante. Todo el mundo, de una u otra manera, sabe lo que es eso.

XL. Compró los derechos de la novela hace diez años, escribió el guion y ha dirigido la película. Fue el papel protagonista, el detective privado Lionel Essrog, lo que le cautivo, ¿no es así?

E.N. Totalmente. Es un personaje con muchos niveles: por un lado, genial; por el otro, constantemente paralizado por su enfermedad. De alguna forma es una víctima y, sin embargo, no deja de ser un tipo duro.

«Mis personajes muestran la dualidad humana. Todos tenemos dos versiones de nuestra propia personalidad. El yo que muestras al exterior lucha con el yo interior que ocultas»

XL. ¿Cree que su interpretación cambiará la imagen que el público tiene del síndrome de Tourette?

E.N. Lo inquietante y maravilloso del Tourette es que no hay dos manifestaciones iguales. Algunos tienen tics verbales; otros, puramente corporales. Algunos lo describen diciendo que es expresión de su creatividad individual. Y eso es algo que me parece fascinante. Cuando empezaba a preparar el papel, una persona con síndrome de Tourette me dijo que no se puede interpretar mal porque tiene múltiples formas. La mayoría de la gente ni siquiera se da cuenta de que conoce a alguien con Tourette.

XL. ¿De verdad?

E.N. ¿Conoce a alguien que parpadee con especial intensidad? Pues esa puede ser una forma leve de Tourette. Mi amigo Adam es abogado. Lo que hace él pasa casi inadvertido: cada cinco minutos adelanta la barbilla y a la vez tuerce un poco el cuello, nadie se da cuenta, todo el mundo piensa que solo se está estirando un poco, pero lo repite de forma regular. Solo te das cuenta si te fijas con atención. Ese movimiento es el que hago yo en la película. Otro ejemplo: en mis tiempos de universidad, muchas veces me llevaba un taxista que tenía un tic que consistía en decir de repente: «if» (‘si’). Solo esa palabra, nada más. Siempre pensaba que en aquello había algo maravillosamente existencialista. Ese tic también lo tiene Lionel en la película. Una de las veces, Willem Dafoe responde con un lacónico: «if only» (‘si tan solo’). Así fui construyendo el personaje.

XL. Hoy, cuando se habla de autismo, muchos piensan en Dustin Hoffman y su papel en Rain Man. ¿Espera que pase lo mismo con su papel y el síndrome de Tourette?

E.N. El de Rain Man o el que interpreta Russell Crowe en Una mente maravillosa son personajes con los que el público empatiza, y lo hace sobre todo por su enfermedad. Tras la película queda un sentimiento positivo que trasciende a la trama: la sensación de haberte puesto en el lado correcto, en el lado del marginado. Y casi da lo mismo de qué vaya la película. Fíjese en el caso de Tom Hanks en Forrest Gump: la película en realidad es mucho más afilada y política de como la mayoría de la gente la recuerda. La gente es cruel con Forrest, su novia Jenny sufrió abusos sexuales por parte de su padre, en el plano político está la guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy, todo es sombrío, muy duro. Pero ¿de qué te acuerdas?

XL. De una historia de amor en unas circunstancias complicadas.

E.N. Exactamente. En la pureza del amor. Y si algún día llegara a pasar lo mismo con Huérfanos de Brooklyn sería un éxito enorme.

XL. La novela transcurre en el presente, pero la ha convertido en una película de cine negro de los años cincuenta. ¿Por qué?

E.N. Muchos de los personajes me parecían como de los años cincuenta. Se lo comenté al autor, Jonathan Lethem, y le gustó la idea. Además, al llevarla a esa época, la gente puede ser mucho más dura con Lionel. Entonces no había sensibilidad hacia el síndrome de Tourette, nadie sabía lo que es, así que Lionel pasa a ser una especie de monstruo de feria. No hemos recreado una versión sentimental de los años cincuenta, sino la época dura, chovinista, racista que en realidad fue. Lionel está expuesto a un mobbing muy intenso.

XL. ¿Es algo que conoce bien?

E.N. ¿El mobbing?

XL. Sí. No le gusta hablar de su vida privada, pero una vez un bloguero le preguntó qué pondría en una valla publicitaria, y usted contestó: el nombre de un par de tipos de mi instituto, y al lado la pregunta: «¿Qué opináis ahora de mí?».

