Cuando usted sube sus fotos, sus documentos, sus archivos a ‘la nube’, puede tener la sensación de que los cuelga en un universo vaporoso e inofensivo. Pero la nube no es etérea. Son cien millones de servidores, alojados en gigantescos centros de datos, conectados por casi un millón de kilómetros de fibra óptica. La nube es el mayor negocio tecnológico en estos momentos, por encima de la venta ‘on-line’ o de las redes sociales. Y tiene dueño. Por Carlos Manuel Sánchez

Luces y sombras de la nube de Internet

Nube, nube, nube… Sayta Nadella habla como si estuviera repitiendo una oración. El CEO de Microsoft nunca alza la voz. A diferencia de Bill Gates –el fundador, cuyas broncas eran legendarias–, Nadella es como una balsa de aceite.

¿Es ecológica la nube que guarda nuestros datos?

Los ingenieros que entran en su despacho en la sede de Redmond (Washington) tienen que afinar el oído. Pero si no captan su mensaje, no tiene ningún inconveniente en reiterar machaconamente lo que dice. Y lo que dijo y repitió hasta la saciedad, nada más coger el timón en 2014, fue: «La nube, lo primero». Pilotaba un gigante en horas bajas, bajísimas tras la desastrosa adquisición de Nokia por su antecesor, Steve Ballmers. Nadella despidió a 7800 empleados de una tacada para enjugar las pérdidas. A partir de entonces, la nueva estrategia de Microsoft se iba a centrar en la computación en la nube por encima de cualquier otro departamento.

El 20 por ciento de nuestros datos se ha mudado a la nube. Lo que supone un negocio de 100.000 millones de dólares anuales. En 2024 se habrá mudado el 88 por ciento

Hoy por hoy, la nube es el negocio más lucrativo de Internet. Y Microsoft ni siquiera ha sido el primero en subirse al carro. Pero ha irrumpido como elefante en una cacharrería gracias a la reconversión de sus viejos ‘cuarteles’ en una red mundial de centros de datos. Porque la nube solo es una metáfora etérea que hace referencia a que esos datos están ‘suspendidos’ allá arriba, no se sabe muy bien dónde, en vez de estar resguardados en las humildes memorias de nuestros ordenadores. En realidad, sí se sabe dónde. Están ubicados en las gigantescas instalaciones que se necesitan para albergar la inmensa maquinaria que los guarda, los procesa y los envía. Y estos centros, del tamaño de hangares de aviación, no están en el cielo, sino en tierra, distribuidos por todo el planeta; y bajo el mar, porque se comunican mediante cables transoceánicos y sumergirlos será la manera más barata de refrigerar a todos esos ‘monstruos’ conectados a la corriente. Microsoft ya tiene más de 860 metidos en cápsulas estancas en las frías aguas de las islas Orcadas, al norte de Escocia.

Repartirse el pastel

El pastel se lo reparten unos pocos, tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano: Amazon (que domina esta industria con un 32 por ciento de cuota), Microsoft (17 por ciento), Google (8 por ciento) y, más lejos, Alibaba (4 por ciento) e IBM. Y para hacerse una idea de hasta qué punto es lucrativo solo hay que fijarse en las cuentas de resultados. Amazon, que es el rey del comercio electrónico, gana menos con las ventas on-line que con su nube, llamada Amazon Web Services (AWS), que sumó el 57 por ciento de sus 3400 millones de euros de beneficios trimestrales. Por su parte, Google sigue lucrándose sobre todo con la publicidad digital; sin embargo, la fuente de ingresos que más crece también es su nube (Google Drive), en torno al 30 por ciento anual.

Amazon domina el negocio, seguido de Microsoft. El rey del comercio electrónico ya gana más dinero almacenando datos en sus servidores que con sus ventas ‘on-line’

Pero la ‘resurrección’ de Microsoft ha roto moldes. Cuando Nadella apostó por la nube, hizo algo más; relegó a Windows. Microsoft había perdido todas las batallas de la última década: los buscadores, la telefonía móvil, las redes sociales… Pero ha escalado hasta la cima, adelantando a Amazon, Google y Apple para convertirse (de nuevo) en la compañía más valiosa del mundo, superando el billón de dólares en abril último.

El disco duro ha muerto

¿Y qué es el pasado? El pasado es el disco duro, sustituido por servidores remotos donde se terminará alojando todo: nuestros datos, nuestros contactos, nuestro trabajo… El pasado es el PC, reemplazado por cualquier terminal inteligente en cualquier parte del mundo con conexión a Internet. El pasado es el software que se compra y se descarga (o se piratea), desbancado por aplicaciones por las que solo se paga mientras se utilizan. El pasado era el pan nuestro de cada día en Microsoft, que ya gana más dinero con Azure, es decir, con su plataforma de computación en la nube (10.100 millones de euros en el último trimestre), que con el Windows y el omnipresente Office, su conjunto de aplicaciones de escritorio.

¿Quiénes son los dueños de la nube en la que se alojan nuestros datos y archivos?

