Naturalista, poeta, divulgador… Araújo nos recibe en su finca de Extremadura. Confía en que la pandemia nos haya abierto, por fin, los ojos: nuestra salud y la salud del planeta son inseparables. Y nos lanza un reto: «Tenemos cinco años para cambiar el mundo». Por Ixone Díaz Landaluce / Foto: Antón Goiri

Descubrió la comarca extremeña de Las Villuercas cuando las carreteras aún no estaban asfaltadas y él era un estudiante de 21 años. Enamorado de aquel paisaje, en 1978 Joaquín Araújo compró una finca de 400 hectáreas a 5000 pesetas cada una. Allí ha plantado más de 25.000 árboles, ha escrito un centenar largo de libros y ha vivido la mayor parte de su vida. También ha pasado el confinamiento pastoreando a sus cabras y cuidando de su huerta ecológica, su viña, su olivar y sus frutales. «Llevo 92 días sin moverme de aquí. Pero es que yo aquí soy casi autosuficiente», explica. Y allí se ha dedicado a pensar, leer y escribir. De hecho, durante la pandemia ha publicado su último libro, Los árboles te enseñarán a ver el bosque. El naturalista (y poeta, escritor, guionista y divulgador) confía en que la pandemia nos haya abierto los ojos y se convierta en nuestra mejor (y última) oportunidad.

XLSemanal. En una finca como la suya, el confinamiento se ha llevado mejor, ¿no?

Joaquín Araújo. Me da apuro decirlo, pero he estado fenomenal. He pasado mucho tiempo en la huerta, con las cabras, trabajando con las manos, pero también con la cabeza… He estado mejor que nunca cuando la mayoría ha estado peor que nunca.

XL. ¿Y cuál ha sido su estado de ánimo?

J.A. Pues pasaba de la delicia a la tortura casi todos los días. La de 2020 pasará a la historia como la mejor primavera del último siglo. Con la retirada del ser humano, la naturaleza ha reaccionado con una presencia extraordinaria. Pero los telediarios me hacían llorar cada día. Me parecía inverosímil lo que estaba pasando, ignominioso cómo reaccionaban algunos políticos, desgarrador cómo fallecían los ancianos en las residencias…

«Los millones de gestos solidarios que ha habido durante la pandemia hay que convertirlos en una masa crítica que cambie las cosas»

XL. Los epidemiólogos llevaban años advirtiendo de que esto podía pasar. ¿Es la pandemia fruto del desprecio por la ciencia por parte de los gobiernos?

J.A. Desde luego. Pensábamos que el colapso llegaría por la catástrofe climática, por la crisis social y política de las migraciones derivadas del calentamiento global o por el agotamiento de la productividad biológica de la tierra y el mar. Pero la siguiente, sin duda, será la crisis climática. Y esa no es una enfermedad de cinco, diez o quince millones de personas. Es la enfermedad del principio vital por excelencia: el clima, que es el fundador de la vida.

XL. La conexión entre la pandemia y el cambio climático parece cada vez más irrefutable. ¿Por qué somos ahora más vulnerables a las enfermedades infecciosas?

J.A. Por un lado, el aumento de la temperatura fomenta la aparición de nuevos patógenos. Ese es un vínculo, pero hay otro más importante. La salud de los seres humanos es inseparable de la salud del planeta. Que la naturaleza esté enferma, que esté hecha añicos la transparencia del aire y la vivacidad de las aguas, que no existan fronteras entre los animales y los seres humanos han debilitado el conjunto de los sistemas inmunológicos. En el planeta hay una sola salud.

XL. Y la zoonosis (el ‘salto’ de los patógenos a humanos) es cada vez más frecuente…

J.A. Los coronavirus están perfectamente controlados en los animales que los albergan, igual que nosotros convivimos con enfermedades que nuestro sistema inmune mantiene a raya. La salud tiene que ver con lo completo. En sánscrito y en griego, lo saludable es lo que está entero. La parcialidad, el deterioro de los sistemas biológicos, es lo que hace que tengamos muchas más papeletas de enfermar.

XL. Desde muchos sectores se reclama que la reconstrucción sea verde. ¿Le da miedo que se quede en un eslogan?

J.A. Me aterroriza. Se dice que una crisis es una oportunidad y la que nos ha brindado esta pandemia es gigantesca. Se ha parado el mundo, y eso era lo que necesitábamos. Eso ha hecho pensar a mucha gente. Cuando oigo a la señora Merkel decir que hay que aspirar a una economía más ecológica, digo: «¡Santo cielo!». Es magnífico que esté en boca de los políticos. Pero a continuación empiezan a hablar de que si el PIB caerá 15 puntos, de que si la gráfica será en ‘V’ o en ‘W’…

XL. Hay que velar por la economía, ¿no?

J.A. Miren ustedes, aprovechemos que estamos empobrecidos para empezar a convivir con parte de esa pobreza que, curiosamente, es necesaria. De la crisis ambiental solo se sale con una nueva sociedad que no aspire a tener mucho de todo, sino solo lo necesario. Hemos comprobado que se puede vivir de otra manera.