E.N. Sí, es verdad, el instituto no me gustaba nada. De hecho, creo que no te puedes fiar de las personas que fueron felices entre los 14 y los 18 años. Pero cuando pienso en cómo las redes sociales intensifican hoy esas cosas, se me saltan las lágrimas. Me parece tan peligroso… Los adultos no podemos imaginar hasta qué punto los insultos y ataques pueden hacerse más serios; hasta qué punto el mundo digital puede amplificarlos y potenciarlos. Hemos creado mundos en los que los niños pueden ser terribles con otros niños de forma anónima. Cuando lo pienso, me entran ganas de mudarme con mi hijo a la Columbia Británica y vivir en una cabaña solo para protegerlo de todo eso.

«Mi hijo tiene seis años. Cuando pienso en su vulnerabilidad, siento terror. Ahí fuera hay una maldita Estrella de la Muerte, hostil, lista para disparar»

XL. ¿Cuántos años tiene su hijo?

E.N. Seis.

XL. Todavía le queda algo de tiempo antes del instituto.

E.N. Sí. ¿Sabía que Steve Jobs no dejaba a sus hijos usar los dispositivos que él había inventado? Me quedo helado al pensarlo.

Edward Norton: "No te puedes fiar de las personas que fueron felices cuanto tenían 14 años""

XL. ¿Le permitirá a su hijo usar un móvil y entrar en redes sociales?

E.N. Es algo a lo que le doy vueltas a todas horas. Mientras los niños son pequeños, es fácil ofrecerles seguridad. Pero esas cosas que le decía antes, cada día que pasa las tienes más cerca. Creo que la clave no es que el niño tenga acceso a todo, sino que todo tiene acceso al niño. Es una maldita Estrella de la Muerte, hostil, lista para disparar. Terror es la palabra que define lo que siento cuando lo pienso.

XL. Una vez recomendó la lectura del ensayo de Tennessee Williams La catástrofe del éxito. En él, el escritor cuenta lo mucho que sufre por haberse hecho famoso de la noche a la mañana. ¿Le pasó algo parecido?

E.N. No llegué a percibir ese momento de cambio repentino, porque coincidió en el tiempo con la enfermedad y la muerte de mi madre. Aquello lo neutralizó todo. También los aspectos positivos de la fama: que de repente puedes permitirte elegir los proyectos en los que quieres participar, que puedes hacer lo que te apetece de verdad… Todo eso lo viví con retraso. Truman Capote escribió una vez un retrato fantástico de Marlon Brando en la revista The New Yorker. Le hacía esa misma pregunta. ¿Lo conoce?

XL. No.

E.N. Marlon Brando le responde que llevaba una vida de artista discreta, hacía teatro de vez en cuando, era feliz. Y, de repente, se despertó en lo alto de una enorme montaña de golosinas. Nunca superó haber tenido que renunciar al anonimato tan joven, ya no pudo pasear tranquilamente por las calles, la gente proyectaba tantas cosas en él… Para él, fue una catástrofe. En mi caso, todo fue bastante más despacio. Además, era mayor que él.

XL. Otra cosa que me impactó del ensayo de Williams fue que, cuando se hizo famoso, empezó a dudar de sus amigos. Cuando lo alababan, pensaba que lo hacían por hipocresía.

E.N. No he tenido esa sensación. Quizá porque mis amigos me conocen desde los 18 años. Conocen al Edward no famoso. Lo que me gusta del ensayo de Tennessee Williams es algo más general. En un pasaje describe a una señora mayor con un cubo y una fregona en el pasillo de un hotel, tiene que limpiar los restos que ha dejado un huésped borracho. Y dice: «En este mundo nadie debería tener que limpiar la porquería de otra gente, es terrible para ambas partes, probablemente más terrible para aquel cuya porquería hay que limpiar». Vaya frase. Es válida para todos nosotros.