Si Amazon, Microsoft y compañía están retocando su modelo de negocio es que dan por hecho que estamos inmersos en un cambio de paradigma en Internet. Consideran que se está produciendo una migración a escala planetaria. Los emigrantes son nuestros datos y los datos de nuestras empresas, que viajarán de los discos duros domésticos y de las intranets corporativas a sus servidores. Los analistas pronostican una auténtica estampida. A fecha de hoy, el 20 por ciento ya se ha marchado a la nube. Lo que supone un negocio que acaba de superar la cifra mágica de los 100.000 millones de dólares anuales. Pero en 2024 se habrá mudado el 88 por ciento y el mercado rondará el billón. Y puede dispararse muy por encima si el Internet de las cosas y la telefonía 5G se generalizan, pues la nube permitirá una interconexión sin apenas latencia que nos permitirá jugar a videojuegos sin necesidad de consola o hacer la guerra con una comunicación instantánea entre los soldados (o robots) desplegados sobre el terreno y el centro de mando a miles de kilómetros. Por cierto, que ya nos hemos habituado a la nube casi sin percatarnos, cuando vemos una serie en línea, cuando consultamos un mapa en el navegador o comprobamos el balance de nuestra cuenta bancaria.

«La nube es la nueva tierra prometida», resume Cecilia Cuff, una de las directoras de operaciones de Microsoft. ¿Y por qué vamos a estar dispuestos a realizar semejante romería? ¿Por qué trasladaremos nuestro trabajo informático, nuestras fotos, nuestra información sensible, nuestras cuentas y secretos, en fin, nuestras vidas y negocios digitales a esos centros de datos gestionados por gigantes que pretenden acapararlo absolutamente todo?

Porque nos interesa, se supone… No obstante, por cada ventaja que enumera un experto, otro puede contrapesarla con un inconveniente. Por ejemplo, la nube es más barata que invertir en hardware y servidores propios, y en su correspondiente mantenimiento… Pero una vez que hemos sido captados como clientes, y si queremos acceder a más servicios, habrá que pagar más.

Otro punto a favor es la seguridad. No hay necesidad de actualizar ni de guardar nada; el trabajo nunca se perderá porque todos los datos están respaldados, cada centro tiene al menos un ‘gemelo’ en otra parte del mundo por si un terremoto, un incendio o cualquier otra contingencia lo destruye; o por si se cae la red… Tampoco hará falta comprarse el último antivirus porque estas compañías han fichado a los mejores hackers para que vigilen el cotarro. Pero también hay quien dice que no hay que fiarse, no tanto porque la información puede terminar en manos de piratas, sino por el acceso de los empleados de las propias compañías a nuestras cuentas, como ha pasado con los asistentes de voz, véase las conversaciones grabadas por Alexa (Amazon).

En fin, también se alude a la democratización de los datos. Estas corporaciones ponen a nuestra disposición la inteligencia artificial más avanzada para bucear en ese batiburrillo de carpetas que solían estar desordenadas y perdidas (confesémoslo) en los discos duros de los ordenadores que fuimos adquiriendo a lo largo de nuestras existencias, y que en sus servidores jamás se extraviarán, y además será muy fácil encontrar lo que nos interesa y, de propina, extraer informes, tendencias y conclusiones de todo lo que tenemos recopilado.

Sin embargo, quien más provecho puede sacar del asunto no somos los propietarios de los datos, sino las empresas a las que se los entregamos. Por cierto, una vez dentro del ecosistema Microsoft o Google, ¿a quién pertenecen? En el río revuelto de la propiedad intelectual pescan todos… Y, aunque las normativas europea y española de protección de datos personales son más estrictas que nunca, cuando otorgamos el consentimiento para alojar nuestros ficheros y documentos en servidores remotos aceptamos las reglas que proponen las empresas proveedoras. Para complicar aún más las cosas, no suelen estar en territorio de la Unión Europea. ¿Qué tribunal nacional o qué organismo internacional va a poner coto a unas corporaciones que facturan más que muchos países si nuestras administraciones ni siquiera son capaces de hacerles tributar como es debido?

Empleados accesibles 24/7

La nube también va a afectar a la forma en que trabajamos. Las multinacionales tecnológicas quieran jubilar los discos duros de nuestros ordenadores y que cerremos nuestras oficinas, como ya está ocurriendo con las sucursales bancarias. Todo será accesible desde cualquier parte 24 horas al día, 7 días a la semana. Nosotros también seremos accesibles 24/7. Algunos expertos señalan que ya no tiene sentido promover una reducción de la jornada o de la semana laboral para acomodarse a la escasez de empleo. En realidad, el nuevo trabajo fragmentado, deslocalizado y esporádico de la gig economy (‘la economía de los pequeños encargos’) al que da servicio la nube dinamita el calendario laboral. Se organizará la carga de trabajo en sprints, acelerones para alcanzar un objetivo, según la metodología que están exportando las mismas tecnológicas. ¿Festivos? Se descansará entre un sprint y otro, los que tengan suerte; y los que no, entre un empleo y otro.

La nube favorece la llamada ‘gig economy’: trabajo fragmentado, deslocalizado y esporádico. No hay calendario laboral

En fin, antes de confiarnos a la nube, los expertos recomiendan prudencia. A las empresas, que de momento opten por soluciones multinube, es decir, que distribuyan sus archivos por diferentes plataformas para no caer ‘prisioneras’ de un solo proveedor, teniendo en cuenta además que la guerra por el liderazgo está en su apogeo y que habrá ganadores y perdedores. Y a los particulares, que no todo tiene por qué estar ahí arriba, en especial aquello que no dejamos ver a nadie que no sea de nuestra confianza aquí abajo.

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