La tradición y los símbolos mandan en la cámara de los comunes, un sitio incómodo para que los parlamentarios no se relajen. Por Fátima Uribarri

Palacio de Westminster, la sede parlamentaria más antigua del mundo

La Cámara de los Comunes es pequeña: solo hay asiento para 427 de sus 650 miembros, así que en los plenos más concurridos hay diputados de pie y otros se quedan fuera. La sala y sus bancos corridos (de color verde, el rojo es para la Cámara de los Lores) se inspiran en una antigua capilla. A la derecha del speaker (el presidente de la Cámara) se coloca el Gobierno y a su izquierda, la oposición. Ambos bandos se sitúan enfrentados. Los separan 3,96 m, el equivalente a la longitud de dos espadas. Es así para que haya debate, pero sin sangre. Todo en esta institución, que funciona desde el siglo XIV, rezuma tradición: no choca que en la mesa haya un cetro y una Biblia.

No se puede aplaudir ni meterse las manos en los bolsillos ni usar medallas

La sala, que está en el palacio de Westminster, quedó destruida, en 1941, por un bombardeo alemán. Se reconstruyó siguiendo el modelo anterior. Se hicieron réplicas de las cajas de despacho situadas sobre la mesa y que ahora sirven de atril: antes, los parlamentarios depositaban en ellas sus papeles y objetos útiles. En la sala imperan el simbolismo y las normas: desde el siglo XVII se prohíbe fumar. Tampoco está permitido aplaudir ni meterse las manos en los bolsillos ni llevar condecoraciones o medallas. Y la reina tiene vetada la entrada.

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