«Daniel Day-Lewis vive al lado de mi casa y va en metro sin que lo molesten. Es así por que él quiere que sea así. Aunque seas famoso todos tenemos la opción de elegir»

XL. Es una de las pocas estrellas de Hollywood que coge el metro en Nueva York casi a diario…

E.N. Así es. El que dice que ya no puede ir en el metro, en realidad, lo que dice es que ha perdido la capacidad de moverse sin llamar la atención. Daniel Day-Lewis vive al lado de mi casa, no solo lo veo en el metro, sino por la calle, a todas horas, puede salir a pasear sin que lo molesten. Y es así porque él quiere que sea así. La mayoría de las personas que dicen que son centro de atención constantemente alimentan esa atención ellos mismos. Creo que todos tenemos la opción de elegir. Durante el rodaje de Huérfanos de Brooklyn cogí el metro todos los días.

XL. ¿Hubo algún momento en el que se arrepintiera de haber decidido hacerlo todo usted: guion, dirección y papel protagonista?

E.N. Ya había dirigido e interpretado al protagonista una vez, en Más que amigos (2000). Y antes de eso, en American History X, mi amigo Tony Kaye, el director, me dejó encargarme de muchas de las cosas de las que se ocupa el director, para que viera de qué iba. Fueron unas prácticas de dirección.

XL. Tiene fama de ser un perfeccionista incorregible en los rodajes. David Fincher, director de El club de la lucha, dijo que cuestionó todas sus decisiones hasta el último día de rodaje.

E.N. Fincher es una de las mejores personas con las que he trabajado, pero lo irónico es que él es 300 veces más perfeccionista que yo. Para El club de la lucha tuvo 130 días de rodaje; eso no lo tiene casi nadie. Así puedes permitirte el perfeccionismo. Para mi película yo he tenido 47 días. Leonardo DiCaprio me preguntó una vez cuánto había costado la película y, cuando se lo dije, se quedó con la boca abierta. Era un tercio de lo que él pensaba. Un tercio de lo que Tarantino tuvo para su última película, y la quinta parte de la última de Martin Scorsese.

XL. Creo que Fincher dijo aquello como un cumplido.

E.N. La gente que quiere hacer películas realmente buenas prefiere trabajar con personas que se tomen su parte en serio. No es fácil, unas veces tienes que ser un perfeccionista, otras tienes que ser un sociópata. Si hay una persona tan concentrada y enfocada en lo que hace que llega a perder toda capacidad de empatía, esa persona es David Fincher. Cuando algo no le gusta, va preguntándole a todo el mundo: «¿Pero qué mierda es esta?». Y mire, yo lo entiendo. A veces hay que ser así. Nadie debería tener que disculparse por trabajar duro. Me gustan las producciones donde la gente no se despide con un apretón de manos, sino abrazándose y diciendo: «¡Lo hemos conseguido!». En eso, Fincher es como Alejandro Iñárritu. ¡Menudo hijo de puta apasionado! En Birdman teníamos secuencias de 15 minutos sin cortes, durísimas; cuando las terminábamos, a todo el mundo se le quitaba un peso de encima, y entonces llegaba Alejandro y decía: «Todavía no hemos encontrado la magia que buscamos, tenemos que hacerlo otra vez para que la encontremos», y nadie en el set se podía creer lo que estaba oyendo.

XL. Una vez dijo que los actores, a diferencia de escritores, pintores o músicos, dependen de que alguien les diga que sí.

E.N. Como director es igual. Terminé el guion de esta película en 2012, pero no pude empezar a trabajar hasta cinco años más tarde. Las películas requieren un montón de dinero, necesitas a mucha gente que te diga sí. Tienes que hablar, suplicar, convencer… A no ser que seas Martin Scorsese y Netflix esté dispuesta a financiar todos los proyectos que se te ocurran. Pero, sabe, quizá fue bueno que me llevara tanto tiempo empezar la película.

XL. ¿Por qué?

E.N. Cuando terminé el guion, Obama acababa de ser reelegido presidente. El racismo, el chovinismo, parecían temas superados, algo que solo veías si mirabas por el retrovisor. ¿Una película sobre la autocracia, sobre el problema que representa la figura del hombre fuerte que saca pecho y dice: «La historia soy yo», es decir, una película sobre los problemas del ayer? Sí, ya. En 2017, cuando la rodamos, todo lo que hasta ese momento veíamos por el retrovisor se nos plantó delante del parabrisas y empezó a gruñirnos.

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