Jair Bolsonaro, el nuevo presidente de Brasil, quiere abrir la Amazonia a la minería, el ganado y la agricultura. Una decisión que aceleraría el ya vertiginoso ritmo de deforestación del gran pulmón del planeta. Por Marian Blasberg, Marco Evers, Jens Glüsing y Claus Hecking / Fotos: Meredith Kohut (The New York Times / Contacto)

Las últimas tribus de la Amazonia

Vista desde el aire, la destrucción recuerda a una raspa de pescado. «Los madereros despejan primero una senda en la selva para los tractores y luego abren desvíos, a derecha e izquierda, para sacar los árboles», dice Adriano Karipuna, cacique de la tribu amazónica de los karipunas, mientras observa unas imágenes de satélite facilitadas por Greenpeace.

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Desde el aire, la selva se ve salpicada de minas de oro ilegales como esta, como cicatrices anaranjadas en el intenso color esmeralda de la jungla

Su reserva se aprecia con claridad -una alargada mancha verde de 153.000 hectáreas en plena selva virgen-, atravesada por esas sendas con forma de raspa. Rodeando el vasto territorio indígena hay grandes superficies con tonos de verde más claros: son haciendas ganaderas y campos de soja. «Cuando los invasores hayan sacado toda la madera, dividirán nuestra tierra en parcelas y las venderán», añade el jefe karipuna.

Adriano tiene 32 años y viste vaqueros y camiseta. Hablamos con él en la sede de la ONG indigenista Cimi, en Porto Velho, capital del estado amazónico de Rondonia, donde el teléfono suena constantemente desde la victoria electoral de Jair Bolsonaro. «Tenemos miedo de perderlo todo -señala Karipuna-. El nuevo presidente quiere aniquilarnos». Es el mismo mensaje que lanzó el pasado abril, en Nueva York, ante el Foro Permanente de la ONU para las Cuestiones Indígenas. «Pido ayuda a Naciones Unidas para evitar una masacre contra nuestro pueblo».

La noche electoral, los vencedores amenazaban a indígenas con los dedos a modo de pistola

Jair Bolsonaro, el nuevo presidente ultraderechista de Brasil, es amigo de los ganaderos, los madereros, los buscadores de oro y los cultivadores de soja. Es decir, de todos aquellos que amenazan la selva. Sus representantes en el Congreso Nacional, portavoces de la industria agropecuaria, forman la bancada ruralista, un poderoso grupo de diputados que apoya sin fisuras a Bolsonaro. Y les sale a cuenta.

El fin de la protección

Su primera decisión como jefe del Estado, al día siguiente de su investidura, fue despojar de contenido a la Fundación Nacional del Indio (Funai), el organismo que protege a los indígenas y sus territorios desde 1967, creado por Sydney Possuelo. Su mandato deriva de la propia Constitución brasileña, que obliga a las autoridades a identificar los hábitats tradicionales de los pueblos indígenas y declararlos zonas protegidas intocables. Hoy, sin embargo, todo esto es cosa del pasado.

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Indígenas mundurukus se enfrentan a un grupo de mineros ilegales. Los advierten de que están trabajando en sus tierras protegidas

Bolsonaro ha transferido la función de velar por estas zonas protegidas al Ministerio de Agricultura, el mismo ente que pretende abrir las reservas indias a la cría de ganado, la agricultura y la minería. Al frente del mismo, además, ha nombrado a Tereza Cristina Correa, la diputada -y empresaria con intereses en el sector- que promovió la ley, aprobada en 2018, que facilita el uso de pesticidas en el campo brasileño. La ‘musa del veneno’ la llaman.

Conspiración extranjera

El 44 por ciento de la Amazonia brasileña es zona de protección natural, la mitad de la cual es territorio indígena. Además de la Funai, son varias las organizaciones internacionales que los ayudan en su lucha contra la tala descontrolada y los incendios intencionados. Entidades a las que Bolsonaro, que «quiere poner orden en el activismo medioambiental», ha señalado como enemigos de la patria. «Las ONG saquean y manipulan a los indígenas», afirmó en un tuit.