Joaquín Araújo: "No tenemos una vacuna contra el coronavirus, pero sí contra el cambio climático: ¡el árbol!" 1

«Me da apuro decirlo, pero he estado bien en el confinamiento. He pasado mucho tiempo en la huerta, trabajando con las manos, pero también con la cabeza»

XL. Eso requiere un cambio de paradigma: del crecimiento constante al decrecimiento, ¿no?

J.A. Exactamente. La metáfora es muy fácil: nosotros éramos una pandemia, un peligroso virus, para el planeta. Si queremos controlar las enfermedades, debemos controlarnos primero a nosotros mismos. Y ya está inventado. Sabemos vivir con austeridad, con más libertad, cultivando adecuadamente las tierras, viajando y educando correctamente. Los llamados ‘modelos alternativos’, basados en la ecología científica, funcionan. Se trata de que se generalicen porque eso es lo que demanda la salud del planeta.

«Nosotros somos un peligroso virus para el planeta. Si queremos controlar las enfermedades, debemos controlarnos primero a nosotros mismos»

XL. ¿Teme que se rescaten industrias contaminantes para evitar quiebras y despidos masivos?

J.A. Sí, claro. El mejor ejemplo es el transporte aéreo, que era un disparate absoluto. Se habla de nacionalizar empresas como Lufthansa o Alitalia por parte de gobiernos de corte capitalista, pero… ¿para qué? Hemos demostrado que se pueden hacer entrevistas, reuniones de trabajo y hasta gobernar países on-line. Y el turismo compulsivo, que se había convertido en una suerte de exhibicionismo relacionado con el prestigio social, también tendrá que cambiar. Hay que empezar a pensar en una humanidad menos viajera. Así de claro.

XL. ¿Qué más nos ha enseñado la pandemia?

J.A. Cuando hay una emergencia, se aplica la denominada ‘economía de guerra’. Es lo que ha pasado con la pandemia. Se paraliza todo y se destinan todos los recursos para atender ese problema. Y la crisis climática también demanda esa fórmula. Necesitamos reconvertir el modelo energético y luego todos los demás: el alimentario, el productivo-industrial, el transporte…

XL. Es usted amigo de la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. ¿Es el proyecto de Ley de Cambio Climático lo suficientemente ambicioso?

J.A. Lo único que le diría a Teresa es que acorte los plazos. En general, la prisa y el culto a la velocidad son una tragedia. Solo debe haber una excepción: para lo único que hay que tener prisa es para curarse de una enfermedad. Y el planeta está enfermo. Por eso, aunque la ley está muy bien, nos corre muchísima prisa. Es probable que solo tengamos cinco años para cambiar el modelo energético. Es lo que nos dicen los científicos. En cinco años deberían desaparecer los coches de gasolina, las centrales térmicas, la producción de electricidad que no sea renovable. Y es terrible. Porque es dificilísimo cambiar el mundo en cinco años.

XL. ¿La globalización puede dar pasos atrás?

J.A. Podría suceder. La globalización era muy deficiente e imperfecta. Se quedó exclusivamente en lo comercial. No ha habido una globalización cultural, sanitaria o de los derechos humanos. Y, ahora, lo que puede retroceder es esa globalización comercial que está inventada para beneficiar a los ya beneficiados. Lo suyo sería una globalización más general. En eso, la naturaleza es una gran maestra: la vida en singular es todas las vidas, la cultura en singular es todas las culturas, el ser humano en singular somos todos los humanos.

XL. Usted es un defensor acérrimo del medio rural. ¿Será la pandemia el antídoto a la España vacía?

J.A. Casi todos los pueblos están recuperando población. La cuenta es fácil: la pandemia se ha cebado con Madrid y Barcelona, donde más masificación hay. ¿Dónde ha habido menos? En La Graciosa, 500 personas. ¡Resulta que la salud estaba en la España vaciada!

«He iniciado una campaña para convertir los cementerios en bosques, como homenaje a las víctimas del virus. La idea sería plantar tantos árboles como años han vivido esas personas. Es algo que yo empecé a hacer en memoria de mi padre».

XL. Pese a todo lo que hemos hablado, ¿es usted optimista acerca del futuro?

J.A. Me muevo entre el alfa y el omega. De pronto, un par de iniciativas solidarias te llenan de esperanza, pero el egoísmo pesa tanto que me aterra que no aprovechemos la oportunidad. Esos millones de gestos solidarios hay que convertirlos en masa crítica que propulse un cambio real. Si hemos sido buenas personas en muchos momentos de la pandemia, ¿por qué no podemos seguir siéndolo?

XL. ¿Qué deberíamos desechar definitivamente de la vieja normalidad?

J.A. La ceguera, la prisa y sobre todo la mezquindad. Porque mezquino es quien no reconoce lo que recibe y no es capaz de ser agradecido. Y quien más nos cuida es la naturaleza, que nos proporciona todos los elementos más básicos y esenciales. No tenemos una vacuna para el coronavirus todavía, pero sí tenemos una para la catástrofe climática: el árbol, que es solidario, bello, lento y participativo, es el antídoto.

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