El presidente ve a los pueblos tradicionales como víctimas de los ideólogos de izquierda. Según su visión, compartida desde hace décadas por muchos brasileños, existe una conspiración internacional para arrebatarle a Brasil la Amazonia y sus materias primas. «Con la ayuda de las ONG extranjeras, un día los indígenas acabarán por declarar la independencia», augura el general Augusto Heleno, antiguo jefe del Comando Militar de la Amazonia y nuevo ministro de Seguridad Institucional.

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Las reservas indígenas están siendo invadidas y explotadas por mineros, madereros, ganaderos y agricultores. En la imagen, miembros de la tribu munduruku atraviesan un claro de la selva, abierto por mineros furtivos en busca de oro, en su reserva protegida.

Negacionista del cambio climático -«una invención de los marxistas», según su ministro de Exteriores, Ernesto Araújo-, Bolsonaro sopesa seguir los pasos de Trump y abandonar el Acuerdo de París. Antes de asumir el cargo, de hecho, consiguió que una conferencia internacional sobre el clima que se iba a celebrar este año en Brasilia se buscara otro país.

La sabana que viene

Abandonar el primer acuerdo vinculante mundial sobre el clima supondría un giro radical con respecto a sus antecesores en el cargo. En este marco, Brasil se comprometió a detener totalmente la deforestación ilegal de la Amazonia en 2030 y a reducir las emisiones de CO2 en un 43 por ciento con respecto a los valores de 2005.

Muchos brasileños creen que existe una conspiración internacional para arrebatarles la Amazonia

«Si no se reduce drásticamente la deforestación, no cumpliremos con esa reducción de CO2 -advierte Carlos Rittl, del organismo independiente Observatório do Clima-. En algunas zonas, la Amazonia ya se ha transformado en una sabana».

Los gobiernos europeos ya se plantean restricciones a productos brasileños en el caso de que el país abandone el acuerdo climático. La política medioambiental de Bolsonaro, si es que se puede calificar así, es un obstáculo para el complicado tratado de libre comercio que negocian la Unión Europea y Mercosur, según ha advertido el presidente francés, Emmanuel Macron. «No firmaré ningún tratado comercial con países que no respeten el Acuerdo de París», ha asegurado.

Los empresarios brasileños, que saludan el nuevo rumbo ultraliberal, están divididos en lo que al cambio en este campo se refiere: muchos medianos ganaderos y productores apoyan la política del Gobierno, pero a la gran industria agrícola le preocupan sus repercusiones internacionales. Al fin y al cabo, Brasil es el mayor exportador de carne del mundo. Si se asienta en la opinión pública mundial la idea de que la mayor parte de esa carne procede de vacas que pastan en antiguas selvas roturadas, las empresas alimentarias podrían afrontar un oneroso problema de imagen.

Una razón interna

Existen, en todo caso, otras razones de peso por las que Bolsonaro debería proteger la selva de su país. Si desapareciese la floresta amazónica, las consecuencias serían dramáticas para el próspero y densamente poblado sureste de Brasil. El ciclo en el que se suceden la estación húmeda y la seca está determinado por la Amazonia: la humedad que asciende desde las masas forestales es arrastrada por el viento hacia el sur, donde se precipita en forma de lluvia. Los meteorólogos se refieren a este fenómeno como ‘ríos voladores’, un mecanismo climático que ya está sufriendo alteraciones, como la sequía que afectó a la región entre 2014 y 2017.

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Entre agosto y octubre, la inminente victoria de Bolsonaro impulsó la deforestación en la Amazonia un 72 por ciento con respecto al año anterior. La mayor parte, en reservas indígenas

En 2005 y 2010, incluso la Amazonia sufrió dos sequías históricas. El caudal de los incontables ríos que atraviesan la región bajó tanto que muchos dejaron de ser navegables.

Ampliando el arco de fuego

Hasta hace unos pocos años, la deforestación afectaba sobre todo a los márgenes de la Amazonia, y el llamado ‘arco de fuego’ de los incendios provocados discurría al sur del gran río. Hoy, sin embargo, los madereros, buscadores de oro y ganaderos se adentran cada vez más en la hasta ahora relativamente intacta orilla norte de la cuenca amazónica.

Los expertos creen que, si se destruye el 20 por ciento de la selva, su recuperación será imposible

Los planes del nuevo Gobierno prevén la construcción de varias carreteras transnacionales que atravesarán y fragmentarán la región, en sustitución de unas vías que, hoy en día, solo son transitables en la estación seca. Manaos, la gran metrópoli amazónica, es, de hecho, una especie de isla en medio de la selva a la que en temporada de lluvias solo se puede llegar en barco o en avión. Bolsonaro quiere acabar con este aislamiento estacional y planea asfaltar la carretera que va de Porto Velho a Manaos y que, a lo largo de 900 kilómetros, atraviesa varias reservas indígenas. Los ecologistas temen que atraiga a decenas de miles de colonos; la deforestación se aceleraría considerablemente.

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La minería ilegal se extiende sin control. ONG ambientalistas han identificado a más de 2300 minas clandestinas en la Amazonia, que contaminan ríos y deforestan inmensas extensiones de selva

El biólogo norteamericano Thomas Lovejoy y el climatólogo brasileño Carlos Nobre creen que el punto de inflexión a partir del cual la Amazonia derivará irremediablemente en una sabana se alcanzará cuando se haya destruido entre el 20 y el 25 por ciento de su superficie. Una frontera que, a la velocidad de la deforestación actual, podría alcanzarse en pocos años.

El lema de los generales

En pocos lugares de la Amazonia el avance del expolio es tan visible como en Rondonia, donde se ubica la reserva de los karipunas. Aquí ya se ha talado el 28 por ciento de su selva.
La mayoría de los habitantes de este estado desciende de colonos de origen europeo procedentes del sur, que en los años setenta y ochenta atendieron la llamada de los generales -gobernaron Brasil de 1964 a 1985- para poblar la región bajo la consigna de crear un baluarte para evitar invasiones enemigas.

«Tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», fue el lema con el que empujaron a decenas de miles de brasileños a la Amazonia. Los recién llegados talaron la selva y sembraron pastos para criar vacas. Más tarde plantaron maíz y soja. Hoy, docenas de explotaciones de gran tamaño jalonan las carreteras de Rondonia. Sus propietarios se consideran pioneros, los artífices de un progreso al que Brasil debe su riqueza.

Bolsonaro señala como enemigos de la patria a las ONG extranjeras que «saquean y manipulan a los indígenas»

La Amazonia, sin embargo, nunca fue una tierra sin pueblo. Solo en Rondonia viven más de 50 tribus indígenas, como los karipunas. Hasta hace unos 40 años, cuando fueron contactados por los funcionarios de la Funai, vivían prácticamente aislados. Hoy quedan 58 hombres, mujeres y niños; la mayoría, confinados en la reserva. Pescan, cazan y recolectan frutos silvestres. En su poblado tienen Internet, un generador eléctrico y los niños van a la escuela.

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El cacique Adriano Karipuna viajó a Nueva York en abril, antes de la victoria de Bolsonaro. «Pido ayuda a Naciones Unidas para evitar una masacre contra nuestro pueblo», dijo en un foro de la ONU

Adriano Karipuna dirige esta pequeña comunidad junto con su hermano André. Trabaja como conserje en un hospital estatal para indígenas en Porto Velho, a cinco horas en canoa. La reserva se creó en 1998 y su protección está garantizada por la Constitución. No obstante, los madereros y colonos cada vez se adentran con mayor frecuencia. Karipuna dice que los indígenas están más expuestos a ataques y amenazas desde la victoria de Bolsonaro.

Apuntad a los indígenas

En la reserva de los uru-eu-wau-waus, también en Rondonia, el Instituto Socioambiental localizó 42 superficies recién deforestadas entre septiembre y octubre. En el conjunto de la Amazonia, entre agosto y octubre, con la victoria de Bolsonaro ya inminente, la deforestación aumentó un 72 por ciento en comparación con el año anterior, según la organización Imazon.

Karipuna cuenta que, la noche de las elecciones, en Porto Velho los partidarios del presidente apuntaban a los indígenas con los dedos a modo de pistola. Un día más tarde, unos desconocidos dispararon por la espalda a una indígena guaíra en Paraná, al sur de Brasil, que quedó parapléjica.

El propio Adriano Karipuna ha recibido hace poco un mensaje por WhatsApp: «¿Sabes que tu madre pronto te va a echar de menos?».

PARA SABER MÁS

Web de la ong brasileña Instituto Sociambiental

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